La capital le pareció demasiado lúgubre al salir del aeropuerto. Tal vez era por la lluvia fuerte que azotaba sus calles, pero le parecía que más bien se trataba de su interior. No tenía ganas de estar ahí, quería volver a su vida tranquila en Cancún y evitar los malos momentos que se avecinaban.
Salió en busca de un taxi, maldiciendo desde ya al saber que sería una pérdida de tiempo, más aún con la lluvia que no parecía querer aminorar. Por eso, más que la sorpresa, fue alivio lo que sintió al encontrarse con una cara conocida al salir por las puertas corredizas.
—Servicio exprés. —Bromeó Simón, saliendo a su encuentro. Feliz de ver una cara amiga después de casi dos meses fuera, se tiró en los brazos de su amigo, dejándose envolver por su aroma conocido.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó sonriendo, dejándose llevar hasta el coche de su amigo. Simón tomó su maleta y la tiró con descuido al maletero, hizo una mueca ante el maltrato del coche deportivo que ostentaba—. No es que no me alegré de verte, porque si lo hice.
—Imagine que encontrar un vehículo en ese diluvio sería imposible, así que decidí ser un buen amigo. —Se encogió de hombros, encendiendo el coche y maniobrando para salir a la carretera principal—. Pensé que nos habías olvidado. —Reprochó, pero en broma, con esa sonrisa encantadora que dejaba a las mujeres colgadas de él, a pesar de saber que no tenían ninguna oportunidad.
—Las cosas se complicaron ahí. —Resumió, Simón estaba al tanto de todo lo que había ocurrido —con el huracán y el concurso—, así que no hizo más preguntas.
Aprovechando que su amigo estaba concentrado en manejar con la visibilidad casi nula, sacó su celular del bolso de mano que llevaba sobre su regazo.
—Ya aterricé. Todo bien. Te extraño. —Le escribió a Mauricio, sintiendo desde ya su falta. Como habían pasado cada momento de los últimos días juntos, se había acostumbrado a su presencia como una parte inalterable de su rutina. Era la primera vez que se separaban en dos meses y, además de la añoranza, estaba el miedo de sí su relación resistiría su primera separación.
—Retrasaron mi vuelo por la lluvia. Llegaré apenas mañana. Yo también. Te quiero. —Una sonrisa afloró en sus labios, como cada vez que le decía algo así. Ella todavía no se había atrevido a soltar las famosas palabras, aunque estaba completamente segura de que sentía lo mismo. Por un momento pensó en escribirlo como respuesta, pero se detuvo. Quería verlo a los ojos la primera vez que lo dijera, no a través de un mensaje de texto.
—¿Y esa sonrisa? —La pregunta de Simón la trajo de vuelta a la realidad, hasta se había olvidado que no estaba sola en el coche. Sonrió de nuevo, recordando todos los momentos con Mauricio y se preguntó si se sentía lista para hablarle a alguien sobre ello. Simón era la persona correcta, no tenía ninguna relación con su familia —tampoco le gustaban mucho—, era su amigo incondicional.
—Conocí a alguien. —Empezó, dándole comienzo a un relato que duró casi una hora. En ese tiempo habían llegado a su apartamento, había dejado sus cosas y aceptó la invitación de Simón de pasar a su piso para tomar algo. Finalizó con el último mensaje que le mandó Mauricio.
—Cuando dije que vivieras un poco, no tenía esto en mente. —Comentó su amigo cuando terminó de hablar, tomándose de un trago el contenido de su copa.
—¿Está mal? —No quería saber cómo se sentiría si la opinión de Simón fuera negativa, aunque se decía que no le importaba porque a ella la hacía feliz, no tener el apoyo de su amigo sería un golpe duro. De Mariela se lo esperaba —por eso había decidido ocultárselo a ella también— pero Simón era otro cuento.
—¿Qué? Claro que no. —Soltó un suspiro de alivio al escucharlo—. Solo, no sé, me imaginé unas cuantas salidas, un rollo de una noche, algo así. Lo que me estás contando es una relación seria, ¿verdad?
—Sí. Bueno, al menos por mi parte. No me arriesgaría tanto por un capricho pasajero. —Aclaró, recordando la manera en la que se sentía con Mauricio. Definitivamente, se comprometería a una vida a su lado si la seguía haciendo feliz de esa manera.
—Entonces, ¿cuándo podré conocer al galán? —Una carcajada se escapó de su garganta al escuchar la pregunta, se sentía extrañamente liviana al hablar con él. Como una mujer normal, hablando de una relación normal. Como si Mauricio no fuera hijo del enemigo acérrimo de su familia.
—Para eso tendrías que venir a Cancún. —Respondió, poniéndose sería—. Vernos aquí es arriesgado. —Su burbuja de felicidad se rompió un poco, pero no dejó que él lo viera.
—¿Tan mal sería que se enteraran? —Le frunció el ceño a la copa vacía de vino, la rellenó porque necesitaba combustible si pensaba seguir por ese rumbo.
—¿Quieres la verdad? — Simón asintió con obviedad—. A veces creo que es más por él que me callo. Mauricio tiene esta relación maravillosa con su familia, si ellos no llegan a aceptarme, cosa que seguro no harán, lo lastimaría mucho. —Su voz se apagó de a poco, la posibilidad de que Mauricio los elegiría a ellos por encima de su relación atormentándola. Se calló ese pensamiento—. Yo ya estoy acostumbrada a que me miren mal, a decepcionarlos. —Se encogió de hombros, tomando un sorbo largo de su vino.
—¿Él lo sabe? —Negó con la cabeza, pensativa.
—Fue una decisión que tomamos ambos en el inicio de la relación. Claro, dejamos abierta la posibilidad de contarle a alguien cuando nos sintamos cómodos. —Lo señaló con un dedo—. Siéntete halagado. Eres el primero en saberlo. —Bromeó, rompiendo un poco la tensión que dejó la conversación en el aire.