Academia Aether

Capítulo 31: Sangre en los hombros.

—¿Qué está pasando? —Preguntó Alba mirando a todos lados en busca del lugar desde donde provenía aquel sonido que aumentaba su intensidad cada segundo—.

—¡Seguro es el ejército del Aether! ¡Ya llegaron!

Ainz entonces sale alarmado a las afueras de la Academia para ver de qué se trataba; ciertamente estaba nervioso por la llegada del Nether, pero al observar que no eran ellos se calmó. Ainz es veterano de numerosas y horripilantes guerras antiguas. Desde su infancia desarrolló un profundo odio hacia el Nether, sus miembros y sus despreciables actos. Toda su vida se ha desgastado entrenando y buscando un método definitivo para erradicarlos de una vez por todas, y justo en estos tiempos se le había presentado; el Núcleo de Sangre. Destruyendo este, las habilidades de todos los hemomantes desaparecerían, pero a la vez se liberaría un poder de magnitudes cataclismicas. Tras calmarse, exclamó: —¡Bendito sea!

En el horizonte muchas luces en forma de círculos se alzaban dando paso a los guerreros del Aether montados en los caballos, esos círculos eran portales. Portaban el característico estandarte del Aether en toda su gloria. Todos los alumnos y elites instantáneamente se alegraron con gran emoción; pues pensaban que con ese ejército de su lado las fuerzas del Nether serían inútiles. Pero cuando estos fueron acercándose más y más a la Academia, la sonrisa y la emoción se les desvanecieron. Eran menos hombres los que regresaban, y gran parte de ellos estaban siendo cargados en carruajes; pues se hallaban heridos de gravedad. Las condiciones en las que venían eran trágicas: Algunos sin extremidades, otros con profundas laceraciones y otros con numerosas fracturas; agonizaban sobre las tablas de los carruajes en los que eran llevados sin siquiera poder articular una palabra.

Ainz fue invadido por la desdicha al percatarse del estado en el que regresaban; —esto está muy mal... —Murmuró. Alba y Wind, una al lado de la otra, se sentían horrorizadas y perturbadas. Jamás se imaginaron que los guerreros del Aether iban a regresar en estados tan deplorables. —Dios mío... —susurró Alba con sus manos puestas en su boca del asombro. Aarón y Lucas entonces se acercaron a sus amigas igual de horrorizados. —¿Tan sangrienta fue la pelea? —Preguntó Lucas, a lo que Alba le responde: —No, eso lo causaron los genesics. —El muchacho se echa para atrás del asombro que le provocó esa respuesta, y vacilaba con su cabeza; pues apenas podía asimilarlo —¡¿Tan terribles pueden ser esos monstruos, como son?!

—Son colosales, flacuchentos y de un semblante casi necrótico. Con alas en sus espaldas y manipuladores de magias o manipulaciones que verdaderamente no soy capaz de explicar.

De repente Ainz pasó por encima de ellos sobrevolando con sus alas y gritando por todos lados: —¡Todos los que sean sanadores reúnanse adentro!

Wind al oírlo expresó: —Es lo mejor, seguro los reunirá para dar atención médica a todos los heridos.

Lucas inmediatamente se despide de ellos y vuela al castillo invocando sus alas. Muy poco tiempo después las unidades aetherianas comienzan a entrar a través del ancho portón de la Academia. Los sollozos, el llanto y la quebrada voz de los guerreros pidiendo ayuda son perturbadores. —Esto es trágico... ¿cómo pudo pasar algo asi? —comentó Wind echándose a un lado junto a su amiga para dejar pasar a los carruajes.

Minutos más tarde, los heridos fueron trasladados a la primera azotea del castillo para ser atendidos de una manera más óptima. Todos los estudiantes y elites sanadoras trabajaban arduamente; pues eran muchos los afectados. Sollozaban y gemían de dolor creando un perturbador ambiente; mientras uno era sanado, otros diez pedían ser atendidos, era un desorden completo. Luego de un largo rato los sanadores se dieron por vencidos, pues no lograban disipar todo el daño, algo extraño estaba sucediendo: Las heridas eran incurables. El Líder de la Elite Hydromante que se quedó en el resguardo se acercó al Profesor Ainz para decirle: —Profesor, algo tienen las heridas de los combatientes, no logramos sanarlas.

—¿Qué? ¿Cómo es posible? Ire a ver.

Ainz entonces caminó hasta la azotea para ver cuál era el problema. El Líder entonces se acercó a un herido aplicándole una capa de agua resplandeciente; agua sanadora. —Observe —dijo. Las heridas del hombre seguían igual. El Profesor estaba impresionado, no sabía que era lo que estaba sucediendo, sin embargo tenía en mente una posible solución; asi que voló al interior de la Academia en dirección a su oficina. Al llegar ahí, abrió un baúl para de este sacar un extraño bastón metálico en cuya punta se hallaba una figurilla con la forma de un agila cuyas alas abiertas sostienen una gema verde en su pecho. Al tener dicho bastón en sus manos fue de regreso a la azotea, pero en el camino se encontró a las muchachas; se aparecieron en el mejor momento para él, asi que les dijo: —¡Oigan! Tengo una tarea para ustedes.




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