A. Alexa. Lazos de odio

III & IV

¿Quería saberlo? ¿Importaba? La verdad era que no. Era demasiado irrelevante en el gran esquema de las cosas.

Recordaba perfectamente bien cuando se apagó la vida de Roberto. ¿Qué más daba cuando recuperaron su cuerpo? Saberlo no cambiaría nada, no le devolvería la vida, solamente haría que sus heridas volvieran a sangrar.

Se soltó del agarre de Carlos y se levantó, caminó hacía la ventana y se perdió en los colores del amanecer. Debería estar contenta por la posibilidad de volver a disfrutar de algo tan hermoso, pero su corazón estaba demasiado oprimido por el dolor.

Carlos siguió en la misma posición, su vista clavada en el lugar donde estaba sentada unos segundos antes. Había vislumbrado un deje de tristeza en los ojos de Anya al ver la sortija, ahora se preguntaba si la mujer podía ser tan buena actriz. Pero, había aún muchas incógnitas sin resolver, sentía que le faltaban demasiadas piezas al rompecabezas.

- ¿Qué hacías en ese lugar? – preguntó unos minutos después.

- De vacaciones. – fue la agria respuesta que recibió, recordándole un poco a la Anya que una vez fue.

Ella fue demasiado fresca, demasiado insolente cuando la conoció. Siempre metiéndose en problemas, viviendo la vida al límite. Pero también cariñosa, atenta, siempre dispuesta a prestar ayuda a quien la necesitase, ofreciendo hasta lo que no tenía a los más necesitados. Era una contradicción andante, una niña rica que disfrutaba de los placeres del dinero en un momento, una mujer capaz y desinteresada en el otro. Quizá por eso seguía albergando dudas sobre la narrativa que él mismo imaginó; quizá por eso le era tan difícil odiarla.

- Pudiera haberte recomendado algo un poquito mejor, si hubieras preguntado.

Anya volteó, sus orbes negros como la noche fijándose en los suyos; su mirada frágil, a la vez que desafiante. Lo dicho, una contradicción.

- ¿Por qué me estabas buscando?

Porque quería vengarse. Porque quería tenerla al alcance de la mano y estrangularla despacio. Porque quería respuestas. Porque encontrarla era lo único que lo mantuvo vivo y cuerdo desde la muerte de su hermano.

- Porque eres lo único que me queda de él. – dijo en cambio, consciente de que todas las demás razones caían al agua ante esa gran verdad.

La seguía porque ella era la única conexión que tenía con su hermano. Ella fue la mujer que él amó con locura, la mujer que fue su vida y probablemente su muerte.

Anya sintió una punzada de dolor. Porque eres lo único que me queda de él. Él no tenía idea de nada. Estaba buscándola sin saber el lío en el que se metía. Al igual que Roberto. Él también la buscó incansablemente, siempre ahí, un paso detrás de ella, hasta su último aliento. No podía permitir que su hermano sufriese el mismo destino. Pero, diablos, tampoco quería despegarse de él, no tenía fuerzas para mandarlo lo más lejos de ella posible.

- ¿Alguien más sabe qué estás aquí? – rezó para que dijera no. Si eso fuera una misión loca de la cual nadie sabía nada, él podría volver a su vida y ella podría desaparecer de nuevo, lamerse las heridas y prepararse para lo que venía.

- Andrés. ­Él está aún más deseoso de encontrarte. Carolina también, pero no le dijimos nada. Él no quería alimentar sus esperanzas en vano.

Sus tíos. La hermana de su padre. La única madre que Anya tuvo en su vida. No le extrañaba que fueran los únicos que la buscaban, ellos nunca creerían ninguna de las mentiras que seguramente inventaron sobre ella. Su corazón dolió por esas dos personas que la amaban tanto para seguir buscándola aun después de tantos años.

- No les digas nada todavía. – casi rogó, desesperada por mantenerlos a salvo. Pensó que tal vez era demasiado paranoica. Ella había obtenido lo que quería, el destino de Anya ya no debía importarla, pero el miedo la apretaba demasiado fuerte. Ya dos personas fueron víctimas en esa guerra sin sentido, no quería más inocentes en su consciencia.

- No pensaba hacerlo. – le aseguró. – Me caen bien tus tíos, pero tú y yo tenemos mucho que resolver antes.

Anya asintió, sin preguntarle a qué se refería. No podía ni imaginarse que pasaba por la cabeza de Carlos en esos momentos, las teorías que debía de haberse hecho respecto a la muerte de Roberto. Lo que más le molestaba era saber que, lo que sea que se hubiese imaginado, no podía ser peor que la verdad que estaba a punto de contarle.

- Creo que necesitaremos algo para beber. – sentenció y sin esperar respuesta se encaminó a la vitrina donde había visto una botella de whiskey. 

🎀🎀🎀

- ¿Me puedes volver a explicar por qué estamos haciendo esto? – masculló Fernando, con el sudor escurriéndose por su cara, mientras agarraba otra tabla de madera.

- Es tu buena obra del día, deja de quejarte. – le respondió su mejor amigo, golpeando con destreza un clavo para fijar la tabla que estaba arreglando. El maldito ni siquiera sudaba, mientras Fernando se sentía como si toda el agua de su cuerpo estuviese desapareciendo en forma de sudor.

- ¿Cuánto te queda? – preguntó, sin molestarse a responder a su comentario previo. No era ninguna buena obra del día, estaba ahí por su amigo, ofreciéndole su apoyo en la única manera que este aceptaba. Con trabajo duro.




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