Max ignoró su impulso de aceptar de inmediato las condiciones de Adelaide. En vez de eso, contactó con sus abogados, explicándoles la situación y habían quedado que ellos mismos se encargarían de averiguar todos los pormenores del acuerdo.
Perder esas acciones sería un golpe duro para su empresa, pero desde que decidió pedirle divorcio a su esposa, había empezado a tomar pequeños encargos que le ayudarían a afianzar su existencia, estaba preparado para cualquier eventualidad. Pero, eso no era el problema principal.
Habría renunciado a todo con tal de poder ver a Naya regularmente. Pero, conocía a Adelaide y no podía confiarse. Ella seguramente tenía una jugada secreta y no quería caer de nuevo en sus juegos.
- Estás ausente hoy, ¿te pasó algo? – Max miró a Fernando por un segundo, para después volver su mirada al plano en el que estaba trabajando.
Su amigo había llegado el día anterior, acostumbraba aparecerse cada tanto en su trabajo para asegurarse de que estaba bien. Al principio le molestaba eso, pero últimamente anhelaba rodearse de personas.
- Es una larga historia. – murmuró, pensando en si quería contarle los detalles a Fer.
- ¿Tiene que ver con la bru… digo, Adelaide?
Max solamente asintió y el otro hombre no hizo más preguntas. Lo conocía lo suficiente para saber que no debía indagar porque en ese momento no le contaría nada. Eso no significaba que no lo intentaría de nuevo más tarde.
Un silbido cortó los murmullos de los trabajadores y uno de ellos gritó.
- Carlos, ahí te buscan.
Max volteó inmediatamente y una sonrisa se asomó a sus labios al verla. Anya estaba parada en la entrada, con una bandeja en sus manos y el rostro sonrojado. Se balanceaba de un pie al otro, nerviosa.
- Estaba pasando por aquí y pensé en traerles algo… - mencionó, elevando un poco la bandeja.
- ¿Qué? ¿Qué te hicimos para que intentes envenenarnos? – la voz dramática de Carlos sacó un par de risas, incluida la de ella. Aún, se acercó a la bandeja y echó un vistazo.
- Quítate. – movió su mano de un manotazo y él rio. – No te lo mereces. – espetó, encaminándose hacía Max. – Tomé. – dijo al acercarse, poniendo la bandeja sobre el plano que estaba viendo antes. Probablemente lo arruinaría, pero no le importaba.
Y como había visto pasar tantas veces antes, la fachada de seguridad se derrumbó por un segundo, sus manos temblorosas. Al parecer nadie más se dio cuenta, porque todos estaban demasiado ocupados tratando de ver lo que contenía la bendita bandeja. Se trataba de panecillos dulces.
- Es del restaurante. – explicó después de un rato, cuando los temblores pasaron. – Por más que me duela admitir, ese – hizo un ademán hacia su hermano – tenía razón y si yo los hubiese preparado estarían agradecidos de trabajar en un hospital.
Los hombres la ignoraron, demasiado ocupados comiendo. Sí él mismo les traía esas cosas varias veces a la semana y nunca parecieron tan bestias.
Anya se movió un poco del caos y él la siguió disimuladamente.
- Gracias. – le dijo, pero ella negó con la cabeza.
- Un impulso. – respondió, pensativa. – A veces no puedo controlarlos y luego no sé qué hacer.
- No te gusta estar aquí. – era una afirmación, no una pregunta.
- Precisamente por eso vengo. Cada vez es un poco más fácil. – confesó.
Max no dijo nada después de eso, evaluando sus palabras. Se moría de ganas de preguntarle por qué le parecía tan espantoso venir ahí, pero presentía que se toparía con una pared.
- Ya aminoraron con las habladurías. – le dijo, buscando un tema de conversación.
- Quizá para ti, porque a mí siguen mirándome como si les hubiera robado al marido por ahí. – soltó una carcajada y Max la imitó. Echó un vistazo a la mesa, pero nadie parecía pendiente de ellos.
- Lamento que tenga que pasar por eso.
- No lo hagas. No me molesta tanto. Y puedes tutearme, ese tono formal me hace acordar a la escena penosa del otro día.
- Vale. – aceptó, recordando ese día. Aunque no estaba seguro de que recordaban las mismas cosas.
Vio a los hombres dispersándose y supo que su tiempo a solas estaba acabándose. Por eso actuó por impulso.
- Si te pido que salgamos por ahí, solos, ¿Qué me dirías? – vio que Carlos se acercaba a ellos y se retorció por dentro por la inminente interrupción.
- Que es una muy mala idea. – respondió, con sinceridad. – Pero, me encantaría. – dijo, justo antes de encaminarse al encuentro de su hermano.
🎀🎀🎀
Una muy mala idea. Soltó una risa histérica. Era un desastre, eso es lo que era. Pero esos pensamientos no lograron borrarle la sonrisa de la cara durante todo el día. Lía le había preguntado que qué le pasaba, pero no le había dicho nada, aún. Había otra persona con la que tendría que hablar primero.
#26651 en Novela romántica
#3060 en Novela contemporánea
traición y ambición, encierro y libertad, venganza amor inesperado
Editado: 02.06.2021