Si bien el matrimonio de los Carvajal ya no habitaba entre las paredes de la residencia, está se mantenía casi fidedigna a aquellos tiempos pasados.
Los campos se cultivaban y una mujer solía limpiar el piso y cambiar un jarro de flores, el favorito de la difunta dueña, que se encontraba en la entrada una vez a la semana como lo hacían cuando Dolores Zamudio de Carvajal habitaba el lugar.
Eliza observó con cuidado el jarro recién lavado y cuyas flores blancas, unas calas, adornaban la entrada.
Era extraño volver a la vieja casa de vez en cuando, en especial cuando recorría el pasillo al antiguo despacho que le pertenecía a su padre. Ese espacio no había cambiado nada con su aroma a madera, la ventana que daba al campo y potreros, la fina colección de cuadros del mundo campestre que tanto amaba el difunto Mauricio Carvajal y también la colección de figuras religiosas que doña Dolores cuidaba y respetaba mucho.
La joven se detuvo un momento frente a su favorita: una figura a tamaño real del arcángel Miguel quien con una mano alzada al cielo y empuñando su espada miraba de manera serena hacia arriba mientras con sus pies aplastaba la cabeza de un ser deforme, negro y malicioso: el diablo.
Cuando pequeña le daba miedo esa figura monstruosa que retrataba el mal del mundo, su madre también tenía algunas figuras y cuadros con el como una sombra y ser horrendo que destruía lo puro de los cuadros porque de esa forma les pudo enseñar a sus hijos que el mal está en todas formas y es horrendo, una lección que quedó plasmada en a mente de Eliza para siempre.
Llegó hasta la puerta de aquel despacho y tocó suavemente la puerta sintiendo la respuesta grave de su ocupante.
— Adelante.
Eliza entró al despacho y sus ojos cafés alcanzaron un par semejantes a los suyos sentados en la vieja silla de su padre.
Oscar Carvajal había dejado de ser ese pequeño niño asustado que lloraba y rezaba por la llegada de su hermana perdida tantos años atrás en las faldas de las montañas.
Había crecido mucho en todos esos años dándole una contextura musculosa y ancha causada por el trabajo en el campo. Su piel tenía tonos tostados como los de su hermana, también su cabello castaño y liso cortado por arriba de su cuello, su nariz era larga y con una forma más aguileña que la de su hermana y su mirada denotaba seriedad y toques de cansancio.
Desde la muerte repentina de los dueños de la hacienda, Oscar tomó las riendas de su administración avejentándole la mirada ante todo el trabajo que tuvo que hacer en un principio. Agradecía que conocía parte de las responsabilidades prácticas en relación a los cuidados y las tareas de los peones, su desafío fue el área contable y administrativa que, si bien no le era fácil, Eliza le asistió en lo que pudo, ya que ella era metodológica y organizada como buena en la lógica y los números.
— Hola Eliza— saludó Oscar de manera alegre al levantarse de su escritorio.
Los dos hermanos se unieron en un profundo abrazo que cerraron con un beso en la mejilla de cada uno.
— Ay hermanito lindo — habló Eliza — ¿Cómo te ha ido?
— Con el favor de Dios, todo bien— habló Oscar invitándola a tomar asiento y ofreciéndole algo para tomar a su hermana menor.
Al poco rato, vino una criada con la petición de Eliza: un simple vaso de agua y una calabaza con mate cocido para Oscar.
Ambos sonrieron y hablaron de banalidades mientras Eliza mojaba sus labios con el agua y Oscar succionaba la bombilla de plata para absorber el mate.
— ¿Cómo van los arreglos de la iglesia? — consultó Oscar dejando la calabaza en su estante.
— Han mejorado gracias a la ayuda que nos has dado.
Habían pasado unos meses desde el accidente ocurrido con las astillas y el dedo de Eliza ya estaba curado.
Aquel día habían logrado revisar una parte de los planos, pero decidieron continuar luego de tener los implementos adecuados. Luciano había escuchado, gracias al padre Phillip, de la buena voluntad del hermano mayor de Eliza quien se encargaba de los negocios de la familia luego de la llamada al cielo tan repentina de los Carvajal. Fue así que el joven cura tuvo una conversación con el hermano mayor de su ayudante explicándole las complicaciones proyecto y el requerimiento de la financiación para poder empezar a trabajar.
Oscar no dudó en entregarle lo que necesitaba monetariamente y también ayuda física con algunos peones jóvenes del campo.
— La ayuda es lo de menos— comentó Oscar— la Iglesia es importante para todos los habitantes del pueblo y bueno… tiene algo personal.
Los ojos oscuros de Oscar se nublaron y el bajó la vista, ocultando el rostro de tristeza que comenzaba a formársele en el rostro.
Eliza tomó cariñosamente la mano reseca y quemada por el sol de su hermano mayor y la frotó haciéndole un cariño amable buscando reconfortarlo.
Editado: 03.11.2018