Aborto Clandestino

Aborto Clandestino

Papp Zalán miró al jurado. En un estado como aquel, cuna del Ku Klux Klan, tenía una pequeña ventaja, aunque ya había bastantes años entre aquel turbio pasado y el presente, las tradiciones nunca se abandonan del todo. Defendiendo a un blanco frente a una negra tenía un comodín bajo la manga. No pasaría nada si jugaba la mano racista, un caso de atropello se resolvería esa misma tarde y no tendría mucha relevancia mediática. El estrado parecía una mandíbula repleta de dientes blancos, casi anhelando morder esa ciruela.

La chica, Tricia Ström, estaba a un abogado de distancia de él y, aparte de la tranquilidad que manaba de la aflicción, se la notaba como un poco apenada, como si deseara no tener que estar allí sentada. Puede que aún tuviese alguna molestia del atropello del día anterior, pero no parecía dolida, no por nada físico. La mirada estaba tan perdida que casi parecía que ella la misma la había lanzado donde no pudiera encontrarla.  

Apartó todos los juicios de su mente para centrarse en el que le ocupaba en aquel momento. Su cliente, Max Nadel, no es que jugase con mucha ventaja, por eso se había visto tentado de usar su comodín. No tenía antecedentes, aunque tampoco era un ejemplo a seguir y seguro que la defensa usaría ese argumento para influir en el jurado sin necesidad de ninguna prueba, lo que a veces influía más que cualquier evidencia. Tampoco condujo bajo los efectos de ninguna sustancia, por lo menos nada por encima de lo legal. Había tomado una copa antes de conducir, pero trabajaba de repartidor, así que Papp no permitiría que la defensa se basase en eso, aunque algo le decía que no era su intención. No obstante, los semáforos no jugaban a su favor. Los testigos y, más tarde, las cámaras, avalaban el testimonio de la víctima de que se había saltado un rojo. Nada fuera de lo normal, fue justo el instante en el que cambió, algo que cualquier conductor hace de vez en cuando, pero que no debe de hacer delante del juez, aunque no dejase de ser un accidente.

Casi un accidente, para evitar implicaciones legales. Todo aquel asunto era fruto del árbol de la casualidad, ¿Quién cruza la calle justo cuando se pone en rojo? Debería de ser un asunto rutinario, ignorando el hecho de que no había precedente alguno de algo así en todo el país, porque no dejaba de ser una rencilla entre dos personas. El atropello no fue algo terrible, la víctima estaba sentada allí y, a parte de un golpe en el abdomen y una herida en la cabeza, el asunto no había ido a más.

Podría haberse resuelto con un simple intercambio de seguros, pero Tricia Ström había querido ir mucho más lejos. Lo que hacía más inusual aquel juicio era la demanda. Intento de asesinato. A Papp le parecía que todo aquello era un atentado contra el sentido común.  Max era un poco mimado y no tenía muchas luces, pero parecía la clase de chico que evitaría hacer daño si estuviera en sus manos. El chico tenía un trabajo porque no quería depender de sus padres, aunque les sobraba el dinero. Poca gente como él tenía esa mentalidad. Todo aquello no era más que un malentendido, pero el poder era del pueblo, aunque el pueblo a veces fuese un cabrón.

A Papp le sorprendió que, en un lugar como aquel, una joven negra demandase un atropello como un intento de asesinato y los policías no le pusieran pega, pero las costuras del traje de su abogado le despejaban las dudas. No es que Papp tuviese muchos prejuicios, pero le sorprendía que una chica negra tuviese un abogado blanco. Normalmente, a los negros los defendían abogados negros, sobre todo porque no había muchos abogados blancos que quisieran defenderles por aquellos lares. Aunque no le sonaba nada la cara de aquel hombre, ni el logo de su carpeta, por lo que seguramente no fuese de aquellos lares, sino de otros con una tradición más liberal. A Papp el caso le parecía demasiado trivial como para que alguien viniese desde tan lejos. Demasiado trivial.

El teléfono le vibró a Papp, pero agradeció que el juez entrase en ese mismo momento porque no le gustaba atender llamadas mientras se preparaba un juicio. Llevaba casi veinte años en el oficio, pero seguía poniéndose nervioso como el primer día, así que le gustaba tomarse su tiempo para hacer acopio de su tranquilidad.

  • ¡En pie! – dijo una voz que Papp no supo ubicar exactamente – Preside el honorable juez John Henriksson.
  • Pueden sentarse. – les dijo Henriksson cuando se sentó a la tribuna y eso hicieron – Se abre la sesión del juicio de Ström contra Nadel por el cargo de intento de asesinato a veintiséis de septiembre del año mil novecientos noventa y uno. Número del caso cero, uno, nueve, seis, tres. Buenos días señores y señoras. Tiene el turno la acusación.
  • Muchas gracias, señoría, buen día a usted también. – el abogado se levantó y dijo las palabras de una forma tan coreografiada y poco propia de un novato que a Papp le acongojó – Y a los miembros del jurado. Incluso a la defensa, la rivalidad no excluye la educación. – buena frase, para caer bien al jurado – Seguro que todos aquí conocen la calle Jefferson. El Parque del Bicentenario, donde los niños juegan mientras nuestros veteranos contemplan el memorial a los caídos, el Museo, que esta semana tiene una magnífica exposición sobre la Caída del Muro de Berlín, la Biblioteca… Mi cliente paseaba por esa calle, volviendo a casa de una jornada de estudios (está realizando el tercer curso del grado en enfermería) cuando el coche del señor Nadel – el abogado señaló a Max con la mano, para que el jurado relacionase a Nadel como el atacante – dobló rápidamente a la derecha en el cruce con la décima avenida, cuando los semáforos ya prohibían el paso y derribó a mi cliente, la señorita Ström. Tuvimos suerte de que mi cliente reaccionase a tiempo y, gracias a sus estudios, actuase en consecuencia.
  • ¿Reaccionar? Esa loca se lanzó sobre mí. – le susurró Max a Papp
  • Calla, Max, ya hemos hablado de eso.
  • Ejem ¿Quiere la defensa añadir algo?



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En el texto hay: intriga, abogado, juicio

Editado: 17.10.2021

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