Don “sí, señor” suelda unas varillas para armar una reja, y yo reviso los mensajes en mi celu. Mi novio no me respondió si voy a buscarlo para ir a algún lado. La otra vez que le dije que tenía ganas de que salgamos, me dijo que sí, hasta me prometió que escogería el lugar y todo.
Resoplo, mandándole otro mensaje a ver si al menos me clava el visto.
—León, pasame el martillo que está sobre la caja negra.
Voy a buscar lo que me pide y se lo doy.
—Gracias, y si querés, ya te podés ir yendo. Solo me queda clavar algunas cosas y no necesito mucha ayuda pa eso.
Guardo algunas cosas para que el señor no se tropiece. Después, alcanzo mi mochila y me despido hasta el miércoles.
Ya que Ángel no me contesta, creo que voy a verlo. Tal vez volvió a pelearse con su papá y ahora está en penitencia.
Apenas llego a su casa, toco las manos y espero, pero nadie sale. Quizás si es cierto que lo penitenciaron y ahora debe estar metido dentro como si fuera un preso.
—¡Eh! ¡Ángel! —le grito apenas veo su perfil en la ventana.
La cortina vuelve a correrse, lo que significa que en seguida vendrá a abrirme. Apenas aparece en la puerta, su ceño fruncido es señal de que algo malo hice.
¿No tenía que mandarle tantos mensajes?
Si estaba ocupado bien podría haberme dicho que no lo moleste, no enojarse y ya.
Mi novio abre la reja de su casa, pero se queda parado ahí con los brazos cruzados y una cara agria que complementa bien la arruga en su frente.
—Ah… ¿Hice algo?
—¿Querés explicarme por qué Benjamín era mejor opción que yo?
Retrocedo, negando con la cabeza.
—¿Qué?
De repente me acuerdo que Benjamín nos vio; que dijo que no sería cómplice con su silencio. No puede ser. Él no podría haber cruzado la línea de esa forma. Sé que las injusticias no le gustan, pero no creo que se haya atrevido a…
—¡¿Por qué?! ¡Mirá toda la mierda que hice para ayudarte, para que estés bien!
—Ángel…
—Mientras estabas divirtiéndote con Benjamín, yo me preocupaba porque no estudiabas bien, no andabas bien en tu casa, ¡andaba pendiente de cómo ayudarte!
Ángel muerde sus labios, bajando los brazos de golpe.
—¡Me cuestionaba qué mierda estaba haciendo mal! ¡¿Por qué mierda mi novio prefiere estar con su amigo en vez de conmigo?! ¡Me forcé a mí mismo a ser un poco más abierto!
Su mirada es vidriosa, pero se esfuerza por no romperse.
—¡Otra vez fui el pelotudo al que engañan!
—¿Otra vez? —Me tapo la boca porque no debí preguntar.
—¡Gastón se encamó con uno de sus amigos! —me grita—. Y yo como el pelotudo que soy nunca me di cuenta hasta que tuvo que venir el sorete con el que me puso los cuernos a decirme. ¡¿Ahora qué mierda crees que pasó?!
Retrocedo un poco más.
—Benjamín y yo no… O sea, lo besé, pero…
—¡Ya sé qué mierda hiciste con ese! —exclama, asentando un puño en la reja —. ¡Mi papá tenía toda la puta razón del mundo acerca de vo!
—Ángel, por favor, dejame explicarte.
—¡Andate a la mierda!
Ángel cierra la reja en mi cara y su mirada vidriosa se clava en la mía. No puedo concentrarme en otra que en ese dolor revelado en una mirada que pensé conocía de derecha a izquierda.
—No vas a perder el trabajo que te dio mi papá —dice él, sorbiendo su nariz y esquivando la mirada—. Pero yo ya no soy tu novio, ni tu amigo.
Siento que un edificio entero se acaba de caer dentro de mí.
—Ángel, te lo pido, escuchame primero.
—Ya te escuché bastante, ¿no te parece?
Él camina hasta su casa y cierra la puerta.
Que rara mezcla de miedo, tristeza y ansiedad se siente cuando uno se da cuenta de que acaba de perderlo todo. Supongo que algo de eso sienten los bebés cuando los sacan de la panza de su mami y tienen que pelearle a la vida.
Me voy para mi casa, pero freno mis pies a la mitad del camino.
¡¿Qué necesidad tenía Benjamín de contarle esas cosas a mi novio?!
Doy media vuelta y hago mi camino hasta la vía.
Él se cree un buen niño por hacer el bien, por ser correcto y educado, pero la realidad es que es más egoísta que la mierda. Vino a contarle la verdad a mi novio para andar bien y quedar bien, para proteger su propio puto ego de chico bueno sin importarle nada, ni siquiera si yo salía lastimado en el proceso.
Ahora va a ver con quién se metió.
El camino hasta la casa del infeliz se hace más corto cada vez. Hasta el puente del terror ya es solo un cruce chiquito que no intimida, o es que siento que yo intimido más ahora que estoy enojado.
Al llegar a la Costanera, miro para todos lados. En una de esas el infeliz está en la casa de algún vecino.
—¡Eh! ¡vo! —Apenas lo veo en la puerta de su casa, voy corriendo hasta él—. ¡Vení da la cara infeliz!