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CAPÍTULO 29 | Tempus fugit

AARÓN

Me encerré en mi habitación cuando comprendí que lo primero que tenía que hacer era escapar de Victoria si quería encontrar algo y, en cuanto observé mi cama, supe que estaba en lo correcto. Había una caja, pequeña y blanca como siempre, así que me acerqué a ella para tomarla e intentar abrirla. No tenía ningún lazo o algo que la mantenga cerrada, pero por más que lo haya intentado, la tapa no cedía. La caja no podía abrirse.

La acerqué a mí antes de sacudirla. Había un frasco ahí adentro.

Me tomé un segundo para pensar en eso, en el hecho de que ahora me tocaba salir y decirle a Victoria que por fin había encontrado algo. Por un momento me sentí, otra vez, un cobarde. Al escapar de todo eso, al buscar la forma de encerrarme cuando era evidente que tendría que haberme quedado allá afuera para que no suceda lo que sucedió: la caja estaba tan bien cerrada como si estuviese sellada. ¿Y si no podía abrirse? ¿Y si había metido la pata?

Tomé la caja con fuerza y me puse de pie. Intenté no pensar en eso y fallé, pero de todas formas me giré y caminé hasta alcanzar la puerta de mi habitación, la abrí, y luego seguí caminando hasta la cocina, en donde me encontré a Victoria sentada en una silla con otra caja en sus manos.

—No puedo abrirla—le dije, enseñándole la mía mientras me acercaba para dejarme caer en la silla a su lado.

Puso los ojos en blanco.

—Eso es porque tenemos que hacerlo juntos, idiota—me espetó, y no me dio más tiempo para reaccionar.

Tomó mi mano con la suya y volví a sentir la corriente eléctrica, esta vez con muchísima más fuerza. Quise apartarme pero su agarre era fuerte. Entonces tomó ambas cajas y las acercó a nuestras manos, en cuanto las tocamos se abrieron y los frascos cayeron. Uno contenía el líquido blanco, otro el negro. Victoria me soltó para tomar el primero, y se apresuró a ponerse de pie y acercarse a la puerta.

—Tira ese maldito líquido oscuro en algún lugar, no te la guardes—me ordenó.

Pero yo tomé el frasco y, haciendo caso omiso a sus palabras, la seguí.

En los sofás estaban todos y, cuando nos vieron llegar con los frascos, sus expresiones hablaron por ellos mismos. Pero Victoria pasó de eso, de todos, y se acercó a Esther sin perder el tiempo. Le sacó la tapa al frasco y se lo extendió como si fuese una madre dándole a su pequeño bebé el peor remedio del mundo. Pero a Esther no le importó, tomó el líquido sin perder ningún segundo y después dejó su espalda caer.

—Esther, ¿puedes oírnos?—le preguntó Maia.

Pero su amiga estaba cerrando los ojos. Y de sus orejas comenzó a salir sangre.

Daniel se acercó a mí en ese instante.

—Dame el frasco—me indicó, y lo hice—, yo me haré cargo de él.

Desapareció en la cocina como si nada estuviese pasando.

Maia, Victoria y yo nos alteramos casi al mismo tiempo cuando Esther dejó de responder. Victoria le sacó el frasco y lo tiró con furia, este se estrelló contra la pared e hizo añicos pero a nadie más le importó. Heather y Zayn estaban pálidos, observando cómo entre Maia y yo intentábamos obtener alguna respuesta de la castaña, pero no obtuvimos nada. Mierda, no íbamos a recibir nada a cambio. Finalmente Zayn se acercó y tomó su pulso.

Seguía viva.

Creo que cuando lo dijo tomé aire con tantas ganas como nunca, porque por un segundo todo se había detenido a excepción del reloj y sólo podía pensar en que la había matado, lo que yo había encontrado le había quitado la vida. Y, aunque no era así, eso no le quitaba importancia al hecho de que Esther estaba inconsciente y sus oídos sangraban.

Victoria nos ordenó tanto a mí como a Zayn cargarla hasta una habitación, la que sea, y eso hicimos. La suya era la tercera, la que tenía el número 100, y no fue difícil sólo porque estaba casi al principio del pasillo. La dejamos sobre su cama y, cuando ambos quisimos volvernos, algo nos detuvo. No fue ese tipo de sonidos que escuchas en la oscuridad y de los que te asustas porque no tienes idea de por qué lo escuchas, no fue ese tipo de sonidos que hielan la sangre porque su voz era dulce, fue todo lo contrario. Esther lo susurró y fue completamente distinto. No causó miedo, no hizo que mis venas se volvieran borrosas, causó algo más allá de todo eso, algo que ni Zayn ni yo pudimos—o, quizás, no quisimos—entender.

—Tempus fugit.

Mentiría si dijese que me odiaba por no saber qué significa.

Yo no dije nada, fue Zayn quien se apresuró a sugerir que la dejemos sola cuanto antes. Él lo hizo, pero yo no. Me importó muy poco quedarme a solas en una habitación con Esther porque, en parte, ella estaba inconsciente y yo no me sentía tan cobarde la mayoría del tiempo. No cuando me senté a su lado y la observé, noté la mueca de preocupación que tenía como si estuviese tallada en su rostro y lo rápido que lo susurraba.



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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