—Deberías quedarte aquí. —Andrea levantó la cabeza del dibujo que estaba terminando para mirar a Mauricio. Le parecía mortalmente serio.
—Aquí, ¿dónde? —Ladeó la cabeza un poco, esbozando una sonrisa. El hombre se encogió de hombros, hizo un ademán abarcando la habitación y rio.
—Aquí. —Aclaró, levantándose de la cama donde estaba sentado para encender la chimenea; con la caída de la noche el frío asolaba la ciudad, como un residuo de la tormenta—. No veo porque pagar ambas habitaciones, si de igual manera pasaremos tiempo en una sola. —Por un momento, su vena Rodríguez saltó a la vista y se sintió indignada de que tomara una decisión así sin consultárselo, como lo habían hecho los integrantes de su familia desde siempre; pronto recobró la compostura y se repitió que él no hizo tal cosa, en realidad.
—¿Qué te hace pensar eso? —Sonrió, levantándose de la silla y dejando el dibujo en el olvido, Mauricio la esperó a medio camino y la abrazo por la cintura, jalándola hacia su cuerpo.
—No puedo quitar mis manos de ti. —Murmuro sobre su boca, sus alientos entremezclándose, embriagándola—. Iría a buscarte cinco minutos después de que te fueras.
Su sinceridad fue un soplo de aire fresco en su vida, nunca antes se sintió así de transparente con nadie. Siempre había mantenido sus sentimientos bien guardados, buscando eso mismo en sus parejas y amigos. Solo Ramón, pensó, era un libro abierto, de todo su círculo de amigos, pero con él se empezó a juntar hace poco, cuando sus grietas ya se habían ensanchado tanto que estaban por romperse. Mauricio terminaría ese proceso, se dio cuenta con algo de miedo.
—¿Y qué pasa si no estoy de acuerdo? —Se dedicó a desabotonar su camisa mientras hacía esa pregunta—. ¿Por qué seguimos vistiéndonos de todos modos? —Murmuró, frustrada por la tela que seguía separándola de su cuerpo caliente.
—Entonces, mantendremos habitaciones separadas. —Esas palabras, dichas con simpleza, detuvieron sus movimientos y enarcó una ceja en su dirección, ligeramente descolocada.
—¿Sí? —Odió la duda que se filtró en su voz, pero Mauricio mantuvo la misma expresión seria de antes, sus dedos creando círculos en la piel desnuda de su estómago.
—Claro que sí. Si te sientes más cómoda así, lo haremos. No quiero correr contigo, Andrea. —Ella movió las manos hasta posarlas en sus antebrazos, apretó suavemente sus músculos firmes.
—¿Tú también crees que vamos demasiado rápido? —Era una duda constante en la parte trasera de su mente, el pensamiento de que estaban corriendo en esa relación y que más temprano que tarde se estrellarían.
—Tal vez. —Aceptó el hombre, frunciendo el ceño—. Pero se siente bien, ¿sabes? Se siente correcto, como si estuviera conectado a ti de una manera… No sé explicarlo aún. Solo sé que deseo pasar cada momento libre contigo.
—Me pasa lo mismo. —Si él iba a ser brutalmente sincero, ella le debía la misma consideración—. A veces me asusta, porque no estoy acostumbrada a dejarme llevar de esta manera. Pero, no quiero parar. Donde quiera que nos lleve, quiero experimentarlo. —Apoyó la cabeza en su hombro, mientras que Mauricio deslizaba los brazos por su espalda y la sostenía en un fuerte abrazo. Deseó quedarse ahí por una eternidad, pero el mundo afuera de esas cuatro paredes seguía moviéndose y ambos necesitaban moverse con él—. Voy a bajar después para cancelar mi reservación y ver si ya puedo recoger el resto de mis cosas. —Exclamó, sonriente, alejándose un paso de él y caminó hacia la ventana—. No son pocas. —Le advirtió, girando sobre su eje, divertida.
—Haremos espacio. —Resolvió el hombre, yendo en su dirección. Se detuvo a medio camino, precisamente donde estaba sentada ella antes, dibujando—. ¿Puedo ver? —Señaló los papales, derrumbando otro muro que guardaba su corazón con esas simples palabras.
Asintió, con la garganta cerrada por la emoción se sentía incapaz de hablar. Mauricio se sentó mientras observaba los bocetos, arrugó la frente en señal de concentración. No quería que viera su ansiedad, así que giró hacia la ventana y se entretuvo observando la gente que estaba en el jardín; el lugar ya estaba arreglado y unos pocos turistas se aventuraban a pasar sus tardes ahí.
—¿Puedo hacer una sugerencia? —Su pregunta hizo que girara de nuevo hacia él, ocultó su nerviosismo tras una sonrisa y asintió. Él caminó a su lado, apoyó un hombro en la pared y le señalo un punto del dibujo. Se trataba del área del techo —con la cual se sentía particularmente satisfecha— así que no vio que podía cambiarle—. Creo que Pedro usa otros materiales para los soportes en sus construcciones. Son un poco más costosos que lo que propusiste aquí, pero tal vez podrías considerarlos como una alternativa. Tal vez ahora costaría más, pero a largo plazo podría ahorrar mucho. —Un suspiro salió de sus labios, tomó el papel de entre sus manos y lo arrugó un poco por lo fuerte que lo sostenía.
Le dolía aceptarlo, pero había temido recibir sus críticas. Aunque se sentía muy segura de sus proyectos, estaba acostumbrada a que siempre le buscaran alguna falta, algo para criticar. Siempre luchaba para hacerse oír, nunca permitió que nadie echara por tierra sus ideas y convicciones, pero esas litigaciones la dejaban agotada, cada vez más. Sabía que —su sangre caliente jamás lo permitiría— haría lo mismo en caso de que Mauricio tratara de hacerlo, pero no quería empezar con él una relación que se sintiera como un espejismo de la que tenía con sus hermanos y su padre. Pero, él no era como ellos y se sintió mal solo por pensar así. Mauricio nunca la humillaría, sus palabras estaban destinadas a ayudarla, aconsejaría, pero siempre desde un lugar de respeto.
Por un momento pensó si estaba pecando de confiada, de ilusa. Había tratado a Mauricio menos de una semana y en ese tiempo se le entregó en cuerpo y alma, tal vez ella misma tenía los sentidos embotados y no podía ver la realidad. Una mirada a su rostro sereno, a sus ojos brillantes que estaban clavados en sus labios sacó a patadas ese pensamiento de su cabeza; nadie podía fingir tanto.