A Flor de Piel

CAPÍTULO 10 – EL ORIGEN

El nuevo plan era ir a Vancouver.

Caminamos por los kilómetros de llanura y al pisar el bosque iniciamos el trote. Sentía que no eran mis piernas las que me trasladaban sino el viento fresco. Era como volar entre nubes.

Los troncos robustos cada vez se alejaban menos. Las luces místicas dentro de los árboles se hicieron ver, y entre ambos, el portal en su más espléndida refracción. Lo atravesamos un momento después, suspendiéndonos por milésima de segundo.

Después de sentir que me ahogaba por la falta de aire, llegamos a Vancouver estrellándonos contra en suelo. Di un par de vueltas más que Eric, frenando contra un árbol cuyo impacto lo sacudió.

Fui muy tonta al haber pensado que colocar los brazos delante evitaría que me hundiera el estómago. Inevitablemente el golpe me sacó el aire de los pulmones. Abrí la boca en busca de oxígeno pudiéndolo recibir a duras penas.

Quise apartarme de la maleza y el moho que recubría el pie del árbol, pero no movía siquiera un dedo. Unos brazos me arrastraron con rapidez mientras que una boca me jadeaba en el oído:

—Casi te matas. ¿Entiendes que si en vez de haberte dado en el estómago te das en la cabeza, te matas?

¿Cómo le decía a Eric que tratar de levantarme no ayudaba? Las palabras solo se reproducían en mi cabeza. Y las escuchó. Me dejó tumbada un par de minutos, como un ovillo, y luego me recostó de otro árbol procurando no hamaquearme.

—¿No hay otra... otra manera de caer que no sea con un golpe? —dije, con la voz forzada.

El aire me llenó el pecho luego de un par de minutos.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Eric.

Tragué seco.

—Un poco, gracias. —Me coloqué la mano en el estómago.

Las pulsaciones se calmaron en cuanto pude respirar sin necesidad de abrir la boca.

—Ven, hay que irnos. —Me levantó con cuidado.

Traté de caminar por mi cuenta, alejándome de él. No deseaba que tuviese que cargar con mis pesares. Entonces noté que aún no me recomponía. Eric me sujetó por un costado al observar mi postura chueca:

—Déjate ayudar, ¿quieres? De aquí en adelante nos guías tú. Vamos.

Volví la cara, exhausta. Lo llevaría a mi casa esperando haber tomado la ruta correcta. Miré el cielo para darme una idea de qué hora era. Supuse que serían las ocho o nueve de la mañana.

Dejé de necesitarlo cuando pude enderezarme.

Ya cerca, se veía a unos cuantos metros la ventana escarranchada de mi cuarto.

—¿Ves esa ventana? —Señalé con el dedo—. Por ahí salté cuando el espíritu me persiguió.

—No está tan alta —comentó.

—Para alguien que no salta ni la cuerda, sí.

Ya en el frente de mi vivienda, busqué el juego de llaves que guardaba debajo de una maseta de plantas medicinales, en el porche. Abrí la puerta y encontré todo como lo había dejado.

—¿Tienes hambre? —Dejé las llaves sobre la mesa.

—No tanto.

Eric caminaba de un lado a otro como si estuviese en un campo de minas: cuidando cada pisada. Bajo el juego de muebles se encontraba una alfombra gris que se limitó a atravesar por lo delicada que aparentaba ser la tela peluda.

Mientras buscaba en el refrigerador algo rápido para hacer, me asomé desde la cocina. Tenía la mirada perdida en los cuadros que me había regalado mi madre. ¿Qué pensarían mis padres si supieran que había metido a un extraño en la casa?

—¿Podrías dejar el arma... —vi con meticulosidad sus piernas— las armas sobre la mesa? Ya está lista la comida.

—Pero qué maravilla. ¿Cocinas así de rápido?

—Son sándwiches.

Nos sentamos en los banquitos de la cocina.

En estos pocos días que llevaba conociendo a Eric, sabía que esa actitud observadora era sinónimo de estudio. Mi mamá decía que las casas representaban quiénes éramos mediante la limpieza y los objetos, en este caso la mía me definía como una joven culta y desorganizada, por la pequeña biblioteca donde guardaba enciclopedias, diccionarios, álbumes de fotografías y revistas. ¡Ni tan desorganizada! Cada uno estaba situado en un apartado distinto. Y por la limpieza no debía preocuparme tanto, solo era yo.

—¿Qué te parece mi casa? ¡Oh! Se me olvidó decirte «perdona el desorden».

Dibujó una especie de sonrisa en medio del mastique.

—Es muy bonita —dijo.

—Solo por hoy también será tuya.

Su rostro se paralizó.

—¿De verdad?

Lo miré, extrañada. Solía decírselos a las personas como cortesía.

—Sí. ¿Nunca les dijiste eso a tus amigos? ¿No los invitabas a tu casa a hacer tareas o a jugar videojuegos? Mis amigas venían tanto que hasta parecía más la casa de ellas que la mía. Usaban mis cosas... dormían aquí... No me molestaba, con el tema de los espíritus casi las adopté.

Colocó el puño en sus labios y dijo:



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En el texto hay: fantasia, romance, accion drama

Editado: 11.10.2021

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