47 Razones para Amarte (libro 1 de la Saga Razones)

Razón #27 - Postdata, Te amo

Comprobó una vez más la hora que señalaban las manecillas de su reloj apuntando sin demoras veinte minutos para que fuesen las ocho de la mañana. Se puso en alerta al advertir la encorvada silueta moverse por el sendero que le encaminaba hacia las rendijas que sellaban la entrada, sacando de su atuendo un pesado y engrosado manojo de llaves.

Una comprensiva sonrisa le dio la bienvenida mientras las pesadas puertas de metal se abrían para darle el acceso en aquellos desaventurados territorios, recibiendo un gesto por parte del guardia que le esperaba para que se aproximara. Cogió el delicado ramo de lirios que mantenía con cuidado a su costado y se dirigió sin demoras a dónde el anciano le solicitaba.

—Tanto tiempo sin verte muchacho —saludó el hombre adulto con familiaridad, ajustando con paternal cariño la gorra que se afianzaba a sus cabellos tras darle una merecida reprimenda—. Mira que ella te ha echado de menos, debes disculparte apropiadamente en cuánto estés a su lado, ¿entendido? —se quejó con un toque de doliente amargura contemplando el bello obsequio de flores apresadas entre las manos de Jason.

—Lo haré señor Anderson, gracias por cuidar de ella en mi ausencia —le dijo el chico con sus castaños orbes brillando por la anticipación de volver a verle.

—Aún restan algunos minutos para que los primeros visitantes empiecen a hacerse notar, así que pueden conversar sin interrupciones —hizo un ademán indicándole que avanzara, impulsándolo desde la espalda para que terminara de recorrer el camino que conocía de memoria.

El aroma del pasto podado, la tierra recién mojada, el perfume de las demás flores que pincelaban con color los alrededores, cada ínfimo detalle le inducían sensaciones agridulces, emociones de vivencias pasadas que cobraban vida mientras sus pasos acortaban las distancias. El papel que protegía su presente crujió bajo el peso de su fuerza al visualizar el nombre que se grababa en piedra conteniendo el estremecimiento, la ansiedad y la tristeza de un corazón que le había extrañado en todo momento. Eli Bennett.

—Hola, mamá —ni siquiera tenía idea de qué palabras decirle a la mujer que descansaba en las profundidades para aminoran su falta de atención hacía ella.

Inclinó su cuerpo hasta que sus rodillas tocaron la suavidad del césped esparciendo con amorosa dedicación los diez maravillosos lirios que ahora se sumarían al solitario que acompañaba fielmente a su madre como una irrompible costumbre a la que se había adaptado con el correr de los años. Sin importar las circunstancias ella siempre estaba custodiada por aquel misterioso lirio, él era su guardián, uno que le brindaba la protección y dedicación que por infortunio del destino no obtuvo en vida.

Se dispuso a tomar asiento, retirando de sus hombros la mochila de viaje que había llevado como única prenda una vez se dirigiera al aeropuerto para abordar su vuelo a Boston. Habían sido horas agotadoras, resintiendo el cansancio afianzado a sus huesos debido a la falta de descanso apropiado. Admiró su reflejo en su móvil, siendo aún más notorias las ennegrecidas zonas que remarcaban su mirada. Suspiró resignado, eso sólo sería el comienzo.

—Tú hijo es un desastre total, ¿cierto? —lanzó la pregunta con algo de ironía con una graciosa expresión armada sobre sus facciones contrariadas, no demorando para que se viniera cuesta abajo ante el funesto silencio de alguien que entendía, no podría contestarle—. Por favor, perdónalo —giró el rostro por reflejo para ocultar las lágrimas de quien ya no podía verle de manera física, obligándose a recomponerse tal y como lo hiciera cuando era un pequeño de siete años que regresaba con discreción de la escuela para que su progenitora no fuera partidaria del dolor y el terrible sufrimiento que se enmarcaba en su mirada debido a los comentarios hirientes de sus compañeros que disfrutaban hacer referencia a la ausencia de su padre en su vida.

Respiró hondamente espantando esos recuerdos, tiró del cierre de su bolso y después de localizar el paquete en el interior lo ubicó muy cerca del sepulcro para que de alguna forma su madre también fuera conocedora de la situación.

—Encontré a Hana, mamá —empezó a relatarle con voz quebradiza, tan dañada por el burbujeo constante de emociones que le costó retomar la compostura por algunos minutos—. ¿Sabes?, ella es muy hermosa —sonrió sin siquiera proponérselo pareciéndole admirar esos majestuosos ojos azules que tanto le hipnotizaban—. Si sólo la conocieras sé que la amarías, tal y como yo lo hago —esta vez no frenó el correr de las lágrimas que escurrían, cayendo en silencio sobre la superficie de la mediana caja de cartoncillo que presionaba entre sus dedos. La misma que Matt se hubiera encargado de hacerle llegar hasta California unos días atrás como una minúscula muestra del arrepentimiento que le carcomía el alma. Eran las cartas de Hana.

Con pulso tembloroso se armó de valor para examinar el contenido, analizando que todas ellas no solo estaban abiertas, sino que también estaban organizadas en un preciso orden cronológico con la excepción de una amorfa hoja compuesta por trozos imprecisos de papel amarillento simulando un extraño rompecabezas. Leyó la nota adhesiva en color verde que venía sujeta en una de las esquinas superiores, reconociendo de inmediato la letra de su hermano.

—Lamento su condición, créeme que hice lo posible para conseguir todos los pedazos. Espero algún día ser merecedor de tu perdón, Jason. Te querré por siempre, Matt Brown.

Retiró el posti con cuidado de no romper el delicado material, encontrándose con los llamativos trazos hechos a base de pintorescos crayones. La tierna figurilla de una niña con gesto entristecido estaba plasmada junto a lo que parecía ser el dibujo de una distorsionada casa decorada con alargadas líneas verdosas que simulaban el jardín mientras que esa peculiar flor de seis pétalos aparecía acompañando aquel escenario. Era la flor de lis.




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