A. Alexa. El corazón de Valentina

4

—No puedo creer que no me lo hayas dicho. —Sobre la cama enorme, el cuerpo de Valeria parecía un trapo mal tirado; sus ojos estaban enrojecidos por las lágrimas y su voz ronca por el llanto.

—No quise preocuparte. —fue sincera, pero su hermana negó con la cabeza.

—¿Por qué eres así con él? —la reprendió, más la réplica mordaz que Valentina tenía sobre la punta de la lengua no salió; no podía seguir lastimando a su hermana.

—Tenía que volver a casa. —explicó—. Además, todo estaba ya arreglado cuando me fui, no podía quedarme a esperarlo por horas.

—Mamá habría ido.

—No es un niño pequeño, Val. —No pudo resistir más—. Es más, es lo bastante grande para ir a un bar y emborracharse, para pelearse con policías. Definitivamente, puede quedarse a solas en la estación. —razonó, pero sabía que las palabras no llegarían hasta su hermana.

El sentimiento de culpa que asolaba a Valeria era demasiado grande. Buscaba explicaciones para su padre porque creía que su enfermedad era la causante de su comportamiento errante. No entendía que su estado de salud era solo una excusa para él; que era un borracho mucho antes de su primer síntoma.

—Debiste decirnos. —insistió, cruzándose de brazos; aunque el gesto no tuvo nada de intimidante. Como una muñeca a punto de romperse, Valeria solamente podía inspirarle ternura cuando se enfurruñaba.

—Voy a salir un poco. —cambió de tema. No se sentía capaz de seguir en esa casa, menos sabiendo que su madre también tendría unas cuantas cosas para decirle—. Tengo que arreglar algunos documentos antes de presentarme en el trabajo mañana. —mintió, sus papeles estaban en orden, pero necesitaba darle una excusa válida a su hermana.

Con todo el embrollo de su padre, ni siquiera tuvo tiempo para mentalizarse de que al día siguiente empezaría una nueva aventura, esperando que fuera la solución a todos sus problemas. Como siempre, su progenitor encontraba la manera de ponerse en centro de la atención.

—Claro, ve. —La animó su hermana—. Yo descansaré un poco. —Por acto reflejo, Valentina buscó el celular de Valeria y le puso una alarma, sabiendo que si se quedaba dormida, se olvidaría de sus medicinas—. Eres un sol. —le susurró, deslizándose entre las mantas.

—Y tú eres mi luna. —Le dejó un beso sobre la frente; apenas llegó hasta la puerta cuando Valeria se quedó dormida. Los nuevos medicamentos estaban mermando sus fuerzas, pero era la única forma que tenían de mantenerla con vida hasta que consiguieran dinero para el tratamiento que podría salvarla.

Bajó las escaleras en silencio, pero no logró escapar de su madre.

—Tenemos que hablar. —sentenció, dándole la espalda y caminó de regreso a la sala de estar. Valentina la siguió a regañadientes, más aún cuando vio Juan sentado en el sillón, con una taza de té caliente en sus manos—. ¿Por qué no me contaste lo que pasó con tu padre? —exigió, con voz dura.

—No quería preocuparte. —Repitió las mismas palabras que le dijo a Valeria—. Todo estaba arreglado ahí y solo debía esperar a que finalizaran el papeleo. —se encogió de hombros.

—Me dejaste ahí… —Juan se levantó hecho una furia, dejó la taza con fuerza sobre la mesa y caminó hasta ella. Valentina alzó el mentón, en absoluto preocupada por su arranque.

—Estuve ahí cuando me necesitaste. —exclamó—. Me quedé con la oficial hasta que me aseguró que tenían todo arreglado. En vez de hacerte la víctima conmigo, ¿por qué no vas a disculparte con el policía al quién golpeaste? ¿O con el dueño del bar qué destrozaste? —Enumeró, desde los ojos de Juan saltaban llamas—. Espera, tengo algo mejor: ¿Por qué no vas a disculparte con Valeria por gastar el dinero para su tratamiento en bebida?

—¡Valentina! —El grito provino de su madre y ella tuvo apenas un segundo para quitarse del camino y esquivar la bofetada de su padre.

—¡Respétame! —Gritó furioso, pero Jimena se había interpuesto entre ellos como un escudo protector—. Soy tu padre.

—Entonces, empieza a comportarte como tal, papá. —Negó con la cabeza, sin poder creer hasta donde cayeron como familia—. Gánate ese respeto que exiges. —Ignorando la mirada suplicante de su madre, los rodeó y salió del salón. Rescató su bolsa en el vestíbulo y abandonó la casa, deseando poder abandonar los problemas también.

Caminó sin rumbo por lo que le parecieron horas, dejándose llevar por la brisa. No tenía a donde ir, se dio cuenta. En cualquier otro momento, habría tenido su apartamento pequeño donde refugiarse. Lleno de sus cosas, de sus olores. Ahora debía volver a esa casa, volver a enfrentarse una y otra vez a la misma historia. Pensó en llamar a Sharon, más no quería molestarle. Ella había hecho suficiente consiguiéndole la oportunidad en Jameson, no se sentía correcto seguir ahogándola con sus problemas.

La noche estaba cayendo sobre la ciudad, pero ella seguía sin ir a casa. Se adentró en un parque bien iluminado, se sentó sobre un banco alejado y se entretuvo viendo a los pasantes. Familias enteras con niños correteando detrás de ellos; algún hombre o mujer solitario paseando su perro; adolescentes divirtiéndose, parejas en citas clandestinas. Todo un mundo a su alrededor y ella sentía que sus problemas estaban aplastándola. Su vida no se sentía como su vida, sino la extensión de la vida de su hermana. Y aunque nunca cambiaria a Valeria por nada, había momentos en la que oscuridad se apoderaba de ella y se preguntaba cómo sería si pudiera vivir sin ataduras.




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