—No me estoy quejando —dijo Martín viéndola desde el otro lado de la habitación, con solo unos pantalones sueltos cubriendo su cuerpo—, pero, ¿por qué nos estamos viendo aquí?
Milena se estiró sobre la cama, dejando que la sabana se deslice un poco, pero no respondió de inmediato. Lo miró fijamente, dejando que una sonrisa aflore sobre sus labios, disfrutando de las vistas.
—Un cambio de escenario. —murmuró, encogiéndose de hombros. Martín aceptó su respuesta, calentándole el alma.
A veces no podía creer que el hombre tuviera tanta confianza en ella, le era un sentimiento ajeno. Además, la verdadera razón por la que invitó a Martín a un hotel —en vez de ir hasta su casa— era porque estaba sin escolta y no era tan estúpida cómo para moverse por las afueras sin una. Con las cosas tan caldeadas con los italianos y Ramiro acechando, no iba a arriesgarse.
A regañadientes se levantó de la cama, uniéndose a Martín en el sofá donde estaba sentado. Se puso la ropa interior, más por el frío que por el pudor y se dejó caer a en su regazo.
—¿Te molesta que nos veamos en la ciudad? —murmuró, dejando un beso sobre su barbilla. Las manos de Martín se apretaron alrededor de su cintura, juntando aún más sus cuerpos.
—Debería preguntarte lo mismo. —habló sobre sus labios, Milena frunció el ceño al no entender—. Tú eres la que está casada. —Sus palabras hicieron que su corazón doliera al recordar donde se encontraba actualmente su esposo, pero luchó para que no se le note el disgusto.
—Yo te llamé, ¿no? —Fingió una sonrisa y Martín asintió, viendo las cosas desde su punto de vista—. Me refiero a que últimamente estás muy cerca de Ramiro. —Hizo lo posible para que no sonara como un reproche, pero no estaba segura de que lo había logrado.
—Es mi madre. —Explicó el hombre, negando con la cabeza—. Quiere que presentemos un frente unido ante las elecciones.
Así que el alcalde tenía serias dudas de su posición como para molestarse en jugar a las ópticas. No le gustaba que Martín fuera el juguete elegido para lograrlo, pero si jugaba bien sus cartas podría sacarle mucho provecho a la situación.
—Parece más preocupada que Ramiro. —comentó con desinterés, mirándose las uñas.
—Fue la esposa del alcalde y es la madre de uno. Está más acostumbrada al poder que Ramiro, es lo único que conoce.
En eso estuvo de acuerdo con Martín, la viuda parecía no saber vivir sin estar al mando. Bien lo sabía ella, que había sufrido su ambición en carne propia. Recordaba que la mayoría de las veces los golpes que recibía se los había ganado ella y sus comentarios. La caída de Ramiro sería lo peor que podría pasarle. No lo había pensado antes, pero la viuda también era una fuerza a tener en cuenta, un enemigo que antes no había considerado.
—¿Y tú? —Trazó unas líneas sobre su piel desnuda, llamando su atención—. Creciste como el hijo del alcalde, eres el hermano del actual. ¿Por qué no estás a su lado, apoyándolo? —Martin se tensó por un breve instante, si no estuviera sentada sobre él ni se habría dado cuenta.
—Lo sabes perfectamente bien. —espetó, aunque el tono no iba dirigido a ella, sino a los recuerdos que lo atormentaban—. Siempre fui la oveja negra de la familia. Además, mi padre nunca fue un sediento de poder. Y yo pasaba la mayor parte del tiempo con él. —Milena no recordaba al viejo alcalde, había sido una niña cuando él murió, pero había escuchado que fue un hombre mucho mejor y más justo que su sucesor.
—Lo siento, no quería molestarte. —Se excusó, apoyando la cabeza sobre su hombro.
—Nunca podrías molestarme. —Martin besó su coronilla—. Hubo una época en la que pensé que finalmente habíamos llegado a ser una familia. Supongo que fue poco antes de que tú… —Se interrumpió, sin saber cómo llamar su relación con Ramiro; Milena ignoró eso, deseosa de saber que había pasado—. En fin, estaba con Anastasia en ese momento y de repente, mi mamá y mi hermano empezaron a interesarse más en mí, en mi vida.
—Por ella. —asumió y él no le contradijo.
—Por su padre, más bien. Después me enteré de que Ramiro había tratado durante mucho tiempo atraerlo a sus negocios, pero sin éxito. Mi relación con su hija le abría una puerta que nunca pensó poder atravesar. —se rio, aunque ella no entendió que podía resultarle tan gracioso.
Había investigado a los Lawrence minuciosamente después de la irrupción que significaron en sus planes y había confirmado que Angus era una fuerza a tener en cuenta en el mundo en los negocios y la política. No estaba asociado con ninguna organización criminal y la única razón por la que lograba sobrevivir en ese mundo plegado de injusticias era porque él no los necesitaba a ellos. En realidad, eran las mismas organizaciones las que dependían en mucho de su figura para mantenerse cerca de la barra de la legalidad. Por eso no le extrañaba que Ramiro hubiese tratado de ganárselo, él quien trabajaba con los italianos y los rusos necesitaba de un tipo legal para balancear las cosas.
—¿Qué pasó después? —Martin suspiró y por un segundo Milena pensó que el relato había llegado a su fin, que no le diría nada más. Pero, cuando se acomodó mejor en el sofá, arrastrándola a ella también, entendió que eso iba para largo.
—Fueron unos meses muy buenos para mí. El negocio me iba bien, tenía a una mujer increíble al lado y había hecho las paces con mi familia. Hasta que Anastasia empezó a comportarse extraña, vacilante. Me evitaba y después se colgaba de mí sin dejarme respirar. Mi madre y ella habían hecho buenas migas y estaban casi inseparables, pero eso no me preocupaba. —Se detuvo un momento, para tomar aire o para darse valor para seguir, ella no podía dilucidarlo—. Un día encontré una prueba de embarazo, positiva, en su baño. No sabía cómo sentirme, éramos muy jóvenes, mi carrera apenas despegaba, pero no pude evitar ese pequeño trazo de esperanza.
Milena sabía de qué estaba hablando, lo entendía mejor que nadie. Su situación con Ramiro nunca fue la ideal, pero hubo varios sustos de embarazo cuando ella realmente se emocionó, pensando que se convertiría en madre. Ahora sabía que aquello era imposible y había dejado esos deseos en el pasado, pero podía entender los sentimientos de Martín. Se acurrucó sobre su costado, presintiendo que el final de esa historia no le iba a gustar.