ZAYN
Era el único chico que seguía en la casa y por alguna razón presentía que eso o no iba a durar mucho tiempo o que significaba algo, aunque también pensaba que lo que había hecho Maia era más arriesgado que lo que podía llegar a ocurrirme a mí. Por eso, cuando me encerré en mi habitación, lo hice siendo consciente de a lo que me estaba acercando: el momento de atacar de Richard. Si también quería llevarme a mí iba a hacerlo ahí, cuando nadie me veía, cuando nadie podía rescatarme. Era de noche, no había pasado ni siquiera una hora.
Eso significaba que, en donde sea que se encuentre Daniel, no era él. No actuaba por su cuenta. Aunque gracias al encuentro en el que él casi me sacaba el cuello con un cuchillo sabía que una parte de él era consciente de todo, que luchaba por detenerlo y dejar de hacer daño. Confiaba en que, si era él el arma de Richard para herirme, estaba un poco más seguro de lo que creía. Joder, Daniel era mi amigo del alma, lo conocía desde que apenas sabía hacer amigos, tenía que poder detenerse antes de matarme.
Me senté a los pies de mi cama y observé la puerta cerrada. La luz encima de mí comenzó a parpadear, y al observarla noté que parecía estar a punto de estallar. Emitía un extraño sonido que no me pareció conveniente. Me incorporé y apagué la luz. Antes de girarme, sabía lo que me esperaba. Tomé aire y lo hice.
Y, como sospechaba, ahí estaba Daniel. Sostenía esta vez una pistola, la alzaba en mí dirección. Estaba llorando, aunque no parecía tener intenciones de bajar el arma o, siquiera, de querer hacerlo. Quise confiar, pero él parecía tener más poder y consiguió hacerme creer que Daniel era un poco el enemigo en esa circunstancia.
—Sabes que tengo que hacerlo—dijo mi amigo en un susurro—, sabes que no puedo evitarlo.
—¿Tengo opción, Daniel?
—En primer lugar...—agregó esta vez con más seguridad—, deberías tener miedo. Puedo disparar cuando sea. Mierda, puedo matarte. Soy el que tiene el arma, ¿entiendes? Yo no controlo mi puto cuerpo, es Richard quien tiene ahora tu vida en sus manos. El dedo en el gatillo. El control del juego. ¿Cómo podríamos cambiar unas reglas que ni siquiera existen? ¿Cómo podríamos siquiera pensarlo, Zayn? ¿Por qué creemos que tenemos una oportunidad? Nuestra vida ya no nos pertenece.
—¿Qué dices?—lo interrumpí. Me sentía nervioso y, a la vez, demasiado tranquilo. Tanto que asustaba—. Seguimos vivos. Seguimos peleando. Somos luchadores, ¿lo olvidas?
Algo brilló en su mirada en ese momento, sé en quién pensó. Victoria. Estaba peleando, pero no podía bajar el arma. Sus dedos buscaron el gatillo, creo que perdí todo el aire. Bajé un poco la cabeza, quizás para decirle que podía hacerlo, que no era su culpa. Pero no quería morir. No ahí, no así, no sabiendo todo lo que estaba dejando. Maia, su reto... no. Observé a Daniel con cautela, noté que había algo más en el bolsillo de sus pantalones. El frasco, el veneno o quizás el remedio. Miré sus ojos, lo hice a consciencia.
—Dame el frasco—murmuré—, sé que puedes.
El tiempo se apresuró, una mano suya sostenía el arma en alto y la otra, temblando, luchaba por alejarse. Eso hizo: alcanzó ambos frascos de alguna forma y me los pasó, los tomé con precaución. No tenían color, eran transparentes, como si fuese agua. Había algo escrito en el cristal. Lavanda.
—Supuestamente—explicó Daniel, su voz había cambiado—, ayuda de alguna forma con la depresión y... la ansiedad.
Mis manos se cerraron en torno a los frascos, no pensaba soltarlos. Esa vez no había remedio o veneno, ambos servían para algo y Richard en realidad no pensaba matarme enviando a Daniel ahí a ese momento. Lo supe porque seguía escuchando el reloj y también porque sabía que mi amijo tenía la manía de contar los segundos. Él sabía cuánto tiempo había pasado, cuánto faltaba para que él tuviese la posibilidad de volver a tener el control sobre su cuerpo.
Se lo pregunté.
—Poco—fue su única respuesta—, casi nada.
—Entonces no vas a disparar—aseguré.
—¿Estás seguro de eso?
En un momento, movió el arma, dejó de apuntarme. Disparó pero no me hirió, la bala pasó prácticamente zumbando justo al lado de mi pierna. Permanecí inmóvil viendo cómo Daniel volvía a apuntarme, esta vez a la cabeza. Él estaba temblando, sus ojos seguían brillando y volvía a llorar. De verdad no quería hacerlo pero, a la vez, estaba dispuesto a disparar. No a mí, quizás sí pero en contra de su voluntad.
—¿Qué va a pasar cuando sean las una?—pregunté.
—Tienes lo que Richard quiere que tengas—dijo. Su voz había vuelto a cambiar, esta vez comenzaba a oírse lejana. Noté que comenzaba a desvanecerse, sus pies desaparecían. ¿Qué mierda era esa?—, te toca usarlo.
Editado: 07.02.2019