4: Brillas

“Brillas, y brillas tan lindo, y brillamos juntos”

Ese mismo día, “cuidando el letrero”, parecíamos siameses. No nos soltábamos, nos abrazábamos todo el tiempo y así quería vivir por toda la eternidad.

Tuvimos una primera cita, y una segunda, y una tercera, y muchas más.

Todas resultaban perfectas. Volábamos en la inmensidad de nuestra relación que apenas estaba comenzando. Y pueden decir que así comienzan todas las relaciones, pero la nuestra no sólo comenzó así, sino que así duró por un tiempo considerable.

Ella brillaba cuando sonreía al verme, y yo brillaba con sólo pensarla. Brillábamos juntos.

Recuerdo que me decía que amaba a León Larregui, y yo lo escuchaba para pensar en ella, más de lo normal, era interesante hablar acerca de sus canciones, o sobre cualquier cosa.

Ese tiempo donde conoces a alguien es un tiempo valioso que se debe aprovechar muy bien, porque nunca sabes hasta cuándo será la última vez que husmearás en la cabeza de alguien, y que tengas sed de su conocimiento, pero nunca encontrarás un pozo como el de esa persona.

Nos dimos cuenta de las múltiples cosas que teníamos en común, tanto de música como de lectura. Y lo que no teníamos por igual, lo aprendíamos, juntos.

Yo le enseñaba de videojuegos, ella me enseñaba de música.

Una vez jugamos juntos a uno de tantos juegos que yo amaba (Call of duty: Black ops 2) en el modo de zombies. Ella perdía porque no sabía jugar, y yo soy de esas personas que pierde la paciencia a veces con los inútiles que hacen perder la partida. Con ella no perdía los estribos y tenía la cordura de explicarle cómo jugar o de rescatarla cuando se moría, aunque fueron alrededor de veinte veces.

Se balanceaba porque ella perdonaba mi ignorancia hacia la música de Zoé o de Siddhartha.

Aprendimos mutuamente, el uno del otro.

Y así es como brillas, y brillas tan lindo, con alguien.

Sólo que ya no brillamos juntos.