La incertidumbre del solitario transeúnte lo mantiene en silencio, cabizbajo camina por la negra inmensidad del lugar. La niebla que cubre el ras de suelo comienza a ascender, pasa de sus pies hasta llegar a su cintura, y no tardó en quedarse todo en blanco. No puede ver nada, y los nervios le carcomiendo el abdomen, quiere correr, mas sus piernas pesan, le cuesta de moverse. El blanco a su espalda es rápidamente desbordado por una oscuridad que el busca a él El temor quema, no quiere correr, lo necesita. Se vuelve a girar, en la inmensa oscuridad se puede distinguir una sanguinaria sonrisa tan brillante como la del gato Cheshire. El miedo se convierte en pánico, su pelaje está de punta, su cola erizada a más no poder. Cada vez le cuesta más correr, se vuelve a girar, y grita. Grita lo más desgarrador que su garganta puede entonar, y no deja de gritar, mas no puede, el aire se escapa, comienza a ahogarse, y sus pulmones arden a la falta de aire. Pero es el miedo el que impulsa su voz.
Una bocanada de aire libera la presión de su pecho, su vista desgarra el alma, esa maléfica sonrisa se acompaña por dos puntos rojos, brillantes, siniestros y hundidos en un mar de furia y perdición. Sus pupilas se clavan en aquellas esferas rojizas, el tiempo estaba congelado, su cuerpo no reaccionaba, sus ojos no parpadean, mas en un intento, la gran boca comenzó a reír carcajeando siniestra arrastrando toda la luz y niebla a su interior. No puede moverse, pero en lo más hondo de sí lloraba y pidiendo salir, encerrado en sí mismo, aquel ser se comía su alma sin piedad a cada estruendosa carcajada enfermiza que resonaba metálica en sus tímpanos.
Al fin cesó, y él pudo moverse casi cayendo al suelo por la repentina liberación. Un instante después, otra gran carcajada lo arrastro al interior de la oscuridad dejando escapar un nuevo grito de terror y auxilio, antes de ser engullido por aquella cosa.
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David abrió los ojos de par en par con el miedo incrustado en cada fibra de su ser. Sus ojos vidriosos reflejaban el más puto terror. A su lado se encontraba Slick, seguramente se había caído encima de ella. Cansado de sus pesadillas, David salió sigiloso de la cama, cogió su ropa, y salió con cuidado dirigiéndose al comedor. Necesitaba tomar el aire, pero no quería alejarse mucho. La noche era joven y su cuerpo estaba algo sudado, no pudo evitarlo, terminando por rendirse se a sus ideas.
Se visitó y se fue camino de nuevo a la habitación de Slick. Subió lentamente la persiana y abrió la ventana, apoyándose en la cornisa tomó impulso y subió al tejado para sentarse y observar el manto negro que cubría el cielo nocturno. Un cielo famélico de estrellas, pero que más importaba, nunca le faltaba la compañía de la dulce luna, aquel astro que iluminaba su oscuridad en la noche, y lo acompañaba en su soledad, ya fuese desde la ventana del orfanato hacía tiempo, o ahora junto a su nueva familia. Su corazón desgarrado sollozaba a su madre, y los recuerdos que tanto pesaban en su pecho. La mirada perdida en la luna, y la música en sus oídos dejaban caer el tiempo en la guitarra y el violín de Magö de Oz. En su móvil, el nuevo álbum, Ilussia, y en su reproductor, la canción que daba nombre, Illusia. Sus ojos bañados al azul oscuro de la noche, e iluminado con los rayos lunares, jugando con el castaño original, y destellando al fuego de su alma, un alma helada que luchaba por mantener el calor. Su piel fría y entumecida a la brisa nocturna, hacían contraparte al fuego que ardía en el interior. Debía ser fuerte, un suspiro dejó caer el calor de su corazón al helor que buscaba arrancarle la vida, dejando ver en esa pequeña lucha de temperatura un humo blanco como contraste de temperaturas. Un gran mal perseguía su corazón, mirando el cielo, dos esferas rojas comenzaban a aparecer en el cielo. Esta vez, no iba a gritar.
–Si esto es lo que quieres, que así sea.. ¡Padre! –dijo David mirando fijamente y con el ceño fruncido ambos puntos ocultos entre las nubes.
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El calor de la mañana pesaba en las mantas, mas la luz que se colaba por la ventana hizo despertar a la zorro de pelaje blanco. Entreabriendo los ojos, y mucha luz a su vista, la persiana estaba subida y
la ventana abierta. Aún era temprano, pero la luz no la dejaba dormir y la obligó a levantarse para cerrar la persiana. Al ponerse en pie notó el desvelo y el hambre. Hoy tendría más tiempo para ella. Salió comino a la cocina, se preparó algo y se sentó observando la mañana tras el cristal.
–¿Dónde estaba David? Pensaba que se había dormido conmigo. –resonaba en la mente de Slick.
Caído el tiempo, todas en pie ya, desesperadas buscando al niño, pues el reloj marcaba las diez casi que y media, pero David seguía sin aparecer, y sin responder al teléfono. Samanta no estaba en casa, mas eran ellas quienes debían cuidarlo. Zoe solo quería llamar a la policía, y el numero ya estaba marcado, pero no llegó a dar linea, sonó la llave al otro lado.
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Editado: 20.08.2019