Aberrantes

Capítulo 11 - ¡Tengo demasiada hambre!

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—¿Entonces iremos todos? —preguntó Lissa cruzándose de brazos con una enorme sonrisa.

—Yo no puedo, chicos —todos volvieron su mirada en Jay, continuó—. Aún tengo trabajo que hacer. Ya que sabemos que tenemos algo de ventaja contra Darrin, me parece bien aprovecharla.

Lissa entornó los ojos. Sólo estaba algo irritada porque su plan era que lograran compartir juntos como antes.

—Pero Jay, eso es hipócrita —habló Lissa negando con la cabeza—. Tú también mereces comer y luego descansar. Tienes que ser justo.

—En serio tengo trabajo que hacer —Jay les regaló una sonrisa amortiguadora—. Otro día los acompañaré. Cuídense.

Jay se alejó del grupo cruzando las escaleras que subían a alguna puerta. Lissa continuaba negando con la cabeza.

—Yo iré con ustedes —Cooper dio un paso al frente. Lissa gruñó—, lo siento, pero no confío en ti. Me has pateado, dejado guindado, inconsciente en un techo y luego me quitas mis cosas.

—Awww, el niño tiene miedo de perder sus juguetes —Lissa hizo un puchero en modo de burla colocando su voz más gruesa—. Eres un caballito de mar.

—¿Podrías dejar de llamarme así? —Cooper frunció el ceño—, ni siquiera tiene sentido.

—No lo tiene para ti —dijo Lissa—, es un buen insulto si lo piensas.

—¿Qué significa eso?

—Vamos a salir ¿O te quedarás allí? —preguntó Lissa mientras de nuevo el aro lo redaba volviendo a traer puesta la camisa de la banda de rock.

—¿Me estás ordenando? —preguntó Cooper con recelo.

—Pues —Lissa giró sobre sus talones con un dedo índice en su barbilla dando la idea de que estaba pensando—, de las dos veces que hemos peleado, las dos he ganado —Lissa se encogió de hombros monótona—, ¿Pero, quién las cuenta?

—Quizás te dejé ganar.

—Quizás eres un mal perdedor. Si seguimos en esto dejará de ser un desayuno y será la cena —Giró nuevamente viendo a Jeff a los ojos—, ¿Podemos usar el Lamborghini?

Jeff frunció el ceño.

¿Cómo sabía que tenían un Lamborghini?

Lissa abrió las puertas dobles con ambas manos como si se tratara de una reina entrando a su recamara.

Detrás de ella se adentraron los dos hombres con sus manos resguardadas en sus bolsillos. Los tres se encontraban en una cafetería en medio de la ciudad. A luz del día, Pestrom era una ciudad diferente. No reinaba la maldad ni los ladrones que se hacían llamar sus reyes. Sólo había personas civilizadas sentadas en sus respectivas sillas compartiendo una charla entre otros con una taza de café en sus manos.

La claridad predominaba en el lugar. No había persianas que cubrieran las enormes ventanas de cristal. Lissa con su enorme sonrisa le daba más ánimo al lugar, sin contar con la canción en el local.

Lissa caminaba pegando saltitos como una niña feliz de ir a Disneyland. Se sentó en una de las sillas cafés al lado de los ventanales mostrando la carretera y al otro lado más centros comerciales o restaurantes.

—¡Aquí! —Exclamó ella palmeando la mesa con una sonrisa enorme.

Ambos continuaban con una mirada taciturna. Ninguno parecía encontrarse emocionado.

Jeff se sentó al lado de Lissa colocando sus brazos encima de la mesa.

Su cabello rubio había desaparecido, ahora era un castaño oscuro liso. Lissa pensaba que lucía mejor. Nunca lo había visto tan de cerca. Al notar que lo estaba admirando decidió apartar la mirada mientras tamborileaba la mesa.

Cooper se sentó frente a ella con una mirada fija en sus ojos negros como la noche. Seguía sin confiar en ella.

Cooper llevaba una cazadora encima de una camiseta blanca. Sus pantalones rasgados lo hacían parecer incluso más malo, al igual que sus botas negras que repiqueteaba contra el suelo de madera. La primera vez que Lissa vio su vestuario antes de salir, había puesto los ojos en blanco. Parecía que quería ser el centro de atención de todas las mujeres, en efecto, lo era. Ella no le daba importancia.

Las paredes del lugar estaban desnudas, dejaban a la vista los ladrillos al igual que algunos cuadros con frases emotivas colgando en ellos. Las lámparas caían del techo. Los muebles de madera y algunos de cuero le daban un toque más rústico. Este tipo de ambiente era el adecuado para una cafetería, debía admitirlo. Varios espejos se posicionaron en algunas mesas. Los menús se colocaban delante de cada mesa, en el centro estaba el salero, con un tarro lleno de azúcar y un sobre de servilletas.

—De acuerdo —habló Lissa juntando ambas manos entrelazando sus propios dedos—, ¡tengo demasiada hambre!

Los hombres apartaron los menús al mismo tiempo. Parecía algo sincronizado. Mientras que Lissa lo abrió leyendo cada parte de esta.

—Aún tengo muchas dudas —habló Cooper apoyando su cabeza en su mano empuñada—, ¿Cómo es que ustedes se conocieron?

—De acuerdo —Lissa apartó el menú y lo cerró. Con ambas manos aún entrelazadas colocó su rostro encima luciendo como una niña risueña—. Te lo explicaré todo —vio a Jeff de reojo—, y me refiero a todo.

Jeff negó con la cabeza. Eso no la detuvo.

—Yo conocí a Jeff hace muchos años. Él tenía 16 años y yo 15 años. Éramos unos niños y nos conocimos en una fiesta de caridad, donde todo el dinero iba para las víctimas de África, en ese entonces la gente estaba impactada por el hecho de que África tenía niños sin comida. En fin, aún lo recuerdo como si fuera ayer —Lissa sonrió mordiendo sus labios—, este cascarrabias de aquí no quería bailar así que yo lo invité, desde ese momento comencé a fastidiar su vida.

»Siempre ha sido hiperactiva, un fastidio para el resto, pero al menos Jeff siempre fue dulce, en el sentido que nunca me pidió que me apartara de él. Siempre fue un hombre seco, alguien difícil de hacer sonreír.



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En el texto hay: poderes, peleas, aberrantes

Editado: 24.09.2018

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