alrededor de las siete de la mañana, sin embargo, Eliza ya estaba levantada y vestida a las seis y media.
Terminó de ordenar las sábanas de su cama antes de salir de la habitación para desayunar.
La primera comida era simple en la congregación: un vaso de leche y pan que Eliza agradecía antes de comer en el comedor silenciosamente. Tal vez una de las cosas que extrañaba de su vida antes de ingresar al noviciado eran los contundentes desayunos que tenía en su hogar en donde los panes recién hechos por la cocinera, la mantequilla, jamón, huevos revueltos en conjunto al zumo de naranja o manzana recién hecho con una taza de leche caliente era parte de un repertorio común en la residencia Carvajal; pero con el tiempo había empezado a aprender a comer menos y agradecer la humildad de sus comidas que si bien carecían de color, preparación y sabor, le permitía estar bien para sus actividades diarias.
El viejo Phillip apareció en el comedor con rostro de preocupación mientras el resto desayunaba.
— Buenos días, Eliza — saludó Phillip buscando relajar sus facciones.
— Bueno días, ¿sucede algo? — preguntó Eliza al viejo cura.
Por lo general Phillip siempre estaba de buen humor en las mañanas, por tanto su mirada preocupada era una rareza que Eliza no pensaba dejar pasar al ver que parecía acongojado por algo.
— No he visto al padre Luciano en el comedor — explicó el viejo Phillip— No se si lo viste salir de su habitación en la mañana.
Eliza negó con la cabeza ante esto.
— Puede que el viaje le haya generado algo más que cansancio, ¿puedes ir a verlo? — le pidió Phillip a la novicia.
— No hay problema — respondió Eliza dejando las sobras de su plato.
El anciano agradeció la ayuda de la joven. Por lo general las mañanas eran movidas ya que el desayuno era una de las comidas más esperadas pero que debían ser consumidas de manera rápida por las tareas que se desarrollaban al inicio de la jornada, Eliza sabía bien eso y que el padre Luciano no se encontrara comiendo a la hora podría retrasar algunas cosas del día.
La novicia tocó delicadamente la puerta del invitado.
— ¡Buenos días Luciano! — habló detrás de la puerta— Es hora de desayunar.
La joven esperó una respuesta que nunca llegó y volvió a tocar con los nudillos de su mano la madera de la puerta.
Esperó un momento y pudo escuchar unos murmullos del otro lado.
—¿Luciano? — habló con cuidado Eliza poniendo su oído en la puerta tratando de escuchar de mejor manera — ¿Estás bien?
La joven se mareo un poco cuando la puerta, que no estaba bien cerrada, se movió hacia el interior junto a un delicado chirrido.
Cuando subió la vista había pasado el umbral de la puerta al interior de la habitación.
— ¿Eliza?
Los ojos castaños de Eliza se levantaron al escuchar su nombre encontrándose con algo que le sorprendió mucho.
— ¿Luciano?
El mencionado estaba levantado pero sus ropas puestas sobre su cabeza le cubrían desde el pecho hacia arriba dejándole los brazos levantados y sin ver nada mientras que la parte de abajo del ombligo con un simple pantalón.
— ¿Qué pasó? — comentó Eliza viendo como la ropa negra parecía cualquier cosa menos su uso real y buscaba el rostro del joven cura.
Eliza movió algunas ropas encontrando el rostro algo enrojecido de calor del cura, su cabello estaba revuelto y sin lentes.
— ¡Qué vergüenza, Eliza! — habló Luciano —Me quedé dormido y creo que me apuré tanto en vestirme que olvidé desabotonarlo correctamente y quede así. ¡Qué bueno que viniste!
— Estabas tardando en venir a desayunar y Phillip se preocupó — explicó Eliza observando con detenimiento la situación— ¡Déjame ver cómo ayudarle!
La joven novicia movió las telas con cuidado hasta encontrar los botones y amarras del ropaje que comenzó a desabotonar con dificultad ante la posición en que estaban los ropajes y su dueño.
Eliza fue delicada, le complicaba un poco la tarea ante lo limitante de sus finos dedos, pero luego de un rato buscando desabotonar lo necesario, la ropas comenzaron a soltarse permitiéndole a Luciano comenzar a quitársela por la forma mal puesta.
El joven cura suspiro agradecido cuando logró quitárselo completamente y mostrando su rostro acalorado con su cabello desordenado por el forcejeo solitario que había tenido antes.
—Gracias Eliza — sonrió Luciano a la joven novicia.
Ella sonrió ante esto, pero luego se dio cuenta de la extraña situación en la que se encontraba.
Editado: 03.11.2018