Capítulo trece: Obedecer y una mierda
Abrí la puerta estruendosamente, dispuesta a gritarle o a maldicir a esa persona que para su mala suerte, había arruinado mi árbolito de crema de leche, era el primero que apenas no me salía tan torcido y desfigurado como los anteriores.
Mi boca se torció cuando por fin tenía a la persona al frente, retrocedí con mi mano hecha puño mientras que el chico retrocedia por impulso. Me rasqué la cabeza nerviosa mientras pensaba que decirle. Su cara mostraba pánico y confunción mientras agarraba con fuerza la escoba.
Era el chico vestido de conserje de hace cinco días atras, y ahora me miraba sorprendido y en una tal vez muerte súbita rápida resucitadora.
—¿Se te ofrece algo? —sonreí algo incómoda. Él me miro labeando un poco la cabeza, pestañe varias veces y por lo muy estúpido que pareciera pensé que él tal vez.
—Eres mudo —mis manos se posaron en mi boca —, lo siento por casi posar mi puño a tú cara —unas de sus manos se posaron en su comisura de sus labios.
—No te preocupes — río, lo miré apenada —, y no, no soy mudo.
—A pues que alivio, pense que los mudos hablaban —ironicé, él sonrio—, y ¿sé te ofrece algo?
—En realidad solo venia a inspeccionar si todo estaba bien —bajo su cara algo avergonzado.
— Si, aunque en mi opinión, estaría mejor si sacaran a todos los cotilladores de este edificio — pestaño varias veces antes de soltar una suave y sonora carcajaba.
— En mi pueblo le decimos cotorras — sonrió con un levé sonrojo mirando al suelo —, bueno señorita, fue un placer haberla conocido.
— Para mi igual —traté de acercame, él sé alejo — espera, ¿quién eres?
Él volteó a verme con una mano posada en sus ojos, mientras que su mejillas estaban completamente teñidas de rojo.
— Un chico en busca del amor —y dejándome boquiabierta, se giró con su escoba en manos mientras caminada rápidamente por los pasillos.
Suspire mientras ya no veía su silueta andar, giré sobre mis talones y me adentré a mi departamento mientras me recarga a de la puerta para cerrarla de una vez.
Pero al parecer no cerraba, empecé a empujar todo mi cuerpo hacia atras mientras la puerta rebotaba a mis movimientos. Un gruñido hizo que parara de golpe, me giré mientras abría la puerta sorprendida.
— Eros —tartamudeé, él alzó un ceja —, a lo siento — la puerta tembló al estamparse contra el marco de madera de un golpe .
Me dirigí rápidamente a mi habitación, agarré la almohada y el muñeco de vudú de karma mientras los arrogaba hacia el closet.
Salí rápidamente como loca para dirigirme hacía la puerta, la abrí para encontrarme que él ya no estaba. Me rasqué la cabeza mientras la cerraba, me haría un hoyo en la cráneo si seguía rascandomela muy seguido.
Me dirigí a la cocina a paso lento, mientras buscada una bandeja para colocar los tres cafés que preparé. Miraba a cada paso que daba con mis pies para no enredarme y caer como saco de papas.
Deje la bandeja con las tazas en la mesa, lo único que faltaba eran las galletas que por suerte, las tenía guardadas en el microondas.
— ¿Siempre le cierras a la personas la puerta en la cara? — levanté rápidamente mi mirada al escuchar esa fría voz. Él estaba a unos metros de distancia frente a mi.
—¡¿Qué haces aquí?! — mi corazón se aceleró —Mejor dicho, ¡¿cómo entrastes?!
— Tengo llave de todos los departamentos —las movió haciéndolas sonar —, y como me cerraste la puerta en toda mi cara. Las tuve que buscar.
—Eso es infringir la ley y el espació personal —me crucé de hombros, se acercó —, no te acerqués, no dudaré en ir corriendo a la cocina y llamar a la policía.
—¿Y creés que le tengo miedo a simples uniformados? — se sentó en la mesa — una pistola mata a un hombre, pero ¿El título que mata? ¿La confianza? Sentir miedo al escuchar su nombre o sentirse protegidos por simples corruptos.
— Bienvenido, siéntete como en casa— murmure.
karma paseó su mirada entre las tres tazas mientras me sentaba al frente de él.
— ¿Y a qué has venido? — me miró con su cara sin expresión.
— Primero, colocate algo debajo de tú camisón. Es algo irritante ver tus pezones erectos.
Mi cara empezó a calentarse como una chimenea, me levanté más rápido que mi mama cuando va a buscar la ropa en el tendedero cuando empieza a llover. Abrí la puerta de mi habitación viéndome en el espejo. Y hasta entonces no me había dado cuenta que estaban así. Me tape la cara con mis manos, con razón el chico mantenía su mirada abajo. Me levanté el camisón mientras me trataba de colocar el sostén por debajo.
Salí ya con más confianza a la sala encontrandome con karma tomándose la última taza de capuchino. Se la arrebaté de las manos.
—¡¿Qué hicistes?! —lo miré con ganas de arrancar su perfecta cabeza.
— Me las tomé -—dijo desinteresado —, saben bien. Se lo informaré a mi padre.
—¡¿De que hablas?! —me agarré la cabeza con desesperación — ¡acabas de firmar mi sentencia de despido!
—Yo sólo cumplo ordenes — sé levantó — me gusta tú café, serás mi cafetera personal.
—Espera —levanté mi mano — ¿quién te dejo que acepté? Ni siquiera me lo has preguntado.
—No fue una pregunta — abrió la puerta —. Tú sólo obedeces y callas .
— Pero — cerró la puerta dejándome con la palabra en la boca, agarré un cojín del sofa arrojandolo hacia la puerta —, ¡obedecir y una mierda!