- ¿Estás segura que quieres hacer esto? – masculló Carlos, observando a su alrededor.
- A ver, siendo mis opciones tener mi propio lugar o compartir una cabaña del tamaño de una caja de zapatos… - fingió pensarlo, mientas paseaba por su recién adquirido hogar. – Si, Carlos, estoy segura.
Él negó con la cabeza, aunque no podía decir que no entendía su decisión. Habían pasado una semana chocándose en su cabaña antes de que Anya decidiera que era suficientemente seguro entrar a su cuenta bancaria secreta y retirar la suma que había quedado ahí. Cuando le preguntó por qué tenía esa cuenta, le dijo simplemente que siempre supo que iba a necesitar dinero que nadie pudiese rastrear. Ese momento de brujas hacía que se estremeciera de pies a cabeza, pero no había dicho nada más.
- Me gusta este lugar. – dijo después de examinar cada rincón. – Es amplio, abierto, iluminado. – todo lo que no era su habitación en la clínica. – Además, la vista es hermosa. – quienquiera que tuvo la idea de construir una cabaña a la orilla misma del río, protegida por el bosque de tres lados, se merecía un premio. Anya disfrutaba de la naturaleza, estar en medio de ella después de su encierro parecía un sueño.
- Es lo suficientemente cerca de la mía, eso es lo único que me importa. No me gusta la idea de que estés sola después de todo.
- A mí tampoco me encanta, pero es un mal necesario. Si quiero recuperar mi vida, necesito ser capaz de pasar la noche por mí misma. Además, tengo vecinos. – hizo un ademán hacia la pequeña construcción que parecía estar en el agua misma. Habría pensado que era un refugio pescadero abandonado de no ser por la decoración y flores frescas en el porche.
- Si, con más probabilidad ellos necesiten de tu ayuda. ¿Quién puede vivir ahí, en medio del agua? – frunció el sueño, mirando hacia el mismo lugar. Ya hacía un mes que estaba en ese pueblo y seguía sin entender a los lugareños.
- Cállate, no seas malo. – lo reprendió con una sonrisa. – Ven, vamos a decirle a la agente que me quedó con el lugar.
Él la siguió en silencio, no sin antes echar un último vistazo al río. Algo lo inquietaba, ese lugar le provocaba una sensación extraña. No podía discernir de qué se trataba, si aquella casa era un peligro para Anya, o algo totalmente diferente.
- ¿Cuándo puedo mudarme? – escuchó que Anya preguntaba a la agente. La otra mujer tenía una sonrisa de oreja a oreja, seguramente imaginándose el cheque que significaba para ella la venta de aquel lugar.
- Oh, ya tengo a los papeles listos, solo necesitamos de su firma y ya está. Puede mudarse hoy mismo si quiere. – Anya sonrió, le gustaba esa idea. Necesitaba empezar la reconstrucción de su vida lo antes posible.
Observó a Carlos firmando los papeles, obviamente había transferido el dinero a su cuenta para que él fuera el dueño oficialmente, no quería que su nombre apareciera en los registros públicos todavía. La mujer se fue poco después, diciéndole que le enviaría los papeles legalizados ese mismo día, dejándole las llaves para que empiece con la mudanza lo antes posible. Ella no sabía que no había nada que mudar. Hasta el vestido que llevaba se lo había comprado Carlos para que no tuviera que salir en sus ropas.
- Bien. Eso está hecho. – se sentó en la barra de la cocina, el aire dual de su nuevo hogar fascinándola. Tenía todas las comodidades modernas, pero se habían arreglado de mantener también el aire rústico de una cabaña en medio de la nada. – Ahora necesito ropa, muchas cosas en realidad. También tenemos que buscar un trabajo, ambos. No podemos dejar que la gente se pregunte de qué estamos viviendo. Comprar un lugar así ya es demasiado arriesgado.
Carlos la escuchaba en silencio, cada tanto su mirada vagaba hacía la ventana y hacía la casa del agua, más allá.
- No podemos trabajar en nuestras carreras, tenemos que buscar algo donde no nos pidan mucha información. Mañana saldré a ver cómo está el mercado laboral por aquí. – se detuvo unos segundos, pensando. – En realidad, he conocido a unos tipos que trabajan en la reconstrucción del hospital, tal vez necesiten más trabajadores.
Anya asintió, aunque le parecía una injusticia tener que buscar un trabajo mal pagado y por debajo de sus capacidades. Ella era una ingeniera turística, había pasado noches sin dormir para terminar su carrera. Ahora todo eso parecía como de otra vida, tenía que empezar desde cero. Ambos tenían que hacerlo.
No compartió sus pensamientos con Carlos, porque él debía de pensar lo mismo. Para que hurgar aún más en la herida. A ella le arrebataron su vida, pero Carlos dejaba la suya conscientemente para perseguir su venganza.
- Todo va a estar bien, ¿sí?
🎀🎀🎀
- Te amo hasta el cielo y de vuelta, papi. – Max le sonrió a su hija, se veía tan inocente mientras el sueño la reclamaba.
- Yo también, mi cielo. – no estaba seguro si lo había escuchado, Naya tenía la costumbre de dormirse enseguida, un momento estaba parloteando y al otro ya soltaba dulces ronquidos. La llamada se cortó, dos segundos después le volvió a sonar el teléfono. Sonrió.
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Editado: 02.06.2021