Por primera vez en mucho tiempo me sentí ahogado, sentí ganas de largarme pero no era práctico. Por más que quería mirar positivamente mis nuevas relaciones interpersonales en esta semana, en momentos los sentía como una carga y me odiaba por eso. Cerramos con llave la puerta de entrada y la del techo, no había lógica en que alguien entrara, era innecesario cerrarla pero era un manera de sentirnos protegidos. No pude cerrar los ojos, sentía la sangre hervir del coraje, me sentía estúpido por haber creído, por bajar la guardia. Así que pasé en vela tratando de abrir la reja de metal del departamento de arriba hasta que a la luz del día, lo logré.
El golpe al abrir fue tan fuerte que Claudia llegó corriendo al escucharlo, Oscar y María, la señora, seguían en casa reponiéndose. Al mirarla dije:
-Siento lo de tu hermano
-La abriste
-Veamos qué hay detrás de este misterio- dije en tono tranquilo, como queriendo nivelarme al buen humor que leía en su expresión pero no pude mantenerme, el coraje seguía reinando mis entrañas.
Abrimos las cortinas de las ventanas para dejar que la luz del sol alumbrara el interior, me lastimó los ojos unos instantes.
Nada de aparente valor, un par de pinturas adornaban las paredes, paisajes que se venden a granel. Muebles gastados, un poco olorosos. La cama con sabanas viejas, almohadas con cubiertas hechas por playeras viejas. En la cocina una licuadora, la estufa, con el refrigerador dañado, no olía mal porque no había nada más que cubos de hielo en la nevera. La despensa tenia granos y leguminosas que tomamos, unas galletas de caja con varios meses para que caducaran. Una televisión de bulbos y un tocadiscos también gastado. Nada de valor, más allá de una amplia colección de discos de vinilo. Nunca conviví mucho con los vecinos, salía al amanecer y llegaba por la noche directo a cenar y dormir. No recordaba quien vivía aquí, pero creí en verdad que el interior era más prometedor. ¿Por qué proteger tanto un departamento sin nada de valor? Como si las rejas fuera más un mensaje para ahuyentar. Buscaba tanto una señal para seguir, que esperaba verla en cualquier lado, incluso en ese departamento.
El obstáculo más grande en ese momento fue buscar un vehículo, si bien existían autos estacionados por muchas partes a los alrededores, no sabíamos cómo echarlos a andar sin las llaves. Después de desayunar Claudia y yo salimos en busca del alguno, con mucha esperanza y esta vez sin apartarnos, uno del otro, como de nuestros bates. En una de las calles encontré otra de mis señales, un rio de poco más de dos metros de heces de ratas. Miramos con precaución pero no había rastro de los animales. Usamos las bicicletas para abarcar más espacio. Al paso del día mi mente se despejó y recordé la ubicación de una concesionaria de autos.
Como lo dictaba nuestra suerte, encontramos el lugar pero apenas y quedaban tres vehículos, de segundo uso según sus fichas, pero no estábamos quisquillosos. Uno era blanco, compacto, de esos que no tienen puertas traseras, no era práctico. Otro tenía un rojo brillante, hermoso, amplio, con potencial. El tercero era una camioneta, negra, alta. Pasamos a la oficina en busca de las llaves y fue sencillo. Me eché a carcajadas al darme cuenta que pude haberlo hecho hace tiempo. Bien reza el dicho sobre salir de tu zona de confort para poder conquistar el mundo. Probamos el auto rojo y la camioneta, ninguna encendía, sonaban ahogadas. Verificamos que no tenían gasolina y quizá por ello nadie se las llevó en la emergencia. Atento a los ruidos en el intento de encendido, el silencio que antes calaba ahora parecía cortado por algo. Regresé a la oficina para buscar algo de gasolina, no había, pero escuché atento la pared, acerqué mi oreja para una mejor definición y percibí rasguños de los cuales imaginaba su origen. No quise asustar a Claudia así que no lo comenté.
Fue el día en que menos palabras compartimos, solo nos mirábamos y acertábamos nuestras expresiones. Mientras Claudia y yo fuimos por combustible y llevamos los vehículos a casa, Oscar y María prepararon la comida y rompimos el silencio en la cena.
-Podemos salir mañana o en un día, pero hay que crear un plan, trazar una ruta si acaso necesitamos volver. Vamos a seguir intentando en la radio y a llevarla. Hay que dar prioridad a los alimentos y agua, ropa y algunos productos de limpieza, vamos a cruzar la ciudad pero debemos tomar en cuenta que quizá tengamos que retornar.
Miré a María al recordar que no la pusimos al tanto como debíamos.
-No hemos hablado de lo que sucedió ayer, no sé si alguien quiere abordarlo.
Empuñe mi mano callando para no volverme el centro de ello cuando dos personas habían sido víctimas directas del chico.
María me tomó con su mano, que temblaba un poco estaba ligeramente húmeda.
-Vámonos- dijo.