Nacho vio a lo lejos la parada de autobús y en ella a su hija con un desconocido.
Nacho tenía treinta y dos años y era el jefe de una exitosa empresa de videojuegos, su esposa se fue y no resultaba sencillo ser un papá trabajador y solo.
— ¡Anabella! — Gritó el nombre de su hija cuando estacionó el coche delante de la parada y saltó fuera de él.
— ¡Papá! — Lo llamó Anabella que corrió hasta él y Nacho se agachó para abrazarla.
— Ana. — Respiró aliviado y la alejó de él para mirarla. — ¿Estás bien? — Anabella asintió.
— Sí, papá. Voy a ir a ver a mamá. — Nacho se puso serio y miró al desconocido que lo había ayudado. — Es Ezequiel, mi nuevo amigo. — Lo presentó Anabella que se soltó de su padre y se acercó a Ezequiel, quien tenía la consola portátil en la mano. — Ezequiel me ha ayudado a pasar un nivel…
— Sube al coche, Anabella. — Le ordenó su padre que se levantó y Anabella lo miró.
— ¿Iremos a ver a mamá?
— No iremos a ver a nadie, es tarde, tendrías que estar en la casa y en la cama. — La regañó Nacho y fue a abrirle la puerta trasera del coche. — Sube.
— Adiós. — Se despidió Anabella de Ezequiel, cogiendo su consola y caminando después hacia el coche con la cabeza cabizbaja. Nacho le puso la mano en la cabeza y cuando Anabella subió al coche, cerró la puerta.
— Gracias por su ayuda. — Agradeció entonces a Ezequiel y dio la vuelta al coche para subir en él. Una vez dentro, vio a su hija decirle adiós con la mano a Ezequiel a través de la ventana cerrada y como él respondió del mismo modo. — Ponte el cinturón, cariño. — Le dijo Nacho y abrió la puerta del coche para salir y dirigirse a Ezequiel. — Suba si quiere, lo llevaré a donde sea.
— No es necesario. — No quiso Ezequiel agitando sus manos y Anabella abrió su puerta.
— ¡Sí, sube! — Le pidió la niña.
— Ha perdido el último autobús por estar con mi hija, deje que lo lleve a casa. — Insistió Nacho y Ezequiel asintió entonces.
— Está bien. Gracias. — Agradeció Ezequiel y Nacho asintió.
— Suba atrás si quiere. — Le dijo y volvió a entrar en el coche. En el asiento de atrás, Anabella se echó a un lado y Ezequiel subió rápidamente a su lado.
A través del espejo retrovisor, Nacho miró a su hija con Ezequiel jugando con la consola portátil.
— Anabella. — Llamó a su hija. — ¿Cómo te has ido de casa sin que las chicas de servicio se dieran cuenta? — La interrogó, girando el coche en una calle y continuando conduciendo recto. Ezequiel levantó la mirada hasta Nacho y miró después a la niña que no atendió a su padre por estar jugando con la consola. — Ana. Te estoy hablando.
— Deberías responder a tu papá. — Le dijo Ezequiel en tono suave y Anabella lo miró. — Las niñas pequeñas no deberían salir de casa solas.
— Te lo agradezco, pero no te metas. — Habló Nacho y puso el intermitente para detener el coche a un lado de la carretera. Luego se quitó el cinturón y se giró quitándole la consola a su hija.
— ¡NO! — Chilló Anabella, pero se quedó quieta en el asiento cuando su padre le levantó la voz.
— ¡Basta, Anabella! Te quedarás sin juegos hasta que yo diga lo contrario. — La castigó Nacho, luego miró a Ezequiel impresionado y volvió al frente apoyando las manos en el volante. — Perdona por gritarte, Ana. Papá está muy nervioso…
— ¡No quiero vivir contigo, quiero irme con mamá! — Lloró Anabella y se quitó el cinturón para salir corriendo del coche.
— ¡Ana, vuelve aquí! — La llamó Nacho, saliendo del coche preocupado y quedándose paralizado cuando su hija se detuvo en mitad de la carretera al ser asustada por el claxon de una moto que circulaba en su dirección. — ¡Anabella! — Gritó Nacho, viendo como Ezequiel llegó hasta ella y la sacó de la trayectoria de la moto. — ¡Ana! — Corrió hasta su hija que cayó al suelo encima de Ezequiel y la incorporó viendo que estuviera bien.
— Eso ha estado cerca. — Suspiró Ezequiel que también se incorporó y Nacho lo miró agradecido. — No debes correr por la carretera. — Avisó Ezequiel a la niña y Anabella lo abrazó.
— No lo volveré a hacer. — Dijo Anabella y Ezequiel que sonrió, miró al padre de la niña.
— Gracias. — Le agradeció Nacho y Ezequiel negó.
— Lo importante es que no ha pasado una desgracia. — Le quitó importancia a su acto y acudió a mirar su codo derecho al dolerle. Nacho también miró al igual que su hija.
— Tienes sangre. — Se impresionó la niña y Nacho levantó a su hija para que Ezequiel también pudiera levantarse.
— Vayamos a urgencias. — Dijo Nacho y Ezequiel se levantó negando.
— No es necesario, solo es una rozadura. — Respondió Ezequiel y movió su brazo en círculos para demostrar que estaba bien, pero Nacho lo agarró del antebrazo.
— Entonces ven con nosotros a casa, hay un botiquín y es lo mínimo que puede hacer por ti después de salvar la vida de mi hija. — Anabella apoyó las palabras de su padre y agarró la mano de Ezequiel.
— Sí, ven a casa. — Le pidió la niña y Ezequiel sonrió incómodo al verse agarrado por padre e hija. — Así conocerás también a mi hermanito Leo.
Nacho apartó su mano y sostuvo a su hija de los hombros.
— Leo estará ya dormido y tú comerás, te lavarás los dientes y harás lo mismo. — Le advirtió Nacho y la cogió de la mano para caminar con ella hacia el coche. Ezequiel se giró mirándolos.
— Ni siquiera he aceptado ir. — Murmuró y arrugó la cara.
Ezequiel observó boquiabierto el interior de la casa de Nacho, una residencia grande y con más estancias de las que una familia normal pudiera necesitar.