Semana 7. Sábado.
Estaban Lucas, Emily, Guillermo, David y un grupo del ministerio en la biblioteca buscando información sobre esa leyenda de la puerta del cielo, ya que Maul seguía inconsciente y no tuvieron otro remedio que seguir la investigación ellos. Pero libro tras libro, página tras página, no encontraron absolutamente nada.
– ¿Cómo es posible qué no haya nada? – Masculló David cerrando un libro de golpe y dejándolo en la estantería –. ¿Se nos está escapando algo? – Miró a la mesa, donde estaban los demás revisando otros libros.
– Si es una leyenda antigua, tiene que estar aquí, en los libros – comentó su padre –. Ya que se supone que debe de estar escrito, ¿no?
– Se supone, pero llevamos horas aquí y no hemos encontrado nada – David se giró ya volvió a mirar las estanterías –. Pero no solo nosotros, el resto de bibliotecas tampoco encuentran nada.
– Es el cielo, es algo sagrado, ¿no? Quizás sea más difícil de encontrar – añadió Emily.
– ¿Habéis hablado con el vaticano? – Soltó Lucas, lo que provocó que todos le mirasen –. ¿Qué? – Masculló –. Lo ha dicho ella. Es algo sagrado, así que puede que esté allí, ¿no?
David miró al grupo de ayudantes del ministerio en busca de alguna respuesta.
– Voy a ponerme en contacto con ellos. A ver que puedo averiguar – uno de los hombres se levantó y se marchó de la biblioteca, dejando su pila de libros sin revisar en la mesa.
– Aun así tiene que haber algo, ¿no? – David se dirigió a esa pila de libros para revisarlo él mismo–. Aunque sea una referencia o algo. Es imposible que eso desaparezca de la nada.
– A no ser que esté mintiendo – susurró Guillermo.
– ¿No lo dirás en serio, papa? – David levantó la mirada hacia él.
– Es solo un comentario, hijo – respondió él –. Maul estaba cansado, así que a lo mejor se confundió o vete tú a saber.
– Pues como se haya confundido… Nos ha hecho perder un valioso tiempo… – Refunfuñó David abriendo un libro –. Ojalá existiese una biblioteca digital en la que buscando por las palabras claves…
– ¿Qué has dicho? – Uno de los hombres del ministerio se levantó de golpe.
– ¿La biblioteca digital? – David le miró extrañado.
– ¡Existe! – Comentó el hombre.
– ¿Me estas tomando el pelo? – David cerró el libro de golpe.
– ¿No te referirás a la japonesa? – Agregó Guillermo.
– ¡La misma! – Soltó el hombre con bastante entusiasmo.
– ¿Crees qué nos darán acceso? – preguntó el padre.
– Sé que no nos llevamos muy bien con ellos, pero quizás hablando podremos hacer algo…
– El procedimiento requiere mucho papeleo, nos podría llevar días… – Le dijo otro hombre.
– Les decimos que es una cuestión de vida o muerte. Aunque en verdad sí que lo es…
Todos se callaron y no dijeron nada, por lo que el hombre salió disparado de allí para comentárselo al director.
Más tarde…
David, Robinson y un intérprete de idiomas se encontraban en ese instante momento en el ministerio japonés, ya que a pesar de todos los inconvenientes que le pusieron, pudieron llegar al país de forma excepcional y con medidas muy estrictas.
– ¿Esto es la biblioteca digital? – Susurró David al entrar en una sala enorme y blanca en la que tan solo había una mesa justo en medio de la habitación. Mesa en la que había un equipo informático de última generación.
El miembro japonés del ministerio avanzó hasta la mesa y se sentó en el ordenador, encendiendo el equipo inmediatamente. Momento en el que ellos tres avanzaron hacia allí y se pusieron detrás del ordenador, instante en el que el hombre dijo algo breve.
– Ha dicho que tarda en encenderse un par de minutos – les dijo el intérprete a David y a Robinson.
– Sin problema – admitió el director mientras que David observaba el curioso teclado japonés –. Esperemos que esto valga para algo…
– Eso esperemos, porque si no…
El ordenador emitió un sonido y la pantalla se encendió de golpe, mostrando directamente un buscador, momento en el que el hombre pronunció algo.
– Ya está listo – les tradujo el interprete.
– Tenemos que ser eficaces con la búsqueda – comentó Robinson –. Dile que ponga Leyendas del cielo.
El compañero se lo tradujo y este lo introdujo en el ordenador, devolviéndole una extensa lista de resultados, lo que provocó que el hombre se quejase.
– Dice que hay que filtrar más o que se tiraría una semana intentando buscar algo en todos esos resultados.
– Hay que ser más especifico, Robinson – le dijo David –. Di que borre y ponga… Leyenda, llaves, puerta y cielo.
El intérprete tradujo exactamente lo que le dijo David. Introduciendo el hombre a continuación las cuatros palabras claves, devolviéndole tan solo un resultado.
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Editado: 17.07.2022