A. Alexa. Siempre contigo

4

La mujer descansaba sobre su pecho en la misma posición incómoda en la que se durmió horas antes. Temía moverse para no despertarla, aunque sabía que ambos lo resentirían el día siguiente.

Había estado en el bar con Alfonso cuando la vio entrar embutida en ese vestido negro que le quitó el aliento. Si antes no podía sacarse a Andrea de la cabeza, después de su charla en la reunión eso se convirtió en un imposible y esa noche, verla tan arreglada y fresca, fue la proverbial gota que colmó el vaso ya rebosante.

—Déjalo, Mauricio. —Lo había detenido Alfonso con una mano sobre su brazo, instándolo a volver a sentarse al ver su intención de ir hacia ella—. Piensa bien lo que vas a hacer. —advirtió.

Mauricio sabía exactamente de qué le estaba hablando, a pesar de sus sentidos enloquecidos, no era un estúpido y conocía todas las razones por las cuales no debía acercarse a Andrea Rodríguez. La cosa era: no le importaba.

—Solo iba a invitarla a tomar una copa con nosotros. —se defendió—. Es tu amiga y mañana te vas. —añadió, buscando excusas que él mismo sabía no eran creíbles.

—Claro. —Murmuró su amigo, apurando su bebida y dejando el vaso sobre la mesa con un fuerte golpe—. Ya debería irme, mañana tengo el vuelo temprano. —Se excusó, Mauricio se levantó para despedirse con un abrazo.

—Mantenme al tanto de cómo va tu padre. —pidió, lamentando no poder hacer más por su amigo.

—Estamos en contacto. —prometió—. Ten cuidado con ella. —Advirtió de nuevo, echándole un vistazo a donde estaba sentada Andrea—. No la lastimes. —terminó su discurso con ese pedido intrigante, pero se fue del bar antes de que Mauricio llegara a preguntarle a qué se refería.

Lo último que él deseaba era hacerle daño a Andrea; en realidad, deseaba no tener ningún trato con ella. Un revuelo en la barra llamó su atención, pero por la mar de gente solo pudo ver la cima de su cabeza rubia que se sacudió frenéticamente y después salir disparada del bar, sin siquiera mirar atrás.

En ese momento, seguirla le pareció la peor idea del mundo, pero al llegar a su piso y ver a ese hombre sobre ella, agradeció haberlo hecho. Aún temblaba de rabia al recordar sus manos sobre su cuerpo y su boca sucia acercándose amenazadoramente a la suya; aunque habían pasado horas desde el suceso y Andrea se hubo tranquilizado. Podía mentirse diciendo que lo habría hecho para cualquiera que necesitara ayuda; la verdad era que si lo hubiera hecho, pero con pocas personas se quedaría después, tratando de consolarlas. Porque Andrea Rodríguez entraba en esa lista exclusiva, le era un misterio.

Cuando los primeros rayos del sol empezaron a colarse por los ventanales – esos que daban a la playa y que él había codiciado – se levantó con ella en brazos y con cuidado la depositó sobre la cama. Le había prometido que estaría con ella hasta que se durmiera, no que velaría su sueño por toda la noche – sin pegar ojo el mismo –, no quería que ella lo descubriera al despertarse. La observó ahí, recostada sobre la cama, dormía tranquila, solo el maquillaje corrido alrededor de sus ojos era prueba de la noche tan difícil que tuvo. Ella se removió en sus sueños y Mauricio tomó eso como una señal de que debía retirarse si no quería ser atrapado. Salió con cuidado de no hacer ruido, repasó mentalmente sus obligaciones ese día y sonrió al recordar que era sábado y que estaban libres. Entró en su habitación aún con esa sonrisa y se quitó los pantalones y la camiseta sin cuidado, tirándose a la cama. La última imagen que pasó delante de sus ojos antes de dormirse, fue su tímida sonrisa cuando la abrazó.

🌊🌊🌊

Lo despertó el sonido de su celular y le gruñó antes de tomarlo y maldecir en voz baja a Pedro.

—¿Qué quieres, pesado? —espetó, aunque el sol ya estaba brillando en lo alto del cielo, aún se sentía cansado. —No ves la hora, ¿o qué?

—Me parece que ese eres tú. —replicó Pedro. —Déjame asumir que tuviste una noche loca y por eso aún estás durmiendo al mediodía. —Las palabras de su hermano hicieron que se levantara de la cama como si le quemara, la carcajada de Pedro al otro lado de la línea solo consiguió irritarlo más.

—Algo así. —terminó confesando, porque sabía que, aunque se resistiera, se lo sacarían a la fuerza.

—¿Detalles?

—Ni lo sueñes. —espetó, agradeció que Pedro no volviera a insistir. —¿Pasó algo? —Convencido de que su hermano no lo llamaba con el único fin de fastidiarlo, se preocupó.

—No, nada. Mamá nos hizo un calendario de chequeos como te va, hoy me tocaba a mí ser el sacrificado. —dijo con ligereza. A Mauricio no le sorprendió el acto de su madre – es más, se lo esperaba –, lo que si le tomó por sorpresa era el hecho de que no le molestaba… tanto.

—Supongo que no debiste decirme eso. —reprendió a su hermano, extrañamente divertido con la situación.

—Se me hace difícil mentir y lo sabes. —Ante la risa burlona de Mauricio, resopló—. Bueno, en realidad, ya que vas a recibir llamadas frecuentes de mi persona, no quise que te ilusionaras y pensarás que me importas, tienes que saber que lo hago obligado. —siguió con su juego – o al menos eso quería pensar Mauricio.

—Pobre de ti. —se burló—. Estoy bien. —Lo tranquilizó, sabiendo que su madre quería saberlo más que nada—. Eso sí, no puedo prometerles que no terminaré ahorcando al coordinador del proyecto un día de estos… —le contó todos los detalles del concurso – incluido el hombre pesado que lo volvía loco – cuidando de no mencionar a la mujer que le quitaba el sueño.




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