Varios metros más adelante, Gulf sintió que se quedaba sin aliento. Frenó sus pasos y cerró los ojos. El pecho le dolía. Se aflojó la corbata y algunos botones de la camisa del uniforme. Se mordió el labio, arrepentido.
¿ Cuántas veces se le iba a presentar una oportunidad como aquella?
¿Cuántas veces un jovencito lindo, de extremada dulzura, le iba a volver a hablar?
¿Cuántas veces un jovencito como aquel, tan amigable y con una sonrisa tan hermosa como la que tenía, que parecía ensancharse cada vez que lo miraba a él, le pediría que jugaran juntos?
Su baja autoestima destrozada por años de bullying, malos tratos y soledad no le permitían pensar que algún día podría tener un novio como aquel joven. Pero una vocecita, persistente aunque débil que parecía esforzarse por salir y hacerse oír por encima de todas las palabras de crítica y homofobia que inundaban la mente de Gulf, resonaba insistentemente.
Y Gulf, empapado y tiritando, con los ojos cerrados y con el corazón queriéndose saltar de su pecho acongojado, por primera vez en años, decidió hacerle caso a esa voz.
Puede que no fuera lo suficientemente bueno o merecedor como para tener un novio así, pensó, tan bueno y tan dulce pero valía la pena esforzarse por tenerlo como amigo.
Un amigo como Mew, pensó Gulf volviendo sobre sus pasos, sanaría la vida de cualquiera, hasta la de él, que le había parecido a veces que ya no era una vida que merecía seguir viviéndose.
Llegó respirando con dificultad al borde del claro donde minutos atrás había estado jugando con Mew. Se limpió el rostro de lluvia y de lágrimas. Pero por más que lo buscó no logró verlo.
El claro, lodoso y neblinoso, con una fina cortina de lluvia que lo volvía fantasmal a la vista, estaba completamente vacío y silencioso.
- No lo merezco ...,- pensó Gulf alejándose a paso lento- no me merezco a un amigo como tú ... todos ellos tienen razón ...