Habían pasado seis largas horas de oscura carretera y el efecto del narcótico estaba desapareciendo. Y eso que había sobrepasado la dosis recomendada. Sus ojos amenazaron a llenarse, inexplicablemente, de lágrimas que la obligó a detener el coche al costado de la ruta, pues no podía seguir conduciendo en ese estado lamentable.
Parada en aquel paisaje árido y solitario intentaba calmarse. El primer intento fue pensar que Joaquín nunca había existido, que sólo había sido una ilusión, un mal sueño, un mero amigo imaginario, que su mente era capaz de crear personajes que parecieran reales; pero era imposible despegarse de todo lo vivido, en especial de los últimos días, imaginar que aquello fuese una mera ilusión, una fantasía, era un verdadero sinsentido. Agitada por aquella impotencia que planteaba el olvido, empezó a golpear la bocina repetitivamente para descargarse. Su rostro mostraba serias señales de nerviosismo; su boca emitía unos ruidos desagradables y molestos producidos por el entrechocar de los dientes; sus labios se cerraban y abrían frenéticamente como si estuviese besando al aire. Su cuerpo le exigía más pastillas, se invadía de movimientos nerviosos para demostrarle que sin las drogas no podría calmarse y seguir.
“Tengo que resistir”, aquél era el único pensamiento que anidaba en su cabeza, puesto que no tenía demasiadas pastillas como para aplacar las ansias durante aquel viaje sin destino. Inmersa en aquella desesperación, inició la búsqueda en el mapa, que llevaba dentro de la guantera, de un hotel en donde detener su agitada marcha y alojarse para descansar un poco su atareada mente. Sin embargo, la intranquilidad creció sobremanera al notar que en el mapa no existía ningún hotel, ni albergue, cercano. Miraba el pedazo de papel tembloroso con expresión confusa pues se había dado cuenta de que no entendía por dónde estaba yendo. No había prestado atención en ningún momento de su recorrido a los carteles de señalización y ahora recordaba que hacía más de veinte minutos que en la ruta que había estado recorriendo no había visto pasar ningún auto, lo que la dejó totalmente desconcertada puesto que a diestra y siniestra sólo se podía comprobar que el paraje estaba completamente desierto. Estaba resignada, desconocía su ubicación y aquello empezaba a resultarle un gran problema ya que no había ningún cartel que le indicará por dónde iba; ni un solo maldito cartel, ninguna casa, ningún accidente geográfico. Lo único que había visto, desde el momento en que huyó de la ciudad y comenzó a prestarle un poco de atención al camino, fue la solitaria carretera en la que se encontraba prisionera.
Subió al auto atareada y arrancó otra vez con la esperanza de toparse, por lo menos, con alguna casa en donde poder alojarse aquella noche. Acomodó el espejo retrovisor y al ver sus ojos le aparecieron en su imaginación imágenes del crimen. No podía borrar de su cabeza la mirada vengativa con que Joaquín la había despedido antes de morir bajo la presión de sus manos. Recordaba con terror aquella sonrisa que le había ofrecido, había sido realmente horrible, se le heló la piel al pensar en ella, porque sabía que en esa sonrisa escondía los peores sentimientos que pudiese albergar un alma humana hacia otra. Su cabeza sabía que la tranquilidad que había abrazado gracias a las pastillas era irrecuperable y apretó con más fuerza el acelerador para encontrar algún paraje salvador.
Recorrida una nueva hora de ruta desierta, el milagro tan esperado por su corazón se hizo presente como caído del cielo. Los colores del amanecer, de las cinco y media, a quinientos metros, junto a un cartel que anunciaba que estaba conduciendo por la ruta veintidós, le revelaron la existencia de un hotel. El hotel como la ruta debían de ser nuevos ya que no existían sus localizaciones en el mapa que siempre había sido actualizado por Joaquín, pues viajaba, frecuentemente, solo o con su secretaria por cuestiones de trabajo. Al recordar aquello último, contuvo una carcajada de ira y pensó “Ahora tu zorrita te va tener que ir a buscar al infierno basura mentirosa”. Cruzó el portón de entrada del hotel y vio que en el garaje no había ningún auto así que estacionó sin problemas pensando que, con suerte, sería la única que se hospedara allí y que no habría inquilinos que la inquietasen. Bajó del auto con el bolso y su cartera, fue hasta la entrada y volvió a ingerir dos ansiolíticos.
“Hotel el veintidós”
El cartel, escrito con caligrafía precaria, se posaba sobre una roja puerta que le desagradó sobremanera. Antes de ingresar, sacó unos lentes negros de su cartera para ocultar lo rojo de sus ojos nerviosos y entró con paso elegante intentando parecer natural para no llamar la atención con su aspecto.
El lugar parecía acogedor, las paredes estaban pintadas de un suave celeste y el mobiliario era bastante modesto. Miró derredor, un poco más relajada gracias al efecto que le producían las patillas, y tomó la determinación de hacer todo lo más rápido posible, evitar cualquier contacto visual con la gente que hubiese en ese lugar, para irse a descansar.