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CAPÍTULO 42 | Perdiendo el equilibrio

ESTHER

Mi cabeza se estaba convirtiendo en un gran desastre.

Una pequeña parte se negaba a pensar, a repetir imágenes, a revivir momentos, y la otra insistía en hacerlo. Yo sólo podía querer esconderme entre mis brazos y gritar, detener las cosas, aunque tenía que darle un punto a todo eso: no había caído ni una sola gota de sangre.

Me estaba congelando, otra vez sentada en el jardín, pero ahí estaba sola. A Aarón le dolía un poco el brazo, supuse que ahora que Victoria ya no estaba su función iba a cambiar, o quizás, al ser el único equilibrio, tendría que comenzar a cargar con un poco más de lo que antes compartía con Victoria. Sí, las cosas iban a cambiar, ¿cómo demonios no iban a hacerlo? Yo me sentía extraña, el agua se sentía diferente, el viento... todo estaba ahogándome, y no quería permitirlo. No quería dejar de ver esa extraña luz que siempre hay entre tanta oscuridad. Pero me sentía como un fantasma, sólo quería quedarme ahí, congelándome dentro de lo que parecía ser una cámara frigorífica, sin tener la más mínima intención de levantarme.

También quería llorar. Sentía que tenía un nudo en mi corazón formado por la tristeza y la oscuridad que tanto desconocía.

Tomándome por sorpresa, escuché que alguien abría la puerta y, más tarde, se sentaba a mi lado. De reojo, observé cómo Maia me dedicaba, sin demasiado esfuerzo, una sonrisa.

—¿Estás bien?—susurró.

Ella no lo estaba y fue obvio, pero no quise hablar de eso, así que intenté llevar conmigo la sonrisa que siempre llevaba y eso pareció relajarla un poco, así que no insistió por una verdadera respuesta.

Se veía bastante preocupada, de todas formas, pero no era por la muerte de Victoria, era evidente. Tenía que tratarse de Heather.

—¿Sigue dormida?—pregunté, y examiné unos segundos su reacción.

—Como si no pudiese despertar—bufó, y a la luz de la luna, que podía ser tan artificial como real, creo que vislumbré la sombra de una mueca de disgusto—. Creo que... creo que vamos a morir. Que ella va a hacerlo y después nosotras.

A esas alturas, su voz ya se había quebrado y yo había tomado su mano para darle un rápido apretón. Ella no pudo evitarlo y comenzó a llorar, así que también la abracé. Deseé poder decirle algo pero no sabía qué. Mierda, tenía tanto miedo como ella. En mi cabeza todo estaba pasando tan despacio sólo porque yo me esforzaba por evitar y posponer lo que de verdad era importante: el riesgo de muerte. Estaba ahí, siempre presente, y acechaba a medianoche.

—No vamos a morir, Maia—dije, aunque sabía que mentirle era patético—. No sin pelear. ¿Recuerdas lo que dijo Victoria? Tenemos que intentarlo, hacer lo que sea para sobrevivir.

—Pero todavía tiene que morir alguien, Esther—siguió susurrando—. Sólo cinco salen con vida.

—Entonces cambiemos las reglas del juego.

Se alejó un poco de mí y estuvo a punto de responder, pero de repente escuchamos que alguien nos llamaba. Ambas volteamos para ver la puerta y vimos a través del cristal a Zayn y a Daniel agitando las manos. No tardaron en dejar de actuar y abrieron la puerta, sólo entonces vi qué era lo que traían: Zayn llevaba cuatro botellas de agua y Daniel un plato con varios sándwiches. Se sentaron justo frente a nosotras, formando una ronda, y lo dejaron todo en el suelo.

Estaban actuando de una forma demasiado... diferente.

Reparé en el extraño sombrero que llevaba Daniel encima. Intentaba ser un sombrero, en realidad, pero sólo era un poco de tela que vaya a saber quién de dónde sacaron. Daniel enarcó una ceja al ver cómo lo estaba observando.

—¿Qué miras tanto, castañita?—me espetó, pero no sonó como una amenaza—. Este es el último grito de la moda.

—Busca un GPS y ubícate, nena—agregó Zayn como si quisiese seguirle la peor broma del mundo.

Los tres reímos, pero Maia no lo hizo. Zayn, al notarlo, le dedicó una severa mirada y extendió su pie para tocar el suyo, consiguiendo que mi amiga alce la mirada en su dirección.

—¿Era necesario el gorro?—pregunté.

Daniel actuaba como si estuviese ofendido.

—Completamente.

En definitiva no era el mismo de hace unos días.

Me sentía un poco rara al verlos actuando de esa forma, tan natural, cuando hacía sólo unas horas había muerto Victoria. Parecía la respuesta de alguien como yo, que estaba intentando escapar en lugar de afrontar los problemas, y fue con ese pensamiento en el que entendí por qué lo hacían: era por nosotros, para unirnos, para mantener el equilibrio que quizás estábamos a punto de perder. Existía el riesgo de muerte, está claro, pero también había otro riesgo que yo ignoraba pero ellos intentaban cuidar.

Lo hacían para mantenernos unidos, para fortalecer al grupo. Actuaban como adolescentes libres y comunes que sólo buscan divertirse.



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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