164 Girasoles

6.No quiero nada de ti

GIRASOL NÚMERO 20

 

Zayn Sanderson

—¿Cómo puede ser posible que solo contestes mis llamadas cuando te llamo de un teléfono que no tienes registrado?— me pregunta James, mi hermano mayor.

Pongo los ojos en blanco.

—Pues también dejaré de contestar las llamadas de los números que no tengo registrados.

—¿Puedes, por favor, poner de tu parte?

—¿De mi parte? ¿Para qué?

—Somos familia, Zayn. Quiero saber como estás.

Río secamente.

—Te acordaste muy tarde de que tienes familia.

—Zayn, por favor... dejemos nuestros problemas en el pasado, ¿Si?

—Es muy fácil decirlo así cuando fui yo el que se tuvo que ir de Inglaterra.

—Tu te fuiste porque quisiste.

—Yo me fui porque mi vida ahí era una mierda desde que papá y mamá murieron... tu la hiciste peor.

—Zayn...

—Ya no quiero seguir hablando.

—¡Zayn, espera! Joder, espera. 

—No, James. Ya no tenemos nada de qué hablar.

Corto la llamada y tiro el teléfono a mi cama con violencia.

Cuando tenía diecisiete años mis padres murieron por un incendio. Estaban solos en casa, James estaba en una fiesta y yo con Julia, mi novia de la preparatoria. El incendio se provocó por un cortocircuito... en mi habitación.

Cuando murieron la pasamos muy mal, James entonces tenía veinte y viví con él hasta que cumplí los dieciocho.

James me culpó y me hizo la vida imposible durante todo ese año. El peor año de mi vida.

Me decía toda clase de insultos, lo sacaba a relucir en cada momento y yo me quedaba en silencio. Un día le respondí, me defendí, le dije que no era mi culpa, que yo no podía controlar esas cosas y me golpeó, después me lanzó una botella rota de cerveza. Aún tengo las cicatrices en la espalda... fue increíblemente doloroso para mí, no solo físicamente, sino que después de perder a mis padres James era la única familia que me quedaba y no dejó de echarme la culpa por todo.

En cuanto cumplí dieciocho me fui.

A veces creo que me quedé callado tantas veces ante sus acusaciones porque yo también lo pensaba... lo pienso. Si hubiera estado ahí, en esa habitación donde todo pasó, me habría dado cuenta, habría hecho algo o al menos habría podido advertirles para que saliéramos de casa.

Pero no estuve ahí.

Esa noche, cuando James y yo llegamos todavía estaba el fuego, quisimos entrar de inmediato, pero los bomberos no nos dejaron. Un par de ellos entraron a la casa incendiada, pero no lograron rescatar a mamá con vida. Papá salió vivo, pero su cuerpo quedó tan quemado que no sobrevivió y murió en el hospital.

Cuando llegamos a casa aún no habían muerto... todavía puedo escuchar sus gritos de desesperación... no se callan en mi cabeza. Recuerdo lo desesperado que estaba por entrar yo mismo, incluso intenté golpear a los policías y bomberos... no dejaba de llorar.

En las noches sueño con sus gritos, no salen de mi cabeza...

Me quedo mirando la bolsita con droga en mi cama. Aún no la he probado.

No quiero caer tan bajo, pero siento que es lo único que me va a ayudar.

Suelto un suspiro, tomo mi mochila y decido salir a grafitera un poco. No es la solución, pero me ayuda a distraerme un poco.

Voy en motocicleta hacia el callejón de siempre, la tienda en donde compro los grafitis queda de camino, así que me detengo, me bajo de la motocicleta y entro.

—¡Hola, Zayn!

Suelto un bufido al escuchar esa voz. 

—Italiana— saludo desinteresado mirando las pinturas en aerosol.

—Justo en mi hora de salida, ¿A dónde vas? ¿Puedo acompañarte?

Frunzo el ceño— No.

—¡Por favor! Solo un rato.

—No.

—Puedo comprarte una lata como regalo.

—Tengo dinero.

—Pensé que sería un gesto bonito.

Me giro a verla— ¿Que no tienes una vida? ¿Una amiga? ¿Un novio al que arruinarle la vida?

—Tengo dos amigos y están en sus casas. Y nop, no tengo novio.

—Una alma más para este universo.

Llevo las latas a la caja, le pago a la italiana y ella me da el vuelto. Sin despedirme salgo de la tienda y en mi moto me dirijo al callejón.

En un semáforo noto que unas chicas de la universidad van caminando por la vereda, son dos, creo que son porristas o jugadoras de voleibol o algo así, el punto es que usan esas ridículos chalecos de los deportistas. A un señor de la tercera edad que le cuesta caminar se le cae unas bolsas con sus compras de comida, las chicas le pisan la bolsa y pasan de largo.

Pero qué idiotas.

Estaciono la motocicleta a un lado de la vereda y le ayudo al viejo.

—Gracias— dice con la voz cansada, solo asiento— A cierta edad todo se vuelve más difícil de hacer— dice llevando sus manos a su espalda, creo que le dolió cuando intentó agacharse.— Ni ir al bingo con mi aporte para la merienda puedo.

Asiento— ¿El bingo que queda a tres calles?

—Si, ¿Te gusta jugar al bingo ahí?

—No, solo he visto el lugar.

—Oh, qué lastima. ¡Es un gran juego! Cuando piensas que puede salir tu número y esperas a que lo digan es adrenalina pura.

—Puedo llevarle las bolsas hasta el bingo si quiere.

—Oh, muchacho, muchas gracias— dice dándome unas palmadas en el hombro.

Nos giramos para ir al bingo caminando, de reojo noto una mirada sobre nosotros y miro a la vereda de enfrente, la rubia italiana está ahí, simplemente mirándonos.

La ignoro y sigo caminando.

El viejo se llama Delfín. 

Si, Delfín.

Yo pensé que era una broma e incluso me mostró su tarjeta de identidad. Efectivamente decía Delfín.

La mayor parte del camino estuvo hablándome sobre lo fantástico que es el bingo. Solo es un juego, ¿Qué tanta maravilla puede tener?

—¿Ya te dije que Belinda y yo nos conocimos en un bingo? ¡Claro que no! Si solo nos hemos conocido hoy.



#24635 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor, sadstory

Editado: 05.09.2021

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