Sean
Sus cicatrices no solían provocarle problemas —más allá de lo visual—, pero ese día le ardían. Sentía como si de nuevo los cristales se clavaban en su piel, cortándola a su paso, manchando su camisa de sangre. El olor característico de los hospitales traía una avalancha de malos recuerdos que no podía reprimir, el pitido de las máquinas lo volvía loco.
—¿Qué es lo que tiene? —Escuchó a su amigo preguntarle al doctor y luchó por volver del estado semiconsciente en el que estaba sumido para escuchar su propuesta.
—Debe entender, señor, no puedo hablar sobre el diagnóstico de la paciente a menos que sea Usted un familiar. Cosa que no es. Ya estoy rompiendo el protocolo solo hablando con Ustedes. —La voz del doctor era firme, dando a entender que no les diría nada más.
—Al menos díganos si va a estar bien. —pidió, el dolor que se filtró en su voz lo sorprendió hasta a él mismo—. Solo eso.
—La señorita va a estar bien. —Escuchó un suspiro de alivio ante esas palabras, se dio cuenta de que había sido el quien lo había soltado—. Cuando recupere la conciencia, podrán entrar a verla.
—Gracias, doctor. —Agradeció Christopher, estrechando su mano. Cuando el médico se fue, giró hacia Sean—. ¿Estás bien? —cuestionó, con una mueca.
—Sí. —mintió—. Solo que verla así… me asusté mucho. —aceptó, sintiendo como se le helaba la sangre en las venas al recordar el miedo que había pasado solo horas atrás.
Había notado que Leanna estaba diferente después de salir de su casa familiar, se había recluido en sí misma y evitaba a todos, pero nunca se dio cuenta cuánto hasta que, más temprano esa mañana, la encontró tirada en el piso de su habitación, inconsciente. Todos habían salido para desayunar y ella —como se convirtió en su costumbre los últimos días— se había negado, alegando que comería algo en la habitación. La había esperado durante media hora para que se vayan al centro cultural, pero ella seguía sin aparecer, así que fue a buscarla. Desde ahí todo se había convertido en un borrón en su mente, con imágenes difusas: solo sabía que habían terminado en el hospital y que no sabía nada más de ella.
—¿Debemos avisar a alguien de su familia? —Volvió a preguntar Christopher, se encogió de hombros, sin estar seguro de que decirle. La verdad era que no sabía a quién llamar, había hecho todo lo posible para no involucrarse demasiado en la vida de Leanna, no quería profundizar su lazo.
Pero, muchas cosas habían salido mal en su plan original, ahora se encontraba a la deriva, incapaz de acostumbrarse a la nueva situación. Incapaz de aceptar, hasta para sí mismo, que la amaba y que le importaba mucho lo que le ocurría.
—Está peleada con ellos. —explicó, pero no añadió más, a pesar de la mirada curiosa de su amigo.
—No sé. Tal vez deberían saberlo, a ellos si les dirían lo que tiene. —Ofreció, con un encogimiento de hombros.
—Ya escuchaste al doctor. Va a estar bien. Ya le dirán a ella lo que tiene. —repuso práctico, trató de que no le importara la mirada acusatoria de su amigo.
—¿Y si tiene algo…?
—No comía nada los últimos días. —Lo interrumpió—. Hasta antes de eso, comía poco o nada. Seguro esta en una de esas dieras estúpidas y se pasó de la raya. —habló sin disimular su furia, siempre le habían molestado los hábitos alimenticios de Leanna, que haya llevado a su propio cuerpo hasta el colapso solo por probar algo, lo enloquecía.
—¿Ahora eres médico? —Se burló Cristopher, levantándose y empezando a pasear por el pasillo de la sala de espera. Fue el único que lo acompañó al hospital, los demás se habían ido al casting, el trabajo no podía esperar.
—¿Desde cuándo te importa tanto lo que le pase a Leanna? —Algo —los celos— tiñeron su voz y de repente vio a su amigo como un enemigo, como un rival. Estaba actuando como un idiota, pero eso no era una novedad para él.
—Desde que es empleada mía y ha terminado en el hospital. ¿No se te ocurre ninguna otra razón por la que una mujer sufriría un desmayo? —Por la mirada que le dedicó, Sean supuso que debía saberlo, pero nada se le ocurría.
—Como bien has dicho antes, no soy médico. —respondió a la defensiva, irritado. Christopher suspiró, como si estuviera hablando con un niño pequeño testarudo.
—¿Existe alguna posibilidad de que Leanna esté embarazada? —Acentuó cada palabra, como si Sean fuera estúpido. Sintió como su mundo se sacudió, el aire se escapó de sus pulmones y quería golpear algo: a su amigo, preferiblemente.
—No. —zanjó—. No cometería el mismo error dos veces. —añadió, levantándose él también y apoyó la cabeza en la pared, pensando.
No podía estar pasándole a él, de nuevo. Se había cuidado, pero no podía negar que con Leanna la pasión lo había tomado desprevenido en varias ocasiones, así que la idea que proponía Christopher no era tan descabellada. Aunque ella le había asegurado que se cuidaba y —maldito sea— le había creído, no podía asegurarlo.
—Ella no es Micaela. —Las palabras que pronunció Christopher fueron como la última gota en un vaso ya rebosante, tuvo ganas de vomitar.
—No lo es. —corroboró—. Ella es más astuta que Micaela. Ella ha logrado su cometido. —confesó, ya no le servía de nada ocultarse de su mejor amigo.
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Editado: 04.04.2022