—¿Tú nunca sonríes? —Sobresaltada por la pregunta, Valentina arqueó una ceja—. ¿O es solo conmigo?
—No tengo motivos para sonreír. —Replicó, sin darse cuenta de lo vulnerable que la hacía ver esa respuesta—. Además, estamos trabajando y yo me lo tomo muy en serio. —añadió.
—¿Quieres decir que yo no? —Valentina negó con la cabeza, temerosa por haber ofendido a Jonathan. No podía permitirse enojar al jefe.
—Nada más decía. —Comentó, sin encontrar más palabras para salir de ese embrollo—. Ya tengo organizada la agenda de la próxima semana. —Decidió cambiar del tema—. Dejé términos libres cada día, por cualquier emergencia.
—Muy bien. —Asintió Jonathan—. Recuérdame, ¿Qué tenemos para hoy?
—Una reunión a la hora del almuerzo con el señor Abbey, el manager de… —Jonathan volvió a asentir.
—Sí, ya sé quién es. Reservó en el Cosmopolita, ¿cierto? —Valentina buscó la información.
—Exactamente.
—Vienes conmigo. —sentenció Jonathan, sorprendiéndola.
—¿Por qué? —quiso saber.
—Ya verás. —prometió.
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—Eso fue cruel. —lo reprendió horas después mientras se tomaban un café en la terraza de una cafetería pequeña. Jonathan rio—. Al menos pudiste avisarme. —insistió.
—¿Crees que alguien me avisó a mí la primera vez? —Valentina negó—. Precisamente. Además, cualquier cosa que te hubiera dicho, no le haría justicia.
—¿Por qué ese tipo necesita de nuestros servicios? Si se las sabe todas. —Jonathan volvió a reír.
—Supongo que para hacerme pagar un pecado ancestral, yo qué sé. —musitó. Muy a su pesar, Valentina rio débilmente.
El señor Abbey, manager de estrellas sin igual y cazador de talentos excepcionales —según sus propias palabras—, era un hombre cincuentón que no había parado de hablar desde que entraron en el restaurante. La propuesta que el equipo de Jameson media había preparado para él ni siquiera vio luz del día, se quedó olvidada en el fondo de la cartera de Valentina. Él mismo había traído su proyecto, lo revisó por sí mismo y lo aprobó, sin dejarles pronunciar palabra. Les extendió un cheque por los servicios prestados, les felicitó por el trabajo bien hecho y desapareció, dejando a Valentina con la boca abierta.
—Siento como si le hubiéramos robado. —comentó, Jonathan soltó una carcajada. Valentina quiso reír con él, pero parecía que sus labios habían olvidado como dejar la risa salir.
—No lo hicimos. —Se enserió después de unos minutos—. Nosotros hicimos un trabajo completo, Valentina. Decenas de personas se ocuparon de esa propuesta por días y lo mínimo que se merecen es ser recompensados por ello. Una cosa es cuando al cliente no le gusta tu propuesta, entonces bajas la cabeza y comienzas de nuevo. En este caso, la desestimó por completo, como si nuestro trabajo no valiera nada.
—Tienes razón. —Sopesó sus palabras—. Fue una buena propuesta.
—Lo fue. Y ahora la guardaremos en nuestros archivos, porque fue una buena propuesta. Un señor pretencioso no puede cambiar eso. —Valentina sonrió por la palabra que casi escapó de sus labios, él le devolvió una sonrisa cómplice—. ¿Volvemos?
Valentina miró su taza vacía y después la hora que marcaba su reloj. Había pasado media hora con Jonathan ahí y en esa media hora, se había olvidado de todo. Pero, la realidad volvía a tocar a su puerta y necesitaba abrirla. Asintió, tratando de ocultar su decepción.
—Intentaré arreglar para que me acompañes a más reuniones. —le avisó mientras paseaban por la avenida, en dirección a la empresa.
—¿Para seguir torturándome? —Jonathan negó.
—Paloma me mencionó que estás estudiando. —La tensión se apoderó de Paloma.
—Estoy en pausa, en realidad. —corrigió.
—No importa. Eso quiere decir que ser secretaria, o asistente, no es tu meta final, ¿o sí? —Aún sin entender a donde se dirigía esa conversación, asintió—. Quiero que me acompañes para ver cómo funciona este mundo desde adentro. —explicó—. No te enseñan a tratar con los señores Abbey en la universidad. —bromeó.
Valentina recordó a la señora Patkins y pensó que, si bien tratar con personas así no era parte del currículo, ella se encargaba de mostrárselo en práctica. Pero, la oportunidad que Jonathan estaba poniendo delante de ella era única, le ayudaría mucho la práctica cuando volviera a la universidad.
—¿No será una molestia? —dudó, él negó—. Muchas gracias. Me será muy útil.
—Lo sé. —Sonrió con suficiencia—. Yo también pasé por lo mismo, si no fue porque seguía a mi padre a todos lados, estaría un pobre inexperto al terminar los estudios. Es la falla de nuestro sistema educacional, pero… —se encogió de hombros.
Valentina no sabía mucho sobre fallas educacionales, más no iba a contradecirle. La praxis, por más mínima que fuera, servía más que miles de libros leídos.
—Gracias. —repitió.
Estaban ya llegando a la empresa cuando su celular sonó. Se disculpó con la mirada con Jonathan, este siguió su camino mientras ella respondía.
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Editado: 20.05.2022