La piedra rebotó en el agua, dándole una mínima satisfacción. Se agachó para tomar otra, ya ni llevaba la cuenta.
Anya estaba en una cita. Y por más que quisiera lo contrario, no podía sentirse cómodo con ello. No era solamente por Roberto. Lo más fácil era decir que se sentía traicionado en nombre de su hermano muerto.
No, era por él. Por ella. Había llegado a querer a Anya como a una hermana.
Cuando Roberto empezó a salir con ella, no le había gustado. Además de la diferencia en las clases sociales, ella siempre le pareció demasiado… todo para su hermano serio y responsable. Ella tenía la vida resuelta, Roberto tenía que luchar cada día por encontrar su camino. Y él temía que perdería a su hermano en el torbellino que significaba esa mujer.
Ahora todos esos sentimientos habían desaparecido. Se sentía protector con ella, quería protegerla de todo. De su pasado, de los demonios que la atormentaban. Y también del fututo. Él conocía a Max, el tipo parecía ser buena onda y todo, pero nada le garantizaba que no le rompería el corazón a Anya. Y no estaba seguro de que ella pudiera soportarlo.
- ¿Un mal día? – preguntó la Ninfa, la había sentido llegar varios minutos antes, pero no quería ser él quien comenzara la conversación.
- Y los que están por venir. – ella se rio de él, no es como si le sorprendiera. – No soy muy buena compañía hoy, Ninfa.
- ¿Eso implica que generalmente lo eres? No me di cuenta. – muy a su pesar, le sacó una sonrisa. - ¿Quieres hacerte el misterioso esta noche? O puedes decirme, soy muy buena escuchando.
Él no respondió. Lo último que quería era hablar con alguien de lo que le molestaba. Además, por más que le gustara esa mujer, era una desconocida y no quería decir nada sobre Anya que pudiera perjudicarla.
- O simplemente podemos estar en silencio. – dijo, acercándose a él. no pudo resistir el impulso de girarse hacía ella. Lo que vio lo dejo de piedra.
- ¿Qué llevas puesto? – le preguntó, al ver que vestía solamente un camisón y una bata transparente por encima. Su tono de incredulidad no la alertó, seguía tan tranquila como siempre.
- No pude dormir, así que vine a despejarme un poco. No esperaba encontrar a nadie a estas horas.
- Creo que será mejor que me vaya. – dijo, tratando de mantener su mirada alejada de la figura de la mujer. Era más fácil pensarlo que hacerlo. La prenda le llegaba hasta los muslos y no dejaba mucho a la imaginación.
- ¿Tanto te incomodo? – no sabía si quería provocarlo o realmente era así… tan extraña.
- No. – dio un paso adelante, pero se detuvo antes de acercarse demasiado. – Pero, aunque parece que tú ignoras ese hecho, soy un hombre, Ninfa. Y no puedo estar indiferente si estas… así.
Volteó para no mirarla más; ella parecía etérea, como si no fuera de ese mundo. Como si no supiera nada de los deseos carnales que lo atormentaban en esos momentos, viéndola medio desnuda delante de él. Maldición, pensó. Si antes lo volvía loco, ahora estaba acabado, arruinado para siempre.
- No te estoy pidiendo que seas indiferente. – dijo entre dientes, pero lo suficientemente alto para que él la escuchara. Bruja.
Volvió a acercarse, esta vez pegándose a su cuerpo. Ella suspiró. Carlos refrenó las ganas de tocarla, sabía que si lo hacía no habría vuelta atrás.
- ¿Por qué asumes que yo quiera una cosa o la otra? – le preguntó al cabo de un rato, sacándolo de sus pensamientos. – Te juro que no pensé en encontrarte aquí, no hice esto a propósito. – explicó. – Pero pude dar media vuelta e irme al verte, ni siquiera te hubieras dado cuenta.
- No sigas por ahí. – dijo a duras penas, imaginando donde los llevaría eso y temiendo no ser capaz de refrenarse.
Negó con la cabeza, algo que hacía a menudo. Hizo un pequeño movimiento rozando su mano, se giró lentamente para quedar frente a frente. Al ver que él no daría el primer paso, lo hizo ella. Levantó la mano despacio, su toque apenas perceptible en su cara. Luego se puso de puntillas para besarlo.
Carlos la recibió gustoso. ¿Para qué engañarse si deseaba eso desde su encuentro anterior? Entonces pensó que había ganado… algo, pero no había dejado de pensar en ella durante todo ese tiempo. Puso las manos en su cintura para atraerla lo más posible, sus cuerpos rozándose. El beso no tenía nada de tierno, nada de paciente. Se devoraban la boca con necesidad, con pasión desmesurada. Se alejaron un segundo para tomar aire y la mente de Carlos se despejó lo suficiente para decir:
- Esto está mal. – la nube de la lujuria le impedía ver por qué, pero sentía que era así.
Ella volvió a negar, alejándose un poco para quitarse la bata que llevaba.
- Yo creo que se siente demasiado bien. – respondió antes de volver a atacar sus labios.
Poco a poco se fueron alejando del río, entre besos y caricias, todo sin despegarse. Carlos se quitó el saco cuando llegaron al pequeño claro donde acostumbraban sentarse y lo puso sobre la hierba. Ahí vaciló de nuevo.
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Editado: 02.06.2021