El comienzo del porqué de todo esto, remonta hace unos años atrás, cuando aún pensaba que podía hacer lo que quisiera. Donde el mundo y lo que pensaban los demás no era un límite, ni mucho menos mi estatura, contextura o voz chillona; el mundo donde amaba a mis padres a pesar de todo. Quería ser jugador de futbol americano. Ustedes dirán, ¿y qué tiene de malo? Pues, imaginen a un niño bajito, pálido, y delgado casi hasta la desnutrición, ese, era yo.
En parte, el que fuese tan de papel era por culpa de mis padres, solían dejarme sin comer seguido con el pretexto de que me comportaba mal. La verdad de aquello, es más cruda, yo no hacía nada. Ellos me usaban como su desquite, no paraban de pelearse hasta por lo más mínimo. Mi padre desaparecía por lapsos de tiempo cada vez más largos, llegando al punto en que un día, simplemente no le vi más. Al menos hasta el año pasado, venía en un auto con una mujer y un niño en brazos. Mi madre nunca me hablaba de él, y mi padre por su parte, no nos ayudaba con los gastos. Ella se iba también, parecía que la tierra se la tragaba.
¿Cómo un niño de siete años puede afrontar que la luz y el agua se corten de repente?, ¿o que alguien entre a la casa de noche creyendo que está abandonada cuando en realidad estás viviendo solo hace semanas? Pues, eso me pasó, lo primero más seguido que lo segundo. La vez del robo el perro del vecino alertó a todos, y no logró llevarse mucho, todo lo de valor había desaparecido por ella antes de todos modos.
Muchos trataron de ayudarme, mentiría si dijese lo contrario, incluso algunos se ofrecieron a cuidarme de manera legal, pero no quería. A pesar de todo el rechazo que tenía por parte de mis padres les amaba, y siempre esperaba a que mamá volviera. Aun cuando al abrir la nevera solo se asomara una zanahoria seca me las ingeniaba para hacer algo de comer. Cuando llegaba siempre tenía hambre, y se enojaba si no había nada preparado.
Cuando no había agua o luz solía llorar mucho, le temía a la oscuridad, y de noche sentía que las sombras se acercaban, que mis escasos juguetes se movían.
Sí, crecí solo; viviendo poco, llegando al extremo de tener alucinaciones por falta de sueño o comida. Las sábanas me picaban y la ropa se me gastaba hasta el extremo, pero contra todo, iba sin falta todos los días a la escuela. Salía casi de noche en silencio, lo hacía porque solo de esa manera me iba a encontrar con ese hombre, el guardia. Él siempre me esperaba con algo caliente; por lo general leche de chocolate, y alguna que otra cosa dulce o salada. Pero más que ayudarme a no morir de inanición, me escuchaba. Oía cada palabra con atención, y siempre se preocupaba de que me llevase algo extra para el día.
Los años pasaron, y bueno, las cosas no mejoraron, ¿recuerdan lo del sueño de ser jugador? Al cumplir los doce años apenas y entré al equipo, me fracturaron el hombro en la primera etapa de reclutamiento. Creo que nunca me sentí tan inútil en la vida.
A esa edad, la casa donde pasé mucho tiempo solo, fue rematada por las deudas, y pasé a ser carga de mi tía. Mi madre solo se esfumó.
Creo que lo único bueno que puedo rescatar de mi vida, fue el ballet. Oh, qué hermoso es. Ser tan flaco no era un problema cuando bailaba, pero, "no es de hombres."
No crean que vivir solo desde prácticamente toda mi vida era el único de los temas que no me dejaba dormir de pequeño. Todos se burlaban de mí, me dicen hasta el día de hoy soplo, además de afeminado y otras barbaridades producto de mi pasión. Alejé a mis padres, y yo mismo me vuelo con solo respirar según todos.
Lo que puedo asegurarles, es que no tener amigos, ni padres, no me pasó la cuenta, lo que sí lo hizo fueron esas innumerables golpizas sin sentido. Primero, porque estaba solo, y no tenían a nadie más que joder; luego, porque era un debilucho, y hasta hace unas horas, por ser el maricón que baila ballet.
Apenas puedo sostenerme con mis piernas. Sigo sangrando a pesar de las gasas, y el peso de lo que será mi pase a la libertad me está agotando. Miro el espejo, mostrándome lo que serán en un poco más las estrellas.
El espejo arde, es el momento para saltar— Pensé.
Pero el atardecer me cegó, esos tonos teñidos de calidez llenaban todo de manera tan...mágica. Me senté con la piedra a un lado. Observaba ese cambio silencioso, las hojas, las montañas, el agua, mi piel ahora levemente bronceada. Amaba los atardeceres, no así la noche. Sostuve la piedra y me puse de pie. Sería mi última puesta de sol, lo había decidido hace mucho. Miré de reojo una última vez la carta que había dejado entre mis zapatos, y di los últimos pasos.
No quería una muerte desesperada, buscaba una que me dejase mirar el cielo hasta el último momento, y esta, era la mejor. La cuerda estaba atada en mi cintura. De inmediato sentí el agua helada de pies a cabeza. Me hundía lento, o eso me parecía, podía seguir viendo el cielo extinguiendo lentamente su ardor para dar paso a la oscura noche. No quería mirar a los lados, porque la oscuridad seguía aterrándome, incluso el cerrar los ojos estaba fuera de mis planes. Cuando no pude contener más la respiración me desesperé por instinto, pero no duró por mucho. Dolía como el agua llenaba mis pulmones, aunque tampoco sufrí demasiado. Tras el trago de lo que parecía ser aguardiente, la paz se hizo conmigo y mi sistema. Tan solo era un peso muerto cayendo cada vez más profundo en el ojo. El sueño comenzaba a llegar antes de lo que pensaba, y las imágenes que dicen ves antes de morir nunca llegaron, lo último que vi a ojos ya cerrados fue algo muy extrañamente específico, un peluche que me habían regalado mis padres como a los dos años, luego de eso, nada.