Mentiras.
Era su segundo día en aquel lugar, los largos pasillos aun eran desconocidos para él, pero los gritos cada minuto se enterraban más y más hondo en su alma, cada uno tan único y con una historia tan desgarradora detrás, pero aun así en el poco tiempo que llevaba en esa profesión ninguno había sido capaz de conmover su corazón… hasta que llego a esa habitación.
La secretaria que le habían asignado estaba explicando cada lugar, cada cuarto y presentando cada paciente como si se tratase de números, pero claro para ellos eso debían ser sus pacientes, solo números, no había lugar para la compasión, no puedes ser débil. Algunas enfermeras comenzaron a alterarse y hablar entre susurros, no entendía nada y la cara de su secretaria le hacía saber que estaban en iguales condiciones. La mujer decidió detener a una de sus compañeras que pasaba por ahí con apuro aparente.
—¿Qué está pasando?
La otra mujer se acercó y susurró lo suficientemente bajo para que los demás pacientes no escucharan pues no podían darse el lujo de alterarlos y lo suficientemente alto para que ambos alcanzaran a escuchar.
—El cuervo regresó
La cara de su secretaria se convirtió en un poema, en un poema de terror o incluso en uno de esos relatos de Poe, uno de esos que con la primera estrofa serían capaces de poner tus bellos de punta y alterar tus nervios y él lo sabía porque precisamente eso era justamente lo que sentía en esos instantes, no hacían falta palabras, sabían que debían llegar antes de que eso se pusiera peor, ambos comenzaron a caminar siguiendo a la mujer, en el ascensor un silencio asfixiante se hizo presente, él no podía hacer más que mirar la pantalla que indicaba el piso y cuando el 9 apareció y un tintineo se escuchó avisando que habían llegado abriéndose las puertas dándole la bienvenida a los gritos más lastimeros que jamás había escuchado en su vida para inundar el cubo metálico. Salieron corriendo y al final del pasillo solo había una puerta abierta, era una de las habitaciones acolchonadas, de esas que no había más que cuatro paredes cubiertas de muros blandos, sin siquiera una ventana que dejara ver la luz del sol.
Ahí estaba esa niña, era irónico que la llamara niña aun después de todo lo que sabía, si era más joven pero no lo suficiente como para merecer el apodo, aunque su cuerpo tan frágil y delgado le gritara todo lo contrario.
Estaba cubriendo sus oídos mientras gritaba, se notaba a kilómetros el esfuerzo que hacían sus pulmones por dejar entrar oxígeno, pero ella no lo permitía.
Las frágiles uñas rasguñaban la piel de su monstruo y sus manos abrazaban sus oídos protegiéndola de todo el ruido ensordecedor
Un enfermero se acercó con un tranquilizante, la aguja atravesó la piel de papel y su respiración comenzó a regularse, antes de que cerrara los ojos en medio de todo ese caos dirigió su vista hacia una esquina y no pudo hacer más que seguir su mirada y ahí en la oscura esquina había un papel con una rosa negra dibujada. El ruido exterior ceso pero los constantes latidos de su corazón retumbaban en sus oídos.
Estaba decidido a irse cuando todos salieron del lugar con la chica en una camilla incluyéndolo, pero cuando miro hacia atrás por instinto, se dio cuenta que el mismo enfermero que había aplicado el tranquilizante en su paciente había entrado a la habitación cerrando un poco la puerta, él se acercó con sigilo y logro visualizar como aquel enfermero tomaba ese dibujo que nadie había tomado en cuenta, y discretamente lo guardaba en su bata, una sonrisa escalofriante se instaló en la cara del enfermero. Y él comenzó a caminar antes de ser descubierto con una sola cosa en mente.
Los pacientes en esta ala no tienen permitido las actividades recreativas.
Mientras caminaba un destello de la conversación que había tenido un día antes con su paciente apareció en su mente deteniendo de golpe su caminar.
—¿Qué más quiere de mi doctor?
—Solo quiero saber qué fue lo que te ocurrió para poder ayudarte
Una sonora carcajada retumbo desde las profundidades de la garganta de su nueva paciente
—¿Quiere escuchar a la loca paranoica?, ambos sabemos que va a confiar más en lo que dicen esos viejos papeles que en mi —Su miraba denotaba irritación pura— Ahorrémonos esto, simplemente haga lo mismo que todos mis antiguos doctores
—¿Qué hacían todos tus antiguos doctores?
—Lo más fácil, hacer como si estuviera loca cuando el problema es otro, no quiere tener problemas Doc, tómelo como un consejo
—¿Consejo?, ¿por qué necesitaría un consejo?
—Porque si juega con fuego se va a quemar
…
Ella me lo advirtió, me advirtió que me quemaría pero al final ese fuego me hizo sentir más vivo por un segundo que los brazos de mi madre toda una vida y lo volvería a escoger una y mil veces más aun sabiendo sus consecuencias.
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Editado: 22.11.2020