24 Horas

Las llamas de mea culpa

"No quiero prender al mundo en llamas"

-The ink spots

Los ojos de Daiya permanecían absolutamente abiertos, con sus venas rojamente visibles y sus pupilas contraídas al extremo, parpadeando solo cuando sus globos oculares comenzaban a dañarse por la sequia, observando fijamente aquel policía que yacía sentado junto a la puerta, con su mirada perdida en el suelo.

Marta, sin embargo, aun seguía sin enterarse de lo que sucedía y, en consecuencia, pudo dormir un poco debajo de aquellos colchones.

—Al final si se quemó la mariposa... —Susurró ella

Los pasos continuaban por el húmedo suelo del Mercado Central. Todos avanzaban en silencio por las calles laterales, sin prestar atención a al barrio que a pocas cuadras aun humeaba y de la que aun se distinguía el ruido de disparos viajando por el viento. No. Todos avanzaron en completo silencio.

Freud sostenía a Anne con su mano derecha mientras que con su otro pulgar giraba cariñosamente el tambor, con una mirada decaída y cansada.

Mauro caminaba junto a Miguel, ambos observando hacia adelante en completa seriedad, observando como más adelante Benjamín seguía el paso sin importar su herida. Caminaba observando el asfalto como si se tratase de un negro y muerto rio.

A lo lejos observó un zombi caminando errante e ignorante del mundo, por lo que aceleró el paso con su pistola robada en mano.

Oye, ¿qué haces?

Estiró su brazo y con aquel arma que perteneció al mismo que mató, voló fríamente los sesos de aquel caníbal, arrugando su nariz en señal de odio. No oyó la pregunta, ni el disparo o tan siquiera el penetrante agudo sonido del casquillo rebotando dos veces contra el suelo. Solo se concentró en la espesa sangre negrácea que se separaba en gotas para luego esparcirse en el suelo.

—Díganme... —Pronunció después de casi una hora de silencio— ¿Qué se supone que hagamos una vez lleguemos? Digo, ya no tengo motivos para seguirlos. Y aquí estoy.

Yo ya lo dije. Buscaré refugio. Son bienvenidos si lo desean, pero estoy seguro que desearán irse. Lo mío seguramente no sea tan grande para un grupo mayor a dos personas.

—Mi hermano, mis hijas y yo seguramente viajemos en busca de un lugar cómodo para vivir. Como una escuela o una casa grande y segura. Puedes venir si lo deseas. De hecho, nos caería bien.

—Hmph... es curioso pensar como en menos de un día todo se fue a la mierda... —Comenzó a divagar en un tono tan bajo que solo él podía oírse— da miedo como todo cambió en tan pocas horas. Tanta gente perdió a sus seres queridos. Tantos los seguirán perdiendo. Y nunca podremos acostumbrarnos. Solo los que nazcan después de hoy podrán sobrellevarlo, porque este será su mundo, mientras que el nuestro se extinguió para dar pie a uno nuevo.

Benjamín tenía razón. Amargamente tenía toda la razón.

Caminaron hasta finalmente lograr salir de aquel infame lugar, divisando a lo lejos el gran puente rojo que cruzaba un ancho rio. El gran Puente Ferluci que daría paso a la tan esperada Términa.

Se acercaron para observar las enormes y destruidas barreras policiales que, en un principio, fungían para detener la salida y acceso a la ciudad. Ojearon aquellos policías desfigurados por las pisadas y las balas, con la esperanza de conseguir algo. Mas decepcionante fue el hecho de que solo pudieron robarse los morrales para los cartuchos, consiguiendo además dos de estos que encajaban perfectos con la pistola de Miguel.

—Que conveniente... —Comentó en voz baja mientras se colocaba los morrales en la cintura

—Peor es nada —Respondió su hermano

Avanzaron lentos por el gran puente, esquivando autos destruidos y muertos atrapados bajo las ruedas que aun gemían reclamando por comida. Algunos de ellos, los más cercanos al extremo por el que se adentraron, aun seguían largando una peligrosa cantidad de humo. Mauro no pudo evitar prestar su atención a un auto que se hallaba estrellado contra el lateral derecho de una camioneta, cuyo parabrisas estaba totalmente destruido. Se podía observar un cabello de oro ensangrentado esparciéndose por gran parte del capó, perteneciente a una joven mujer que halló su final al clavar su cuello contra un filoso vidrio.

Intentó no pensarlo, pero no podía evitarlo.

Ella levantó rápida y toscamente su cabeza, observándolo fija y sonriente, con unos ojos que solo emanaban odio. No pudo evitar asustarse al hacer contacto visual. Sus piernas temblaron al igual que sus manos. Su mandíbula no podía abrirse del pánico al observar a Verónica nuevamente.

—¡¡Tú no te mereces esto!! —Gritó ella— ¡¡Encontrarás tu fin antes de que siquiera puedas volver a estar tranquilo!! ¡¡Hallarás el sufrimiento!!

¡Oye! —Alertó Freud mientras golpeó fuertemente la nuca de Mauro— No te retrases.

—Si... está bien... —Observó nuevamente a aquel auto. Percatándose de que su mente comenzaba a maquinar en su contra nuevamente

Mientras avanzaban observando los destruidos y abandonados autos, Mauro sentía como si dicho puente estuviese hecho de papel con pilares de cartón que se agitaba psicodélicamente gracias al flagelante viento que seguía la corriente del rio. Había algo que le provocaba un fuerte sufrimiento a su estomago. Por alguna extraña razón, se sentía muy nervioso por ver a sus hijas.

Las nubes se transformaban gradualmente en enormes mariposas que surcaban los cielos de manera pacífica. Cada aleteo una nueva corriente de aire que los golpeaba silbando cacofónicamente. Aquellas que absorbían el humo del caos se ennegrecían en corrupción. Algo en su respiración no estaba bien, su esternón parecía apretarle cruelmente torturando sus pulmones, aprisionándolos en presión.

—¿Mauro? —Preguntó su hermano al notar la cara de pánico del padre



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En el texto hay: zombies, psicologia, accion aventura

Editado: 26.01.2022

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