• I V Y •
Los rayos del sol matutino bañaron nuestro dormitorio compartido, besando los pliegues de la oscura tela morada que conformaba nuestro uniforme. El mismo consistía en una cómoda gabardina que cubría mis brazos llegando más abajo de mis rodillas, debajo de ella una camisa blanca y ajustados pantalones morados abrazaban mi figura. Algunas brujas al igual que Circe, llevaban faldas ya que teníamos la opción de usar la versión que quisiéramos.
Cualquiera de los dos funcionaba, ya que era acogedor y práctico, diseñado para combatir el frío que de manera frecuente, cubría el islote.
—¿Qué tal este tono? —Circe acababa de aplicarse otro labial por décima vez en una hora.
—Es exactamente igual a los otros nueve que probaste — expresé aburrida.
En el poco tiempo que teníamos juntas había descubierto lo preocupada que era la rubia por su apariencia, como si el solo hecho de ser hermosa por naturaleza no fuera suficiente. En cierto modo, me recordaba a una vieja amiga que era igual de preocupada por su apariencia.
— Ya estoy lista — sonreía sin mostrar los dientes para si misma mirando su reflejo al espejo, luego volteó a mi y cambió a su usual expresión cuadrada.
Nos dirigimos al ala oeste de la Academia, donde se ubicaban los dormitorios masculinos y tras caminata atravesando los pasillos, dimos finalmente con la puerta de Lucas y esperamos por el fuera.
Sin embargo quien nos recibió no fue para nada alguien esperado.
— ¿y que tenemos por aquí? — Un brujo de marcada quijada nos dedicó una sonrisa de lado, mientras se recostaba en el marco de la puerta.
Su casi esquelética figura estaba vestida por una camiseta de tirantes bastante sudada y un par de pantalones cortos.
— Scottie, déjalas en paz. — Le recriminó Lucas al fondo, desde la puerta se podía entre ver a Lucas recogiendo sus libros.
— El labial rojo me pone — El nombrado Scottie respondió. Sus indeseables ojos recorrían sin pena alguna el cuerpo de Circe.
— Repite eso y tendrás tus propios labios teñidos de rojo cuando te parta la cara — amenacé.
Atónito me miró, parecía que no esperaba que pudiera hablar o mucho menos responder sus descaradas insinuaciones.
Con su mirada midió mi altura, reparando en que era muchísimo más pequeña que él. Se percató del desafío en mis ojos, podía atacarlo si tenía que hacerlo.
— Vamos — Lucas salió desde atrás del brujo, y sin dejarlo responder cerró la puerta como si no existiera — lamento el disgusto de que hayan conocido a Gavriel Scottie, mi compañero de dormitorio.
— Es horrible — opiné.
Lucas encogió los hombros, ya iniciando el paso hacía el salón de clases y nosotras lo seguimos.
— Qué puedo decir, no soy tan suertudo como ustedes.
No lo había pensando, pero tenía razón. Tener a Circe y no a otra loca desconocida era sin duda una bendición enviada por los Dioses que me miraban. Observé a mi compañera, la cual seguía visiblemente sonrojada por el anterior comentario. Cabizbaja, parecía estar lejos de lo que ocurría a su alrededor.
Golpeé a Lucas en la Costilla y le pedí que hiciera algo.
— Em... Te queda muy bien el rojo Circe — dijo sin atreverse a verla a los ojos.
Patético.
— ¿Y yo qué? — fruncí el ceño — ¿estoy pintada o que demonios?
Circe rió por lo bajo. Lucas rodó los ojos.
— Tú estás decente.
— Creo que quisiste decir que estoy celestialmente increíble, gracias.
Y con eso, una sonrisa en mi rostro se formó y duró todo el camino.
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Llegamos al salón de clases, el cual era grande pero no tanto como el templo donde habíamos hecho el culto ayer.
Se componía de muchos asientos alineados que dirigían la atención al fondo donde se ubicaba el escritorio que supuse sería del brujo mayor que nos daría la clase de hoy. Las paredes, eran ventanas de cristal que permitían visualizar el río y el bosque a la distancia.
Y como si lo hubieran invocado, un brujo mayor entró en el salón saludando a todos los presentes. Por alguna razón se me ocurrió que era demasiado joven como para ser designado como brujo mayor, apostaría a que apenas tenía menos de treinta años.
—Buen día. — Sonrió y sus grises ojos se encogieron. — Mi nombre es Saías y hoy trataremos historia. Se que esta es su primera clase en la Academia y no sé preocupen, trataré de hacer una experiencia sencilla para todos.
Se recostó de la mesa que se suponía era el escritorio y cruzó los musculosos brazos observando, analizándonos.
— Para empezar, ¿Cuándo empieza la historia? — nos retó con la gris mirada.
— La gran guerra — respondió Lucas confiado — de ahí nacieron los continentes gracias a la voluntad divina.
Saías asintió y mechones rubio quemado se movieron al ritmo de su acción, en su rostro una sonrisa ladina que antojaba cierta arrogancia.
— Estás en lo correcto — se retiró de la mesa y guardó las manos en los bolsillos del pantalón, con la mirada en lo alto continuó — me gusta con mis estudiantes ir más allá. Considero que la historia es vital para conocer nuestro mundo, e incluso para entender la Academia misma y el porqué están aquí.
Iba caminando de lado a lado del salón.
— Hace miles de años, ocurrió como dijo su compañero una gran guerra — reparó en mi amigo. — ¿Podrías decir tu nombre?
— Lucas — levantó la frente — Lucas Tamber.
— Muy bien Tamber, como nos compartías, los Dioses decidieron crear nuestro mundo luego de la guerra pero eso lo trataremos más tarde. Hoy quiero que piensen que pasó antes — se detuvo un momento — ¿que fue lo que provocó esa guerra?
— La ira de Coryanne — atacó Lucas nuevamente.
Mi corazón se estrujó un poco. Hablar de diosas demonio enojadas no era la forma en la que precisamente me gustaba empezar las mañanas. Esto se sentía como un castigo.