—Bienvenido a casa, papá. —Valeria le sonría a su padre con deleite; al parecer ser consciente de sus fallas no le impedía ser feliz por su recuperación. Valentina también estaba contenta, pero no podía evitar los pensamientos destructivos: por ejemplo, ¿cuánto tardaría su progenitor en volver a meterse en un problema similar? Dejando de lado esa parte cínica de sí misma, tomó los almohadones que había dejado en la escalera y se les acercó.
—Vamos a acomodarte aquí hasta que puedas subir las escaleras. —Los atacantes le habían roto una pierna, entre otras cosas, así que caminar por ahí estaba fuera de cuestión por un tiempo—. Cuando el médico diga que puedes quitar el yeso… —siguió diciendo hasta que se dio cuenta de que el hombre no la escuchaba. Miraba afuera con nostalgia, Valentina no quiso aventurarse en los porque.
—Yo me encargo, Val. —Su hermana se metió en la conversación, regalándole una sonrisa confortante—. Estás llegando tarde al trabajo. —le recordó.
En efecto, ya iba una hora de retraso, pero había tenido que recoger a su padre en el hospital. Le había pedido permiso a Jonathan; y Sharon se había ofrecido para sustituirla por un par de horas, así que no presentó un problema con su jefe. De todos modos, no quería abusar.
—Llámame si necesitan algo, ¿sí? —Valeria asintió, pero Valentina se fue con el presentimiento de que su hermana no le molestaría en el trabajo. Ya se había enojado con ella por pedir permiso, asegurándole que Jimena y ella podrían habérselas arreglado.
Llegó a la oficina en media hora, pasó corriendo por los pasillos sin saludar a nadie. A pesar de no ser la persona más sociable del lugar, todos sus compañeros la querían. Ella los quería a ellos de vuelta, pero no tenía mucho tiempo para mostrárselos.
—Gracias, gracias, gracias. —Corrió hasta su escritorio que actualmente ocupaba Sharon, su amiga le quitó importancia—. ¿Jonathan llegó? —quiso saber. Sharon negó, quitándole un peso de encima. Aunque su jefe sabía que estaría ausente, no estar ahí para testificarlo la calmaba.
—No fue nada. —Sharon se levantó, recogiendo sus cosas—. Aunque, me debes un café. —la señaló con el dedo.
—Hecho. —Asintió Valentina, distraída—. ¿La pausa del almuerzo? —propuso.
—Me viene bien. —Valentina pensó que Sharon también estaba apurada, pero su amiga se apoyó en el escritorio; podía sentir su mirada escrutándola—. ¿Cómo están las cosas en casa? —quiso saber.
Dividida entre desahogarse con alguien o embotellar sus sentimientos una vez más, usar el trabajo para distraerse, Valentina dudó antes de responder. Finalmente, suspiró.
—Mamá no me habla. —dijo—. Y va en serio.
—¿Sigue enojada porque le dijiste a Valeria sobre tu padre?
—Entre otras cosas. —Valentina se encogió de hombros. Ya ni estaba segura sobre cómo se sentía por el enojo de su madre. Pensó, no sin temor, que ya no la lastimaba tanto como antes.
—No puede culparte por ello. —protestó Sharon, indignada.
—¿Quieres decírselo tú? —ironizó Valentina. Su amiga negó—. Papá está en casa ahora. Espero que su movilidad limitada le impida que vaya buscando problemas. —Era una esperanza real. Actualmente, Juan no podía ir hasta el baño sin el apoyo de un bastón; dudaba que se sintiera de ánimos para ir a beber. Sharon hizo una mueca.
—¿No te asusta que, si no puede salir a buscarlos, los traiga a casa? —preguntó después de un momento de vacilación. Valentina torció los labios, recostándose sobre la silla.
—Nunca antes bebió delante de nosotros. Valeria nunca lo vio borracho. —se consoló—. No creo que sea capaz. —Pero, ya la idea estaba germinando en su cabeza, sabía que se convertiría en una preocupación constante—. Ve a trabajar. —Le dijo a su amiga; no quería meterla en problemas—. Yo estoy bien. —aseguró. Sharon se acercó para darle un beso y luego salió, correteando como si no tuviera ninguna preocupación en la vida.
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—¿Qué estamos haciendo aquí? —Le preguntó a Jonathan cuando este aparco en un campo desierto, con nada a kilómetros de redonda. El hombre se encogió de hombros, sonriendo. Al menos, su relación había vuelto a la normalidad. Valentina no podía mentirse y decir que las mariposas en el estómago habían desaparecido, o que su cercanía no le provocaba taquicardia; más se había convertido en una experta del fingir.
—Lección número tres: siempre vas a dónde te llama el cliente. —dijo el hombre apagando el coche. Luego abrió la puerta, Valentina lo siguió afuera—. Aunque es en medio de la nada. —añadió, mirando a su alrededor.
—Tal vez pusimos mal la dirección. —propuso Valentina, girando sobre su eje. Jonathan iba a responderle algo, cuando una figura surgió detrás de uno de los pocos árboles. Un hombre de mediana edad agitaba la mano, llamando su atención—. O no.
—Vamos. —Jonathan se dirigió a donde estaba el hombre, Valentina lo siguió de cerca—. Peter es conocido por ser un poco excéntrico —le explicó—, pero una vez pasemos esa barrera, es fácil trabajar con él.
—Está haciendo un gran trabajo con RAGE. —comentó Valentina.
—¿Estás siguiendo su trabajo? —se extrañó Jonathan.
—Estoy investigando a nuestros clientes. Y potenciales clientes. —confesó—. Aunque estoy de acuerdo contigo en que no necesitas a alguien quien se vuelva loco con las celebridades, tampoco es bueno estar en el otro extremo.
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Editado: 20.05.2022