Carter y yo nos apretujamos en el asiento trasero del auto de Elliot, hacía mucho frio y nuestros vestidos no cubrían lo suficiente de nuestro cuerpo para mantenernos temperadas. “El frio es mental” me repetía constantemente, pero esa noche sí que hacía frio y mi mente no era tan fuerte. Hubiera matado a Carter si hubiera hecho que Elliot nos dejara ir solas, ya que no me veía capaz de soportar tanto frio ahí afuera para esperar un taxi.
Elliot no mencionó muchas cosas en el camino, de vez en cuando miraba a través del retrovisor para ver si íbamos bien y luego preguntaba la dirección de mi casa y que caminos debía tomar para llegar. Conozco a Elliot desde hace mucho tiempo, pero él nunca conoció mi casa… Por suerte.
Tal vez Elliot había sido un idiota antes, pero ahora tenía que admitir que comenzaba a caerme bien de a poco. Aún no confiaba completamente en él, pero con pequeños detalles como estos, se iba ganando mi empatía. Aun así no iba a decirle donde vivía exactamente, nunca se sabe si aquello representaría un peligro.
Le dije a Elliot que me dejara una cuadra antes, y aunque Carter replicó antes de que bajara del auto, no me impidió irme. Le aseguré a mi amiga que estaría bien, que solo era una cuadra y que ya estaba suficientemente cerca. Carpi asintió, y desapareció junto a Elliot en el camino.
Caminé maravillada por las luces de los postes de luz que iluminaban la oscura calle sin preocuparme de mirar a mí alrededor. No había nada que mirar, todo estaba desierto y oscuro.
Me gustan las noches, el silencio, la soledad. Me gusta caminar por las calles oscuras y maravillarme con el sonido del silencio. Pero esa noche, no.
Revisé mi celular para ver si mis padres habían marcado mi número para preguntar a qué hora llegaba, pero nada, no había nada. Sentí como a mis espaldas gritaban cosas, me giré para ver los autores por inercia y me di cuenta que prestarles atención fue mi error. Eran hombres, bastante mayores, uno de ellos traía un gorro para protegerse del frío y los otros dos llevaban bolsas en las manos. Caminé más rápido, pero seguía escuchando sus acosos, me decidí a correr demasiado tarde. Sentí como unas manos me agarraban de la cintura por detrás y me forcejeaban para arrastrarme y botarme al suelo. Pataleé y grité, pero enseguida otras manos me taparon la boca y sujetaron mis pies. Entré en desesperación, eso no podía estarme pasando a mí.
Me agarraban y me tocaban con fuerza, me daba mucho miedo abrir los ojos, no quería tener sus rostros en mi memoria. Olían a alcohol y apestaban a humedad. Mordí una mano que se me acercó al pecho y volví a gritar.
Grité como nunca antes había gritado, con horror y desesperación. Con miedo.
Luché con todas mis fuerzas para liberarme, si iba a morir de esa manera, no se las daría fácil.
No sé cuánto tiempo transcurriría mientras intentaba liberarme, parecían minutos eternos, aunque es probable que no hayan sido más de treinta. De repente sentí que unas manos aflojaban y me soltaban los pies. El que sostenía su mano sobre mi boca, desapareció para acudir al peligro que ahora los acechaba.
Alguien había aparecido para ayudarme.
Cuando mis pies tocaron el suelo, me sentí estable, sabía que es lo que tenía que hacer. Golpeé al que aún intentaba retenerme y le di una patada en la entre pierna antes de salir corriendo desesperada.
Solo devolví la vista una vez para darme cuenta de que habían sido 3 hombres quienes me habían arrinconado, y uno solo quién me había ayudado. La contextura física de su cuerpo se me hacía conocida, pero solo lo había visto de reojo, lo único que realmente vi y que hizo que se me contrajera el estómago fue el brazo tatuado de Lee, pero no podía ser él.
Mi desesperación le ganó a mi sentido común. Salí corriendo hasta mi casa, solo faltaba una cuadra y media, y me aferré a la puerta con la respiración entrecortado. Tenía la llave en mi cartera, que aún llevaba colgada y cruzada al hombro, pero mi celular no estaba por ninguna parte. Lo más seguro es que se me hubiera caído en la irrupción.
Lloré, lloré a mares apoyada contra la puerta mientras intentaba dejar de temblar. El frio de pronto dejó de importarme, me sentí extraña, sucia, maldita.
Me acurruqué un rato en la puerta y me sequé las lágrimas antes de poner la llave en la cerradura y entrar a casa. Sí mis padres iban a verme, no dejaría que se preocuparan por algo que ya había pasado. Solo causaría problemas.
Me dije a mi misma que había sido un accidente poco agradable, pero que es todo lo que había sido, un accidente. Muchos accidentes pasan en el mundo, y no es bueno quedarse traumatizado por uno, porque si no nadie viviría tranquilo. La calma vino a mí antes de entrar a mi casa, recuperé la compostura y al saludar a mis padres, fue como si nunca nada hubiera pasado.
#44205 en Novela romántica
#7232 en Chick lit
primer amor, amistad y humor, drama amor adolescente dolor y perdida
Editado: 14.05.2019