A través de la mirada de un asesino

05| Riesgo

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1 de octubre, 2081.

Bajo las escaleras, todo es silencio, como cada día. En la isla de la cocina hay un cupcake con una velita y una tarjeta a un lado deseándome un feliz cumpleaños.

Una sonrisa triste se forma en mis labios. ¿Está mal que compare las felicitaciones de mis padres con las de mis amigos, y que prefiera mil veces las de estos últimos? Incluso Chris se ha tomado la molestia de enviarme un audio aun cuando nos veremos más tarde en la escuela, todo porque, según él, quería ser de los primeros en felicitarme.

Pienso en llamar a Tessa para desahogarme con ella, pero seguro sigue dormida y no quiero despertarla por algo tan estúpido como no poder ver a mis padres por la mañana aunque sea en mi cumpleaños.

Subo a mi habitación y tomo la primera sudadera que encuentro, me la pongo y camino de regreso a la cocina, ignorando por completo el cupcake de Fresa que me espera intacto. Saco mi arma del cajón y la coloco en la cinturilla del pantalón de mi pijama.

Salgo de casa, asegurándome de trabar bien la puerta, y subo la colina para adentrarme en la profundidad del bosque. Al llegar al pequeño campo de entrenamiento que terminé de construir ayer, las comisuras de mis labios tiemblan ligeramente ante el recuerdo de la primera vez que papá me llevó a practicar mi puntería.

El recuerdo parece más una fantasía creada por mi mente que lo que realmente es. También era mi cumpleaños, pero en esa ocasión mis padres se tomaron el día libre para pasarla conmigo. Hicimos un picnic en la playa.

Atesoro tanto ese momento en mi memoria que aún recuerdo el calor que desprendía la arena bajo mis pies desnudos, el agua de mar cristalina y el aroma salado más fuerte de lo usual.

Fue curioso, mientras que mamá me regaló un peluche de mapache, —mi animal favorito—, el cual todavía conservo e incluso llego a volver a dormir con él; mi papá me preguntó si me gustaría aprender a disparar.

Quisiera decir que no, pero su pregunta, aunado al hecho de que me llevó a la estación de policías en la que trabajaban —y en la que solía pasármela casi 24/7—, para enseñarme, opacó al peluche en el momento.

Todos los días cuando llegaban y papá dejaba su arma sobre la mesa, la observaba embobada, soñando con un día poder empuñarla y disparar con la misma facilidad y puntería que le había visto a mi padre y sus compañeros.

Me pareció que papá y mamá no habían hablado sobre esa parte del regalo, ya que apenas llegamos a la estación me dejaron un momento sola y tuvieron una pequeña discusión, probablemente porque era muy pequeña en ese momento. Mas como siempre, logró convencerla, y yo obtuve la segunda parte de mi regalo.

Extiendo los brazos, aferrando mis manos entorno a la empuñadura con más fuerza de la que me gustaría. Cierro los ojos y tomo una respiración profunda antes de abrirlos de nuevo. Apunto y disparo, directo al blanco.

Un sonido ensordecedor se desata en el momento en que la bala sale expulsada del cañón, espantando en el proceso a las aves alrededor, causando que revoloteen escandalizadas.

Miro sobre mi hombro, considerando la remota posibilidad de que alguien del pueblo haya escuchado el sonido del disparo. Niego con la cabeza, descartando al instante la idea, por algo me había adentrado tanto en el bosque.

Por mucho tiempo tuve un problema para controlar mis emociones. Las exteriorizaba de manera demasiado agresiva o las suprimía a tal grado que terminaba haciéndome mal.

Pero descubrir lo terapéutico y fácil que me resultaba descargarme con cada disparo fue un alivio, así ya no tenía que arriesgarme a dañar a otros o a mí misma.

Hago un par de disparos más, sintiendo como mis hombros se relajan con cada uno.

Estoy por volver a jalar del gatillo cuando el sonido de una rama quebrándose a mis espaldas, llama mi atención. Giro sobre mi eje tan rápido que apenas me da tiempo de ver de quién se trata. Bajo el arma un par de centímetros sintiendo mi corazón bombear acelerado contra mi caja torácica.

Miro con una ceja enarcada al pelinegro, quien se mantiene estático en su lugar con las manos arriba.

—Demonios. —Le coloco el seguro al arma y la llevo a la parte trasera de mi pantalón—. No vuelvas a hacer eso, pude haberte matado.

—Pero no lo hiciste. —Sus ojos chispean divertidos y en sus labios se forma una sonrisa burlona.

—No es chistoso, Jaeger —le riño—. Estamos hablando de tu vida.

—Ah, ¿no?, pero si a mí me parece bastante gracioso.

Niego con la cabeza y me dejo caer al piso rendida. Pego las rodillas al pecho y me aferro a mis piernas, apoyando la cabeza en éstas.

Ninguno de los dos dice o hace nada por un par de minutos.

Escucho sus pasos calmos acercarse cada vez más hasta que está junto a mí, se deja caer a mi lado, haciendo un ruido sordo. Volteo la cabeza en su dirección, pensando que dirá algo, en cambio, sigue permaneciendo en silencio y mirando al frente.

—¿No vas a ir a clases? —cuestiona a la par que voltea a verme, pero suena más como si lo estuviera afirmando. Me pregunto cómo supo que faltaría y dónde estoy, mas recuerdo que ha sido él quien me ha estado llevando a clases, además de que somos vecinos, así que pudo verme saliendo de casa—. ¿Tiene algo que ver con tu cumpleaños? ¿Tus padres?

Me sobresalto, y termino poniéndome de pie con una sola cosa en mente: ¿Desde cuándo soy tan fácil de leer?

Jaeger también se pone de pie, salvo que él lo hace desbordando una tranquilidad que da envida, es como si nada pudiera perturbarle nunca. Me devuelve la mirada inquisitivamente y extiende la mano derecha en un puño con lentitud, mientras yo siento que me ahogo en un vaso de agua. Abre la palma de su mano y me muestra un caramelo. Mis ojos escuecen por las lágrimas acumuladas, y cuando alzo la vista hasta sus ojos termino de romperme, ya no hay diversión ni burla en ellos, sino seriedad y entendimiento.



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En el texto hay: misterio, poderes, suspeno

Editado: 21.09.2024

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