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La Venganza y La Redención

  Abro los ojos lentamente, el sol abrasador dificulta mi visión y tardo unos largos segundos en enfocar. Cuando finalmente logro hacerlo, la cruel realidad se presenta ante mí de manera nítida: mi enemigo sigue de pie, impenetrable. Mi corazón late con fuerza, y mi mano tiembla descontroladamente al apretar una y otra vez el gatillo de mi arma, pero mi cargador está vacío, como si la maldita suerte se hubiera aliado con él.

Respiro hondo mientras comprendo que mi vida cuelga de un hilo, una cuerda tensa que él sostiene firmemente entre sus manos. La adrenalina fluye a raudales, y puedo sentir el sudor frío en mi frente mientras observo a mi adversario acercarse hacia mí, no con una mirada de triunfo, sino con un rastro de oscura satisfacción en sus ojos. No apunta a mi cabeza, no busca el final rápido; apunta a mi pecho, a mi corazón, y está dispuesto a disfrutar cada agonía.

Empiezo a contar los pasos que nos separan, como si el tiempo se hubiera detenido y me diera un instante de lucidez antes del inevitable desenlace. Imágenes de mi pasado recorren mi mente de forma vertiginosa. Pienso en la decisión de aventurarme en el Oeste, una elección que, a pesar de los horrores que vivo ahora, me brindó momentos de placer y libertad, un atisbo de esperanza en medio del desespero.

Pero también revivo la oscura noche en que esos hombres brutales irrumpieron en mi hogar, robaron mis caballos, asesinaron a mi esposo, profanaron mi cuerpo y dejaron mi casa en ruinas tras prenderle fuego. Las lágrimas surcan mis mejillas al recordar el sufrimiento que experimenté, la sensación de impotencia y el deseo de venganza que me ha impulsado hasta este momento.

A pesar de todo, mi mente se llena de recuerdos felices de mi esposo, de los días en que reíamos juntos, de las noches en que cantábamos bajo las estrellas, de sus abrazos cálidos y sus besos apasionados. Pero, por encima de todo, recuerdo las palabras de amor sincero que me dedicaba, palabras que ahora se erigen como un faro de consuelo en medio de esta caótica tormenta.

No siento miedo cuando el cañón frío del arma de mi enemigo pasa de apuntar a mi pecho a hacer contacto con mi frente. Puedo sentir su respiración entrecortada, sé que él también ha sufrido por todo lo que ha hecho en su vida, aunque sea un poco tarde para el remordimiento. Cierro los ojos y espero el inevitable final, un final que se siente como el cierre de un oscuro capítulo de mi historia.

El rostro de mi esposo vuelve a mi mente con una claridad asombrosa, y me digo a mí misma que espero que él me perdone por no haber completado mi venganza, por no haber limpiado su nombre y su memoria de la mancha que estos hombres dejaron. Pero, en este momento, estoy en paz en cuerpo y alma, porque sé que pronto volveré a estar con él en algún rincón del más allá. Sonrío con los ojos cerrados mientras escucho dos fuertes disparos que rompen el silencio.  

 

  El alivio recorrió mi cuerpo como un escalofrío cuando me di cuenta de que la mujer había fallado sus disparos. El sol abrasador parecía haber tomado partido a mi favor, o tal vez era la locura lo que la llevó a cerrar los ojos al disparar. En ese momento, sentí que la fortuna me sonreía. Si no conté mal las balas, su arma estaba vacía. Una sonrisa pícara se dibujó en mis labios por su desgracia, y mis ojos brillaron con malicia. Pero la expresión de triunfo evolucionó rápidamente cuando la vi abrir los ojos y presionar el gatillo de nuevo, sin que saliera ningún proyectil.

Mi certeza se confirmó, había contado bien sus balas

Pensé que una muerte rápida, un simple disparo en la cabeza, sería demasiado honorable para esa mujer. Creí firmemente que debía pagar por las muertes de mis colegas. La ira brotó en mí al recordar cómo ella los eliminó, cómo los dejó tendidos en el polvo del Oeste. Pero, al mismo tiempo, le di cierto crédito al comprender su sed de venganza. Comprendí el mal que le causaron mis colegas, el sufrimiento que había experimentado, y su deseo de revancha; en cierto modo, respeté eso.

Comencé a avanzar hacia ella, con mi arma apuntando a su pecho, la boca seca y el corazón latiendo con fuerza. Los rostros de mis colegas caídos se entremezclaron en mi mente con la barbarie que infligieron a esa mujer, una violencia que yo mismo presencié pero que no pude evitar. Mi sonrisa desapareció cuando estuve a solo centímetros de distancia de ella. Vi cómo cerraba sus ojos, esperando el final inevitable con una valentía que me desconcertó.

En ese momento, decidí que no la haría sufrir más de lo necesario. Mi dedo acarició el gatillo mientras elevaba la mira de su pecho hacia su frente. Sentí la presión de mi arma sobre su piel sudorosa, y mi mente se llenó de pensamientos oscuros. Justo cuando estuve a punto de apretar el gatillo, dos de mis colegas salieron de sus escondites, emergieron de la sombra de la muerte que los cubría. Los había olvidado por completo, pensé que todos ya habían caído. Pero ninguno pudo moverse ni decir una palabra, estaban paralizados por el miedo y la confusión.

Desde el norte, no muy lejos de nuestra posición, resonaron dos fuertes estruendos que impactaron en sus cabezas con violencia. El sonido de los disparos creó un caos momentáneo en el que nadie sabía quién era el enemigo ni de dónde provenía el ataque. Sin pensar, corrí a toda velocidad en busca de refugio detrás del árbol donde había estado desde el principio.

Una vez allí, mi respiración era agitada y mis pensamientos caóticos. Disparé hacia la nada, sin saber de dónde venía ese nuevo enemigo que había interrumpido mi plan. Mis balas volaron al azar, en un acto de desesperación. Entonces, el peso de mi precipitación cayó sobre mí cuando observé mi arma.

Solo me quedaba una bala

Escupí al suelo y solté un nuevo torrente de maldiciones mientras me encontraba atrapado en una situación desesperada y rodeado de incertidumbre. Lo que seguiría a continuación era incierto, pero sabía que la lucha aún no había terminado en este Oeste implacable.



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En el texto hay: novelacorta, argentina, drama

Editado: 03.09.2023

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