Caminaba por el parque sin prestarle atención a nada y a nadie. Sin Dmitri cuidándola quizá eso era una estupidez, pero en realidad no le importaba.
Los recuerdos estaban atacándola cada vez más seguido y empezaban a dejar mella en su humor. Con cada uno de ellos aumentaban sus ganas de destrozar a Ramiro, de hacerlo pedazos, pero ella sabía que no podía apresurarse. Había planeado todo a la perfección, un paso en falso arruinaría todo su plan.
— Auch. — aulló del dolor cuando algo se encajó en su costado, ahí donde la noche anterior La Pantera la había golpeado.
Por reflejo se agarró de las manos de ese alguien, boqueando por aire.
— ¿Milena? — al reconocer la voz, se dejó caer un poco más sobre el cuerpo que había chocado con el suyo. — ¿Estás bien?
Martín la llevó casi cargada hasta un banco cercano y le ayudó a sentarse.
— Sí, sí. — le aseguró, pero no pudo evitar el impulso de tocarse el costado donde le dolía.
Sin importarle que estuvieran en medio de un parque concurrido, Martín le levantó la camiseta que llevaba y ahogó una exclamación al ver la piel morada.
— Una estupidez. — quiso convencerle, pero él miraba el moretón fijamente. Deslizó los brazos debajo de sus piernas y la alzó en vilo, haciendo que jadeara por la sorpresa.
— ¿Qué... qué haces? — preguntó, aún con la sorpresa dibujada en sus facciones.
— Vamos a mi casa para curar esto. Después me vas a contar cómo demonios te lo hiciste.
Milena no replicó, no encontraba palabras para hacerlo. Apoyó la cabeza en su hombro y con la mano derecha empezó a dibujar círculos sobre su pecho, distraída.
Martín la sentó en su coche y la ignoró el resto del camino. Estaba cansada, pero no quería dormir y verse inmersa en otro recuerdo, así que se relajó sobre el asiento y admiró el paisaje.
El viaje a casa de Martín se le hizo inesperadamente largo.
Hizo ademán de salir por su propio pie del coche cuando esté aparcó, pero el gruñido que soltó el hombre hizo que desistiera. Volvió a llevarla en brazos y los próximos veinte minutos se dedicó a curar sus heridas, había encontrado más moretones a lo largo de su espalda. Cuando terminó, le pasó una camisa suya que le quedaba enorme, para que no apretara las vendas y las heridas.
— ¿Qué pasó? — preguntó con la mirada agachada.
— Una... — se interrumpió al ver que él alzaba la cabeza con una advertencia muda en sus ojos. — Déjalo estar, Martín. Ya pasó.
No quería decir que había pasado realmente, pero tampoco podía aguantar la angustia que veía en sus ojos.
— ¿Fue tu ex? — inquirió, sobresaltándola.
— ¿Qué...? No, él... — Martín se levantó bruscamente de la silla, la tiró al suelo por el impulso y empezó a pasearse por la cocina. Milena sintió como sus movimientos empezaban a marearla.
— Tienes que hacer una denuncia, Milena, no puedes...
Ella negó frenéticamente con la cabeza, sin siquiera considerar su propuesta.
— Déjalo estar. — pidió de nuevo.
Martín se detuvo un segundo con un gesto pensativo, luego abrió los ojos como si hubiera llegado al descubrimiento del año.
— ¿Es de aquí, verdad? Ese imbécil es de Cetiñe. Por eso...
Un sollozo lo interrumpió, pero ella se apresuró a limpiarse las lágrimas rebeldes que salían sin permiso.
— Déjalo estar, por favor. – la fragilidad en su voz hizo que finalmente desistiera.
Se acercó y la abrazó, cuidando de no presionar sobre sus heridas.
— Tranquila. Perdón, no quería alterarte. — Milena hipo, aún aferrada a sus manos que la sostenían.
Se calmó después de unos minutos, ahí Martín se obligó a soltarla y empezó a remover algo en la cocina para preparar la cena.
— Oye... — Milena llamó su atención, no quedaba más rastro de su pérdida de control. — ¿Qué haces, digamos... pasado mañana? — preguntó, relajada en la silla de la cocina, deleitada con las vistas.
— ¿Tienes algo en mente?
— Tú, yo, solos... Un desayuno, un almuerzo, una cena, muchos postres... ¿Qué me dices? Un día solo para nosotros.
Martín dejó la cuchara con la que removía la salsa y se acercó para dejar un suave beso sobre sus labios.
— Me encanta la idea. — aceptó, volviendo a dejar otro beso sobre sus labios. — Sobre todo la parte que incluye los postres. — otro beso, y uno más, y uno más.
— Podemos adelantarnos con los postres. — propuso, pero él se alejó, negando con la cabeza.
— Hoy no. — sentenció, volviendo a poner su atención en la salsa.
Milena entendió que no quería hacer nada por sus heridas, por eso no insistió. Ya lo tendría para sí misma en dos días.