9 verdades

Simplemente te amo

Alexander pisó el acelerador a fondo mientras los recuerdos de días pasados lo inundaban, rompiendo su frágil estabilidad emocional. Una y otra vez se repetía a sí mismo la frase más ofensiva que había brotado (según su parecer) de los labios de su antigua amante.

–Eres peor que tu padre.– Maldijo en varios idiomas su suerte y se odio a sí mismo porque al final, ella tenía razón.

Nunca olvidaría esa fría tarde de invierno en la que su padre los abandonó. Fue la primera nevada en la ciudad en 100 años y aunque conocía la nieve, allí estaba, mirando por la ventana como el paisaje se teñía de blanco, completamente inmerso en su propio mundo. Con sus manos se tapaba los oídos. Sus padres como siempre estaban discutiendo, y ya estaba cansado de escucharlos. No podían estar siquiera 5 minutos en la misma habitación sin gritarse y ofenderse mutuamente. Ya tenía cerca de 10 años, entendía perfectamente que las ausencias de su padre eran porque estaba con otra mujer que no era su madre, lo que no entendía era porque ella simplemente no se separaba. Le vendía la imagen al mundo de qué era una mujer fuerte que lo podía todo, que no se dejaba pisar por nadie. Era una de las abogadas más reconocidas, pero al cruzar la puerta de la casa familiar, la realidad era otra. Amaba a su esposo de una forma tan tóxica y obsesiva que era capaz de soportar todo tipo de humillaciones y de usar cualquier método de manipulación, con tal de tenerlo a su lado. No le importaba que ambos fueran infelices, y tampoco como todo aquello afectaba la vida de su hijo, porque solo tenía ojos para su amada obsesión.

De ahí, nació la primera premisa que marcaría la vida de Alexander y su destino:

 

"El amor te hace débil, así que si no quieres ser débil, no te enamores".
 


Le aterraba la idea de entregarle a otra persona el poder para destruirlo, así que se prometió a sí mismo que jamás amaría a nadie. Como si fuese algo que pudiera controlar. Como si se pudiera mandar sobre los sentimientos.

Su padre apareció en la habitación con una maleta, y simplemente le dijo 
–Me voy hijo... Esto es lo mejor para todos. Quizás, cuando seas mayor entiendas porque lo hago.– Se acercó a él, y aunque las demostraciones de cariño no eran lo suyo, lo abrazo. –Cuidate, y cuida de tu madre, va a necesitarte mucho de ahora en más.–

Incapaz de decir nada, ni siquiera pedirle que se quedará con él, volvió al lugar donde se encontraba inicialmente y siguió con la mirada el auto oscuro en el que salía de sus vidas hasta que se perdió de su vista.

Fue la última vez que tuvieron contacto.

Sus obligaciones como padre a partir de ese momento se redujeron a un cheque depositado por un contador en una cuenta bancaria, a la que tuvo acceso cuando cumplió la mayoría de edad.

Y ahí estaba él, Alexander Valkov, queriendo hacer exactamente lo mismo. Al parecer no solo tenía el apellido de su padre, se parecía más a él de lo que estaba a dispuesto a admitir. Quería solucionarlo todo con un puñado de billetes, como si el dinero pudiese comprar el cariño o llenar el vacío que deja la ausencia de las personas que son importantes en tu vida. Las lágrimas de frustración y de tristeza que derramaba Lucía no eran muy diferentes a las que derramaba su madre, esa a la que le prometió nunca jugar con una mujer, entre muchas otras cosas que no cumplió.

Y por más que no quería pensar en eso, a su cabeza volvió la imagen de la última vez que la vió.

–Con razón mí padre te dejo, y jamás volviste a estar con nadie. ¡Eres asfixiante! Pero a mí no vas a manipularme como lo manipulaste a él.– le grito molesto. –Apenas pueda me voy a marchar muy lejos y jamás vas a volver a saber de mí.– Ella se volvió en su dirección, y le dedicó una última mirada, con los ojos cristalinos, cargados de dolor y de decepción. Le había dicho lo único que no le tenía que decir, le había enterrado un puñal en lo más profundo de su corazón y lo noto en esa mirada. Pero su orgullo no le permitió retractarse y solo la dejó marcharse. Tal vez, si no lo hubiera dicho, o si simplemente hubiera aceptado su error y hubiera pedido disculpas, si solo no la hubiera dejado subirse a su auto así... Pero no pensó en nadie más que en él mismo, como siempre. Alai había desaparecido, Alex estaba atrapado en un espiral autodestructivo, donde los excesos eran cosa de todos los días y ella solo quería sacarlo de ahí. Es lo que haría cualquier madre, tratar de salvar a su hijo. Pero para Alex era control y lo odiaba. La quería lejos de su vida, y lo consiguió de la peor manera. Fueron tantas las veces que le pidió perdón, como si pudiese volver el tiempo atrás con una sola palabra.

Y volvía a equivocarse una vez más.

Después de enterrar a su madre se prometió que sería una persona diferente, mejorar, dejar de hacer daño, sin embargo siguió siendo el mismo.

Y ya no podía más, había tocado fondo.

Ya no quería más de toda esa mierda.

Quería hacer lo correcto por una vez, pero

¿Que era lo correcto?

¿Quedarse con Lucía por más que no sintiera nada por ella solo porque estaba esperando un hijo de él?

¿Renunciar a Alai para siempre sabiendo que solo puede ser feliz con ella?

¿Terminar de destruir la relación de hermandad que tiene con Romano?

No hay salida... O al menos para él, ya que hacer lo correcto es sinónimo de inmolarce.

...

Encontrarlo no fue difícil. Lo poco que le alcanzó a decir Romano le alcanzó para saber en donde buscaría refugio. Alex era una persona de patrones predecibles.

Toco el timbre por casi 20 minutos. Sabía que estaba adentro, su auto mal estacionado estaba en la puerta, pero no quería abrir. Alexander era testarudo, pero Alai lo era más. No lo dejaría solo, no podía hacerlo. Su corazón le gritaba que él la necesitaba. Respiró profundamente, y tomando impulso, trepo la reja que separaba la calle de la casa en la que Alex había crecido. Amparada por la oscura noche sin luna se movió con sigilo hasta llegar a su ventana balcón, la cual se encontraba abierta de par en par y simplemente entro. Subió por las escaleras, y abrió la puerta de la habitación en penumbras. El silencio era tan abrumador como la tristeza que desprendía Alex. Estaba de espaldas con la mirada perdida en la inmensidad del firmamento, mientras sostenía un cigarrillo en la mano.




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