A través del tiempo

Capítulo 2

 

—¿Sí? —escuchó Carlota al otro lado del teléfono— ¿Quién es?

En mitad de la nada, en esa horrible habitación de hotel de carretera, creyó que iba a morirse del alivio.

Pasaba de la medianoche y no estaba segura de que su fuera su hermano el que contestara a su llamada desesperada a esas horas tan intempestivas. Aunque era su teléfono, sabía que su madre estaría pendiente por si decidía llamarle a él. La conocía demasiado bien y por eso había dudado tanto si dar ese paso.

—Dani, soy yo…

Lo dijo apenas en un susurro. Y sintió que se estaba traicionando a sí misma.

—¿Carlota? ¿Dónde demonios estás? Te está buscando todo el mundo.

A pesar de la urgencia en la voz, Dani le habló bajito, sin elevar la voz, y Carlota entendió que la estaba protegiendo, que no iba a delatarla por llamar desde un teléfono de hotel después de estar desaparecida durante más de doce horas.

A esas alturas del día más largo de toda su vida, estaba desesperada. No sabía a quién más acudir. Esa misma mañana había mantenido la discusión más fuerte y salida de tono con su padre tras un asunto con la policía y tomó la decisión de largarse de casa para siempre.

Al principio, la idea le había parecido maravillosa. Su rebeldía llevada a la máxima expresión, una forma de ser libre, de deshacerse del yugo que sus padres le imponían. Era casi poético, era como recordarles a sus padres que se habían olvidado de los jóvenes despreocupados y algo hippies que habían sido más de veinte años atrás, esa juventud que para ellos parecía muy atrás, casi olvidada. Porque ellos también habían sido jóvenes e inmaduros y alocados y… y no esa combinación aburridamente mortal de responsabilidad, seriedad, órdenes y reglas estrictas.

Apenas habían transcurrido unas pocas horas desde que tomara la decisión loca de meter en su mochila de clase unas cuantas prendas de ropa y todos los ahorros que pudo reunir en tan corto espacio de tiempo, cuando empezó a sentirse fatal por su decisión tomada al calor del ardor del momento. Joder, ni siquiera había metido en la mochila el cargador de su móvil, que a esas horas ya agonizaba después de haberse pasado toda la tarde mensajeándose con sus amigas para quejarse y empoderar su estúpida huida.

Ahora, sola y aburrida, se daba cuenta de que también estaba asustada. Daba miedo estar allí, tan lejos de casa, sin ayuda ni compañía. Quedaría como una niñata sin valor ni agallas si pedía que la rescataran, pero prefería eso a pasarse la noche entera temblando bajo las mantas de esa horrible cama que ocupaba la mitad de esa habitación barata y sin clase. Le dio por pensar que parecía el hotel de Psicosis, y eso no ayudaba en nada a mantener su decisión de permanecer lejos de casa.

—Dani, por favor, ven a buscarme —imploró intentando contener las lágrimas de rabia.

Se sentía una cobarde y se despreciaba por claudicar con tan poco tiempo transcurrido. Pero no podía evitarlo. Debía salir de allí de inmediato.

—¿Dónde estás?

—Cerca de Madrid, no tardarás mucho —susurró ella con evidente alivio y decepción impregnando su voz—. Pero no se lo digas a papá y a mamá. Por favor.

Se oyó un suspiro al otro lado de la línea y luego un silencio breve. El corazón de Carlota latía a mil por hora. No estaba segura de nada. Ni siquiera de su hermano, que siempre la había protegido y había dado la cara por ella.

—Está bien, iré —claudicó por fin—. Pero tendrás que darme una buena razón para no darte la paliza que te mereces en cuanto te tenga delante.

Dani estaba enfadado, pero también aliviado. Ese se le notaba a la legua, y Carlota tuvo que sostener esa esperanza y rezar para que no tardara en atravesar Madrid y llegara hasta ella para rescatarla de ese horror en el que ella misma se había lanzado de cabeza.

Convencer a Dani de que las razones de su huida estaban justificadas quizá no le costara mucho. Otra cosa era hacérselo creer a su padre. La dureza y la impasibilidad eran legendarias en Rodrigo Vidal, juez de la Audiencia Nacional, tan implacable dentro como fuera de los tribunales. Además, la ausencia injustificada de su hija pequeña por espacio de más de doce horas no le tendrían del mejor humor, desde luego no se lo esperaba sociable y hablador. Es más, se preparó para encajar el castigo. El nuevo castigo que añadir al que ya le habían impuesto esa misma mañana.

Rodrigo Vidal no era ningún monstruo. Pero presumía de conceder a cada uno la pena justa que se merecía o se había ganado, y estaba claro que Carlota había opositado a hija desobediente, rebelde y egoísta en busca del castigo ejemplar del año. Un castigo que la hiciera olvidarse de volver a dar esos sustos a la familia solo por una bronca y una sentencia unilateral que ella no compartía.




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