Mis pies se mueven impacientes bajo la mesa del comedor. Con los codos apoyados en esta, sosteniendo mi mandíbula con ambas manos, espero a que mi padre baje para darle la buena nueva.
La señorita Carré, quien se ha encargado todos estos años de mi educación, dice que tengo la edad suficiente para asistir a la Universidad. Estoy ansiosa por la respuesta de mi padre, espero que viendo mi desempeño reflejado en mis notas pueda considerar eso. Nada me haría más feliz que eso suceda, estar en casa ya no me es suficiente. Tener solo a Lucy, quien se ha convertido en mi mejor amiga, y que me cuente todo lo que sucede en el exterior es increíble pero frustrante al no poder descrubirlo por mi propia cuenta.
—Buen día cariño. — saluda dándome un beso en la coronilla.
—Buen día papá. — le sonrío.
Amelia, la señora del servicio nos sirve el desayuno. Observo con detenimiento a mi padre y logro percibir que los años que han pasado se están reflejando en su rostro, manos y cabello. Se le ve cansado y demás estresado.
¿Y quién no? Cuida de mí para que no me falte educación, vestimenta, una vida llena de lujos y una enorme y hermosa casa para no desear salir de ella.
Aunque haya siempre personas deambulando dentro durante el día, no dejo de sentirme sola por las noches, me siento intimidada por el tamaño. Una casa grande no me sirve si no tengo a alguien que me haga compañía. Se siente tan vacía que, hace que los recuerdos me dobleguen orillandome a recordar dormida lo que ha pasado tiempo atrás.
"Hay tantas formas de suicidarse, pero ninguna de ellas es tan cruel cuando te ves a ti mismo morir todas las noches."
Me siento altamente identificada con esa frase que algún día leí por ahí. Así me sentía últimamente, muerta en vida, todas las noches. Recuerdos brotan de nuevo. No sé cuántas veces he soñado despierta con lo mismo una y otra vez. No logro olvidarme de esa mirada, la cual podría jurar que me pedía a gritos un poco de ayuda, ayuda que le quise brindar hasta el final pero por circunstancias del peligro no me fue posible brindar. Me arrepiento y me maldigo cada día por no haber podido hecho más.
—Viann, ¿ibas a decirme algo?— Nota mi distracción. Apresurado, trata de comer todo lo que hay en el plato— Tengo una reunión importante en la empresa con inversionistas de Tokyo.— añade a falta de mi respuesta.
Me limito a sonreír.
Su día ya es bastante atareado y estresante para que esto estropee su reunión con vueltas en su cabeza una y otra vez, recordando lo que quiero evitarnos a los dos. Creo conocer la respuesta y es por ello que decido callar.
Antes que me dé tiempo de responder, se levanta acomodando su perfecto traje para terminar de asearse.
Recojo ambos platos para ayudarle a Amelia. Me lo impide quitandolos de mis manos mientras me reprende lo poco que como siempre al percatarse que apenas toqué las verduras y ver que casi he dejado el plato tal y como lo sirvió.
—Te quiero Viann, no salgas de casa.— grita mi padre desde la puerta anunciando su partida.— La señorita Carré llegará en un momento.— agrega.
Y así comienza un día más en la aburrida vida de Viann Winslow.
Subo a mi habitación en lo que inician mis clases. Podría inventar cualquier excusa para faltar pero las clases son en casa. Tampoco corro con esa suerte.
Inicio sesión mi ordenador, tengo un mensaje de Lucy, mi mejor amiga.
Afortunadamente tengo alguien con quien puedo convivir además del personal para no caer en la locura en este ambiente tan asfixiante y casi intolerable. Mi padre permite que venga al menos dos o tres veces a la semana, siempre y cuando ella no esté ocupada y que no diga a nadie que se relaciona conmigo por seguridad de ambas. Ha conocido la historia de mi familia tanto como mi maestra; ellas son como parte fundamental para mí y esta casa. Me ayudan a superar todo lo malo, o al menos lo intentan.
Por otro lado, la señorita Lauren, mejor conocida por todos como la señorita Carré, es una bella y simpática mujer de veintiséis años. Ha sido mi maestra y lo más cercano que he tenido a una madre y una amiga antes de la llegada de Lucía. Compartimos todos los días juntas el desayuno y la merienda, también una que otra experiencia de su juventud, suele contarme las cosas que hacía a mi edad.
—Hola Viann.— saluda Lucy desde el otro lado de la computadora.
—Hola Lucy.— le sonrío.— ¿Cómo van esas vacaciones?
Lucy me cuenta todo sobre lo increíble que la ha pasado con su familia en las vacaciones.
No trata de omitir las partes donde está con su madre o sus hermanos, me comprende muy bien y no me tiene lástima acerca de ello. Me agrada que me cuente sin el miedo que me vaya a lastimar o algo así, me encanta escuchar todas las historias de su familia y a ella le entusiasma contarlas.
Después de una larga plática de una hora y poco más, se despide. Le deseo felices vacaciones ya que estará incomunicada por días.
Estaré tan sola de nuevo, con demasiado tiempo libre y eso me asusta tanto como a mi padre. Suelo distraerme leyendo o intentando aprender algo nuevo como un cuarto idioma o un nuevo deporte pero todo empeora cuando llega la noche.
Me levanto de la cama y camino hacia la ventana. A mi padre le gustan las ventanas grandes para que podamos disfrutar de la vista pero, después de ello, he tenido que mantenerla cerrada casi todo el tiempo. Ha sugerido cambiarla por una más pequeña para que me sienta más cómoda pero le he convencido que no hay algún problema.
Miro a través de ella. No hay nadie, no hay absolutamente nada, salvo el sinnúmero de árboles moviéndose de un lado a otro chocando entre sí por el fresco aire de Otoño.
Mi mente me traiciona siempre, una y otra vez.
Y ahí está
Ese pequeño. Me mira, me mira como si fuese yo la culpable de todo. Una mirada tan reprochante, que me dice a gritos que pude haber hecho algo más por él. Una mirada igual de suplicante que la mía por tratar de superar todo eso.
Editado: 03.02.2021