Abel, no pasó ni un segundo dentro del reinado edénico. Murió en la forma que lo conocí, con una sonrisa en sus labios y con un semblante que transmitía paz. La tormenta se despejó, y nos brindó una lluvia cálida, la primera que vi durante la guerra. Me quedé junto a él hasta que anocheció.
Por la madrugada, unos sobrevivientes —que lo vieron todo— me ayudaron a mover las rocas de su cuerpo. Robamos un transporte y llevé sus restos hasta el refugio de la avenida 505. Creí que no habría nadie, pero la casa estaba llena.
Me recibieron de la mejor forma posible. Marcus fue quien me explicó las instrucciones de Abel; él sabía que no iba a regresar y se tomó el tiempo para despedirse de todos. Honré su voluntad y le hicimos un funeral cristiano. Seguí las instrucciones del que fuera mi amigo, y movimos el campamento a California.
Antes de irnos, miramos las noticias por última vez; la transmisión de emergencia, mostró el nombramiento del nuevo «rey», y la colocación de la primera bandera del «mundo libre». En uno de los costados estaba el senador Tylor, y en el otro Strial, quien llevaba un parche en el ojo y una capa cubría el brazo que se cortó. Margarite, lo abrazaba con mucho cariño.
El autoproclamado rey, tenía todas las características de Strial. Incluso, era más imponente y alto. Su primer mandato, fue crear las «ciudades raíz». —Este es nuestro primer paso para reconstruir el mundo —aseguró un demonio de ojos y cabello negro, muy delgado y con facciones delicadas, pero más definidas hacia un hombre—. La nueva humanidad plantará aquí sus raíces; juntos creceremos para acabar con la guerra. Yo, Asdán Dariel, los saludo. Sean conmigo como lo necesita nuestro reino, para que Edén cubra a todas las naciones de la tierra.
El grupo que creó Abel se dividió después de escuchar las noticias. Algunos sobrevivientes se fueron con Mariana y Sadie. La mayoría decidió seguir la última voluntad de nuestro amigo, aunque nos mandara al estado el en que colocaron la primera ciudad del reinado edénico.
La carta que Abel dejó para todos, es esta:
«Cuando vengan por ti, recuerda que es mejor probar la muerte más amarga que vivir en la obscuridad. En la derrota no hay gloria; y las abominaciones que se esconden en las sombras, son peores que cualquier tormento. Los que no pueden morir, no le temen al hombre; los que no pueden morir, no sienten compasión; porque los que no pueden morir, desean con desesperación robar la esperanza de los que aún quieren seguir creyendo. Pero no les temas a los que residen en las tinieblas, porque ellos ya están condenados. Teme a ti mismo y a la obscuridad que reside en tu conciencia, porque por ella, es que aceptas formar parte de los que no pueden morir».
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Editado: 17.11.2018