La mesa estaba en silencio, pero no era uno incómodo. La noche anterior transcurrió sin inconvenientes y un deje de alegría se sentía en el aire. Noches como esa eran las preferidas de las chicas del club, normalmente no había tantos hombres jóvenes en aquel lugar. Era como un festín para ellas y además las propinas que se dejaban en eventos como ese eran las mejores.
Isabella sentía la mirada interrogativa de sus amigas, y las no tan benévolas de las demás chicas, desde el momento que entró en el comedor. Su presencia en el desayuno era algo inhabitual, ya que por las mañanas estaba tan destrozada que no podía salir de la cama. Pero ignoró las miradas, tenía mucha hambre y cero ganas de conversar. Desayunó en silencio, sumida en sus pensamientos y disfrutando de la calma temporaria que la había embargado. Tenía miedo hasta de respirar, no quería que ese sentimiento la abandonase demasiado pronto.
Esa mañana se despertó con un leve dolor de cabeza debido al alcohol que había ingerido la noche anterior. No se podría decir que se había emborrachado, pero desde que se convenció de que Alejandro – al pensar en el hombre una sonrisa lucho por formarse – no le iba a hacer daño, se había soltado un poco y le ofreció un trago, atreviéndose a bromear con que esta vez no lo iba a condimentar.
Tal vez fue por eso que le resultó más fácil relatarle a un desconocido la mayor parte de su vida, sin guardarse nada, ni un pequeño detalle. Al despertar esperó que la asaltara la sensación de culpa y vergüenza por haberse ido de la lengua, pero en su lugar se sentía… ligera.
— ¿Damián no está? — la voz chillona de una de sus compañeras rompió el silencio y todas las miradas volaron hacia ella. Por alguna extraña razón todas pensaban que ella conocía el paradero de Damián a todas horas, cosa que no era verdad ni por asomo. Miró a la mujer que hizo la pregunta, sintiendo un poco de vergüenza al no recordar su nombre y se encogió de hombros como diciendo que no tenía ni idea.
Volvió a pensar en la noche anterior. Le parecía irreal. Varias veces llegó a preguntarse si lo había imaginado, soñado. Pero la respuesta era siempre la misma y eso la asustaba mucho.
Le había contado todo. Cosas que nadie sabía y otras cuantas que hasta ella misma pensaba haberlas olvidado. Él la había escuchado sin decir una palabra y lo agradecía. Sabía, muy en el fondo, que el hecho de que no le conocía de nada había contribuido a eso. Por más absurdo que sonase, a veces era más fácil hablar de cosas importantes con alguien que no te conoce de nada, que no te juzgará y que solamente se limitará a escuchar. Porque si no, ¿la gente iba al psicólogo?
Pero, no era ella la única que habló. Él le había contado parte de su vida también. Su historia le hizo entender que por más que así parezca, nadie tiene una vida perfecta. Hizo una mueca al pensar en la primera vez que lo miró, en aquel pasillo. Parecía que había sido hacía una vida. A pesar de atraerla a un nivel que no se sentía cómoda explorando desde que posó sus ojos en él, había un sentimiento de rechazo instantáneo que sentía por cualquier persona de género masculino que pisaba el burdel. Intentó reconciliar esa imagen con la que bailaba ahora en su cabeza. Alejandro resultó ser un hombre respetuoso, honrado y digno de su admiración. Hacía tiempo que dejó de admirar a los hombres, sus más grandes héroes la habían decepcionado y ahora sentía temor del sentimiento que aquel hombre provocaba en ella.
Escuchó que alguien decía su nombre y levantó la cabeza de su plato, a pesar de haber dejado de comer hace rato y se limitaba a revolver el contenido. Una vez más las miradas de todas las presentes estaban puestas en ella y se removió incómoda en su silla. No le gustaba ser el centro de atención.
— Nos estábamos preguntando, ¿cómo te fue a ti anoche? — fijó su mirada en Amelia, una de las pocas personas además de sus amigas con quien tenía trato, aunque no en un buen sentido. Sintió el deje de burla en su voz y reprimió las ganas de borrarle la sonrisa de suficiencia que tenía plantada en el rostro. Dedicó una mirada significativa a Marta, su amiga se dejaba arrastrar con facilidad por las provocaciones de Amelia y esas discusiones pocas veces terminaban bien.
— Apuesto a que mucho mejor que a ti. — respondió con monotonía, esperando que le quede claro que no tenía intención de seguir con aquella conversación.
Era una respuesta habitual, nunca dejaba que nadie fuera de su círculo de amigas viera como quedaba después de una noche de trabajo; para la hora del almuerzo hacía de tripas corazón y soportaba estoicamente los interrogatorios. Reprimió una sonrisa al darse cuenta de que por primera vez en años, esa respuesta fue sincera.
Sin esperar respuesta, cogió su plato y se retiró de la mesa. Sintió pasos detrás de ella y predijo que eran sus amigas, así que siguió caminando hasta su habitación, dejando la puerta abierta para que pasen.
— ¿Qué pasó anoche? — le pregunta no se hizo de esperar y Clara había adoptado una pose un tanto graciosa, pero no se atrevía a reír. Pensó en si podría decirles realmente que pasó anoche. La respuesta no se hizo esperar. ¡No! Tal vez no se atrevía a aceptarlo en voz alta, pero se sentía celosa de la noche anterior. No quería compartir con nadie lo que pasó en esas cuatro paredes. Quería mantener la memoria de Alejandro solo para ella, porque sabía que esa noche de bondad y respeto con él servirá para sobrevivir los miles de sufrimientos que estaban por venir.
#26691 en Novela romántica
#3061 en Novela contemporánea
mentiras traicion lagrimas, amor tristeza dolor, prostitucion violencia
Editado: 22.08.2021