Cuando llegué al colegio, me desperecé y caminé fuera del autobús con los ojos fijos en la melena morena de la hermosa chica que había subido en la última parada del recorrido antes de que el transporte partiera hasta la terminal de ómnibus.
Shane y Alec caminaban varios pasos por detrás de mí, sin embargo, me detuvieron antes de que entrara en la institución glorificada por la prensa nacional provocando que perdiera de vista a la preciosa chica de los tacones negros. Gruñí, y me giré antes de zafarme de su agarre para sentarme de mala gana sobre el tapial de ladrillo y mármol blanco de la entrada. Porque aún debía de esperar a mi querida e insoportable mejor amiga, Amalia.
Amalia Sacceri es una chica que tiene un año menos que yo, pero que está en el mismo curso que yo porque en secundaría había repetido un curso con mis amigos. Es la hermanastra no sanguínea de Alec, porque el padre de él y la madre de ella se casaron cuando ambos eran pequeños. Ella era la típica chica efusiva con métodos de manipulación increíbles, y una encantadora sonrisa a la que no había manera de decirle que no. Tenía la cabeza llena de rojos y furiosos rizos que le caían en cascada por la espalda y que debía de desenredarse con la cabeza mojada todas las mañanas. Sus ojos de un color verde oscuro a veces podían intimidarte y otras veces te hacía sentir desnudo. Yo no me llevaba bien con las mujeres que no tuvieran la misma idea que yo: acostarse y pasar una buena noche; pero ella era la excepción, porque con los años que habíamos pasado junto, logramos ser mejores amigos.
Aunque mi primo era quién babeaba por los suelos debido a ella y su actitud. Y a ella él le atraía, pero su orgullo le impedía gritar sus sentimientos por un idiota con debilidad por cada mujer que se le ofreciera con solo una ojeada.
Podían decirme lo que ellos quisieran, pero yo sabía que tenían sexo cada vez que repentinamente desaparecerían.
Pero ese no es el punto.
El punto se trataba específicamente de la niña del transporte escolar, que no lucía como una niña con excepción de la dulzura que se transparentaba en su precioso rostro. Ella no había hablado con nadie, hasta había rechazado la conversación que Donovan había intentado iniciar (lo que me sorprendía porque a pesar de los moretes Franco le resultaba atractivo a gran parte de la platea femenina escolar), y no podía disentir que estaba asombrado, divertido inclusive.
Yo quería acercarme, pero sabía que iba a terminar de forma inevitable metido en un alboroto que incluiría agresión verbal y física contra Franco. Nos odiábamos de una manera tan pura, que con solo sentir nuestras fragancias en el aire un instinto primitivo de ataque se activaba en el respectivo cerebro de cada uno.
Ambos éramos tontos. Pero Franco más que yo, por supuesto.
De repente sentí una fuerte punzada sobre la mejilla derecha y pude oír unas risotadas mientras era catapultado hasta la realidad. Me quitaron a la niña del bus de un sopetón que quemaba en mi mejilla.
—¿Qué rayos es lo que sucede contigo, Lía?—escupí la pregunta frunciendo mi ceño al mismo tiempo que me pasaba la palma de la mano sobre la mejilla intentando conseguir un poco de alivio.
—Lo mismo podría preguntarte yo a ti, mi querido amigo Jay—murmuró, sarcástica y divertida al mismo tiempo.
Puse los ojos en blanco.
—El idiota de Shane dijo que el Capitán América entró en tu piso y que era obvio que te estaba rompiendo el culo porque te escuchaba gritar como un maldito condenado desde el suyo—narró, un gran signo de pregunta se me formó en el rostro—. Después dijo: «Jay, ¿No es cierto que el Capitán América te rompió el culo anoche?» Y tú, como el menso que eres, quedaste en evidencia al asentir con la cabeza. ¡No me estás prestando atención! ¿En qué estás pensando?—me reprochó al mismo tiempo que golpeaba el tope de mi cabeza con su mano.
—En ti seguro que no—protesté sobándome y arrojando un manotazo en dirección suya cuando noté que intentaba volver a propinarme un golpe, lo que me hizo darme cuenta de que tenía las manos y los hombros libres de bolsos o carpetas de colores—. Te olvidaste las cosas, creo—murmuré guiñando un ojo con gesto divertido, ella negó con su cabeza antes de apartarse el cabello del hombro y bajarse del tapial de mármol con un saltito para luego iniciar su caminata hacia el interior del colegio.
—Si me hubieras escuchado sabrías que llegué mucho antes que ustedes y que es por eso que ya sé cuál es mi sección y casillero—presumió rodando los ojos mientras avanzaba con golpes firmes que resonaban en el cerámico gris del corredor—. Ahora, ¿me vas a decir la razón qué tienes para usar tu cerebro en vez de prestarme atención cuando hablo?