Contrario a los deseos de una rubia, el sol sale de nuevo al día siguiente. No es el agradable calor que disfruta en las primeras horas de la mañana, este es molesto en realidad.
Casi tan molesto como la radiante sonrisa de Ëlla Stanley, la sonrisa que le dedica a un hombre, que por sus ropas deduce es un conserje. Si lo piensa un poco más, no son los dientes perfectos de Ëlla lo que le molesta, más bien, es el hecho de que en los últimos días no la ha visto de frente. Ambas han decidido evadirse mutuamente, las diferencias de aquella noche, hacen que actualmente puedan concordar con algo: incomodidad.
Como dos imanes negativos repeliendose.
El juego de evadirse podría continuar por algunos días más, si ninguna tuviera el dichoso proyecto por realizar. Pero a sus pesares el trabajo sigue vigente y no se pueden andar de orgullosas.
Rueda los ojos y recoge por millonésima vez la poca dignidad que le queda. Hace el famoso ejercicio de respiración que le enseñaron de pequeña para controlarse mientras maldice internamente.
Bien, ahí va. Flora Dagwood acercándose a Ëlla, porque primero calificación que orgullo.
La causante de su malestar está hablando animadamente con el conserje, y a su pesar logra reconocer el rostro del hombre. Afortunadamente no está con su grupo de amigas, porque su incomodidad sería mucho mayor. Esta vez puede pasar del empleado, pues a la rubia no le agrada mucho tal personaje, en las últimas ocasiones en que lo frecuentó, sus comentarios no pasaban de supuestos consejos sobre cómo sonreír más y el por qué debería. En las primeras oportunidades la chica intentó ser educada y decirle sutilmente que se preocupara por sus cosas, pero ya han sido tantas las veces en que el anciano se ha concentrado en Flora y su cara de odiar todo, que ahora no se preocupa por mandarlo a paseo directamente.
Su deseo parece ser captado por este hombre que después de un gesto cortés a la pelirroja se aleja.
Después de días, se miran, no a la distancia, sin añoranza. Directo a los ojos de la otra, recordando los colores de cada orbe, preguntando como se permitieron privarse de tales tonalidades por tanto tiempo.
—Flora.
—Ëlla.
—Han pasado un par de días.
—Cinco, en realidad.
— Sí.—
— Supongo que vienes para el proyecto.— Una demanda mas que pregunta.
— Así es. Entre más rápido terminemos esto, mejor.
— Estoy libre ahora, y supongo que tú también. Vamos a la biblioteca. — De nuevo demandando, las esmeraldas desafiantes no ceden.
Les toma un par de segundos ponerse en marcha, segundos en los que Ëlla intenta discernir algo en la expresión ecuánime de Flora. No lo logra, tal como la primera vez que se fueron las emociones de esta joven siempre son inescrutables.
El murmullo de las conversaciones ociosas de otros estudiantes junto con el rechinar de los zapatos en las baldosas que imitan un tablero de ajedrez, llenan el ambiente. Aunque se supone que van juntas a un mismo lugar, no podrían estar más separadas, cada una tomando rutas diferentes para moverse entre el mar de personas.
La biblioteca está separada del edificio principal, no suele ser el lugar más concurrido por lo que los corredores y caminos que llevan al lugar están casi desiertos. hay al menos medio metro de distancia entre ellas, Flora guarda cierto afán en su avance.
Ëlla parece dejarla liderar, se sienta justo en frente en la mesa que la rubia escoge sin mediar palabra. Flora encuentra su paciencia extrañamente desesperante. Quizá es su aparente falta de imperatividad o la carencia del ferviente deseo de salir corriendo del lugar.
La tranquilidad que emana esta joven ciertamente le molesta, al menos cuando se siente pequeña y desesperada, justo como ahora.
— Había pensado en un par de cosas...— Finalmente Ëlla se atreve a hablar a la par que rebusca un cuaderno en su mochila.
De hecho, no es una mochila en sí misma, es un bolso manos libres de cuero. El marrón está desgastado en todas partes, especialmente en la correa y la parte inferior, indicando el uso y probable antigüedad del artículo. En la tapa del bolso hay al menos diez pines, entre los cuáles puede distinguir una rosa en una cúpula y un zorro, clara referencia al célebre libro ‘El Principito’; hay otros dos que asemejan lo que ella cree son una trompeta y una tuba; un arcoiris que no está muy sorprendida de encontrar; la palabra ‘Lover’ en letras cursivas, dándose cuenta de inmediato que no es nada más que el logo del album de Taylor Swift, que es de hecho una grata sorpresa; un par de cabezas de perros, que cree son un samoyedo y un dalmata, no podría ser más obvio que Ëlla prefiere a los perros; hay uno más grande y simple, redondo con la leyenda ‘Dumb bitch Nº1’ y el último no es más que un tacón.
— Una de ellas es que yo podría tocar algo con la trompeta. Como alguna melodía que todos los oyentes se sientan identificados como ciudadanos de Zephyros, puede ser que mediante esto contemos la historia a partir de la música, y…
Esto último sorprendió un poco a Flora, pues no sabía en lo absoluto que Ëlla tocaba la trompeta. Había escuchado ya que hacía parte de la banda, se pudo haber imaginado que toca cualquier instrumento, menos ese, en la mente de la rubia se imaginaba a la chica tocar el violín, pero bueno, ya se está desviando de lo que verdaderamente importa. Porque han pasado algunos minutos donde su compañera aún sigue hablando, pero su ensimismamiento no le ha permitido descifrar lo que dice.
Menea un poco su cabeza para obligarse a volver a la realidad.