Al terminar de trabajar, Selene está esperándome en la puerta con las manos enlazadas detrás de la espalda, meciéndose en la nana de sus pensamientos. Ahora siempre me espera al salir cuando acabábamos nuestro turno, pero nunca la he acompañado a casa porque silenciosamente sus ojos me dicen que no quiere que lo haga.
Al pasar junto a ella se coloca a mi lado, andando al mismo ritmo que yo. Nunca me acompaña más allá de un par de calles. También soy muy escrupuloso con la dirección de mi domicilio, tengo motivos para serlo. Por otro lado, Selene nunca ha manifestado intenciones de querer saber dónde vivo ni ha insistido en seguirme. Tal vez ya lo sepa o tal vez no es tan atrevida como yo creía.
—Hoy no vas de negro —me dice señalando mi camiseta.
—Me he cambiado al salir. Creía que preferías el gris.
—Ya te lo dije, quiero que pruebes más colores. —Se detiene y yo me detengo preguntándome qué le pasa. Me pone las manos en el pecho y las desliza como si estuviera alisando unas arrugas invisibles—. En realidad, creo que te quedaría bien cualquier color que te pusieras.
—Selene… —carraspeo y me humedezco los labios dándome tiempo para no dirigirme a ella con un tono desagradable—. Selene, no me gusta que me toquen.
—Lo siento —se disculpa, apartando las manos.
—No importa.
—Entonces… —empieza a caminar, reanudando la conversación— creo que deberíamos probar más colores contigo. Podríamos hacer una especie de lista para que te vistas con uno diferente cada día.
—¿Qué problema tienes con mi forma de vestir? —me quejo.
—¡Ninguno, ninguno! —se ríe mientras yo enarco una ceja—. Es como un juego, creo que cada color puede sacar algo diferente de ti, quizás algo que ni tú mismo sabes, Axel.
—Sí, creo que me he convertido en una especie de juego para ti —mascullo.
—¡No seas cruel! Me gusta divertirme, pero te lo digo muy en serio.
—¿Y tu plan maestro es disfrazarme cada día con un color?
—Ajá. Además, creo que deberíamos ponerle un límite de tiempo —añade.
—¿Un año tal vez?
—No, eso está demasiado visto, es poco original. —Hace una pausa y cuando veo que en su cara se forma una sonrisa juguetona, sé que ya se ha decidido—. ¿Qué te parece si lo intentamos en trescientos días?
—Me parece bien. ¿Cuentan a partir de hoy?
—A partir del día que tú quieras. Creo que ya has descubierto más colores que el negro desde hace un tiempo.
—Como quieras. —Hago un cálculo mental que no me resulta muy complicado ya que llevo contando los días desde que me mudé a mi actual casa—. Quedan entonces unos doscientos ochenta y cinco días. ¿Te parecen suficientes?
—Serán suficientes —me asegura.
Editado: 22.04.2020