Dolores despertó un poco mareada y desorientada. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que seguía durmiendo en su habitación, en la que compartía con su ex jefe y ahora difunto marido. A su lado, tenía a su teléfono celular reproduciendo en bucle el audio de los latidos del corazón de su bebé.
Su bebé. Pensó con cariño.
La única guía y salvavidas que le había quedado después de enterarse de la muerte de su marido. Enterarse de su embarazo fue la única buena cosa que le había sucedido desde que abandonara la casa de Nicholas aquella triste noche que Candace Von Valler y Catalina Vaduz la visitaron con tan malas intenciones.
“La verdad” dijeron esa vez. Una verdad que ahora significaba nada para ella. El dolor de haber perdido a su hombre era una herida abierta, sangrante e intensa que solo el conocimiento de esa nueva vida creciendo en su vientre pudo mitigar.
Dolores sabía que no debía aferrarse de esa manera tan enfermiza a su pequeño retoño que apenas y llegaba a las diez semanas de vida.
Un hijo que jamás conocería a su padre.
La realidad regresó a amargarle la vida una vez más. En un par de días ya se cumpliría el mes desde que ella supo lo doloroso que era vivir como la importante viuda de un magnate de los negocios. Ella deseó jamás haber experimentado ese sentir.
Limpió las tibias lagrimas que bañaron su rostro. Dolores había sido testigo de cómo el gran imperio Baron se había tambaleado por la noticia del fallecimiento del principal heredero de la fortuna familiar y, a pedido de su “abuelo” había tenido que hacer de piedra el corazón y tomar las riendas de la compañía.
Dolores Martin de Baron era ahora la importante CEO de Baron Industries. Pero ni el poder o el dinero podían disminuir el sufrimiento de su alma.
“—Te dije que esperaría por ti —había dicho él con ese tono de voz grave que Dolores extrañaba tanto. —He tardado un poco, pero aquí estoy, a tus pies…”
Mentiroso.
¿Qué tan mal debía de estar para comenzar a delirar con una fantasía como aquella?
Y la rabia volvió a mezclarse con su tristeza. Sí, estaba enojada con Nicholas al mismo tiempo que lo echaba terriblemente de menos. Él era, sin lugar a dudas, el hombre que amaba y la había dejado. Sola. Esperando por él. Anhelando un reencuentro que jamás se produjo.
Daniel le había confesado que Nicholas viajaba exclusivamente para tener un encuentro con ella en California. Los empleados de la mansión de Palo Alto también la habían llamado buscando una guía de como proceder con la sorpresa que el señor tenía planeada para ella…
Golpeó con fuerza el colchón y limpió su rostro.
Nicholas emergió del cuarto baño cubierto nada más que con una toalla sobre su cadera. Él se había dado un largo y relajante baño, recortando su barba prolijamente y reutilizando cada uno de sus productos de cuidado íntimo.
Además, con ese baño, había realizado simbólicamente una limpieza de las malas sensaciones que el asalto de la loca Von Valler le había dejado.
Dolores lo miró con ojos tristes. Sí, sus alucinaciones regresaban con más fuerza esta vez y mucho más nítidas, cabía aclarar. Ella sabía que no debía de sorprenderse con el escultural cuerpo de su marido, pero es que había pasado ya un buen tiempo desde la ultima vez que ella lo viese sin ropa.
Mierda, ¿era otra de esas húmedas fantasías que aparecía para atormentarla?
—Hola —dijo él con una media sonrisa, mientras la miraba con dobles intenciones desde el marco de la puerta. Su esposa se veía adorablemente apetecible en medio de su cama, con el cabello alborotado y sus ojos brillantes. —Al fin despiertas. Pensé que tendría que esperar más tiempo.
¿Ella había enloquecido?
Dolores no contestó. Se quedó muy quieta esperando a que la figura de su marido desapareciera de un momento para el otro. Sus manos picaban por tocarlo y tuvo que contenerse con toda su fuerza de voluntad para no salir corriendo a abrazarlo y secar diligentemente esas gotitas en su cuello.
—¿No dices nada? Aparezco después de un mes de ausencia y…
—No puedes hacerme esto ahora —lloriqueó. — Tú estás muerto. Recogí tus cenizas, organicé tu funeral y te lloré durante todo este tiempo —las lágrimas quebraron su voz. —Momento, ¿he enloquecido completamente? Dios mío, no. Esto le hará daño al bebé.
Nicholas detuvo sus movimientos y se quedó boquiabierto al oír la palabra “bebé”. ¿Había escuchado bien? ¿Podía ser que ella y él…?
Dolores se levantó rápidamente de la cama y comenzó a moverse de aquí para allá en un vano intento de “actuar con normalidad”. No podía dejar que su estado de depresión afectara el bienestar de su embarazo.
—¿Qué has dicho, Dolores? —pregunto Nicholas atónito acercándose a ella. La tomó delicadamente del brazo y ella pegó un grito que seguramente alertaría a todos en la casa. No le importaba. Ya había advertido a Lisa y Cristian que seguramente su esposa se sorprendería al verlo. Vivo. —¿Estas embarazada?
—Sí, y tu estas muerto.
Nicholas quiso reír, llorar y enloquecer. Todo al mismo tiempo.
—Pues yo no me veo muy muerto que digamos —bromeó él palpándose el abdomen. Al instante se dio cuenta de que había sido una mala idea. Ella comenzó a llorar desconsoladamente y por poco se derrumba fuera de sus brazos. Pero ya no, no señor. Nicholas ya no permitiría que ella no tuviese nadie en quien apoyarse.
Tomó a Dolores con cautela y se sentó en la cama. Ella en su regazo.
—No morí en el accidente de mi avioneta, Dolores. Sufrí un atentado cuya finalidad era otra. No mi muerte.
Y como si de un hechizo se tratase su esposa se lanzó a su cuello a abrazarlo, pegando su cuerpo contra el de él.
—Por favor, la vida no puede ser tan cruel con nosotros… —balbuceó escondida en la masa muscular de esa zona. —No quiero despertar y encontrar que ha sido un sueño…
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Editado: 31.05.2020