Me miro en el espejo una última vez y sonrío ante mi reflejo, conforme con lo que veo. No me importa que mamá vaya a matarme en cuanto me vea.
—¿Lista? Ya nos vamos. —Volteo en dirección a la puerta al escuchar la voz de mi padre, justo a tiempo para verlo negar con la cabeza divertido tras repasar mi atuendo—. Leisha, mamá va a enojarse en cuanto vea cómo vas vestida. —Sonrío con inocencia. No dice más, en cambio, me hace una seña para que salgamos.
Bajamos las escaleras, mamá nos espera en la puerta de la casa, sosteniendo el pastel de chocolate que preparó con una mano, y en la otra su celular. En cuanto repara en nuestra presencia frunce el ceño. Me repasa con la mirada varias veces, como si al hacerlo una vez más, fuera a ver algo diferente.
Río por lo bajo, pareciéndome un poco ilógico que a estas alturas siga aparentando que va a darle algo cada vez que me visto así para salir.
Creo que lo más decente de mi atuendo —según ella—, es la cadena plateada alrededor de mi cuello. Traigo puesta una camisa de tirantes blanca, una chaqueta bombear que me queda gigante en tres colores —rosa, blanco y negro—, que dan la impresión de estar degradados, y unos vaqueros rasgados que combino con unos tenis blancos.
—Vamos —digo al pasar a su lado para abrir la puerta, sacándola de su turbación—, no es como si no lo hubieras esperado.
—Para qué te compramos ropa linda si siempre vas a estar en esas fachas. —Pongo los ojos en blanco al sentir el pellizco en mi cintura—. Harás que les demos una mala impresión a nuestros vecinos.
—Por Dios, mamá, si es un encuentro casual.
—Voy a deshacerme de esa ropa.
Niego con la cabeza sabiendo que no va en serio—. Las dos sabemos que no es cierto.
—Agradécele a tu padre.
Vaya que ahí tiene un punto. Me ha amenazado con lo mismo desde hace años, y sí que he escuchado como mi padre la persuade para que no vacíe mi guardarropas y me deje vestirme a mi gusto, así que no debería confiarme tanto.
En cuestión de segundos ya estamos parados frente a la casa de los Nelson. Papá presiona el timbre.
Llevo las manos a los bolsillos traseros del pantalón, el sentirlos vacíos me toma por sorpresa. Se supone que traigo el celular conmigo, Tessa quedó en escribirme.
—Pá, ¿me prestas las llaves?
Se voltea en mi dirección y me devuelve la mirada de manera inquisitiva. No dice nada por un par de segundos, en los que me examina de pies a cabeza—. ¿Te sientes mal?
—No, se me olvidó algo. —Tomo el llavero y me alejo un par de pasos antes de mirar sobre mi hombro y agregar—: Ya regreso.
No recuerdo exactamente dónde lo dejé, por lo que, sabiendo que si me tomo más de un par de minutos en volver mi padre se preocupará y vendrá a buscarme, me echo a correr para llegar más rápido.
Mala idea, porque termino chocando contra algo duro y firme.
El impacto me toma por sorpresa, lo que me hace dar un traspié y, al no lograr recuperar el equilibrio, caigo de sentón al piso.
Me pongo de pie, agradeciendo mentalmente no haberme puesto un pantalón claro, ya que de haber sido así seguramente no solo tendría que buscar mi celular, sino también cambiarme, y no tengo tiempo para eso.
Al alzar la vista hago contacto con un par de ojos verdes que me devuelven la mirada indiferentes. Jadeo, tiene unos ojos preciosos, pero a diferencia de la mayoría que tienen ojos expresivos, los suyos no muestran nada, es como caer en un profundo abismo.
—¿Estás bien?
El sonido de su voz me saca de mi ensimismamiento, aunque solo logra confundirme, casi parece una burla su pregunta en contraste a su tono gélido.
—Sí, perdón, no veía por dónde iba.
Asiente con la cabeza poco interesado en mi explicación, con todo, no parece estar realmente molesto por este pequeño accidente, ni me hace problema por ello, de hecho, no dice nada más, solo sigue su camino en dirección contraria a la mía.
Giro sobre mis talones para verlo marcharse, confundida. Sus pasos son firmes y su presencia luce imponente, hasta cierto punto intimidante.
Tardo un par de segundos en recordar que iba rumbo a mi casa, y cuando lo hago me apresuro a eliminar la poca distancia que me queda por recorrer.
Abro la casa y subo a prisa las escaleras, cruzo el pasillo hasta llegar a mi habitación, donde tras unos cuantos segundos de búsqueda, hallo el dispositivo móvil debajo de un par de camisas que dejé desbalagadas sobre la cama.
Prendo el celular, encontrándome con ese mensaje que sabía me llegaría.
Tessa: Está bueno? No contestes, mejor tómale una foto y mándamela
Pongo los ojos en blanco.
Leisha: Solo te dije que es pelirrojo, y ya por eso eso quieres una foto?
No está en línea, así que no espero a que me responda, apago el móvil y lo meto en el bolsillo trasero del pantalón. Bajo las escaleras corriendo, me aseguro de cerrar la casa y troto hasta la casa de los Nelson, teniendo cuidado esta vez de no chocar con nadie.
Al llegar toco la puerta, segundos más tarde es la señora Nelson quien me abre e invita a pasar al comedor. Camino tras ella hasta nuestro destino. No tardo en percatarme de que la distribución es exactamente la misma que la de mi casa, pero, a diferencia de la nuestra, está pintada con una combinación de dos colores, sepia y oliva.
Todos están ya sentados en la mesa, y entre los doce asientos que tiene la mesa, solo queda uno disponible. Tomo asiento frente a Cole, quien me sonríe apenas me ve, quedando entre mi mamá y un chico al que no logro verle la cara, disculpándome por mi tardanza.
El timbre de mi celular, anunciando una nueva notificación, resuena en las cuatro paredes. Lo saco de mi bolsillo para ponerlo en vibrador, acostumbrada a que a mis padres no les gusta que suene cuando estamos los tres sentados a la mesa.